Inmigración Judía a la Argentina

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Como todos los inmigrantes, los judíos llegaron con pocas cosas y muchos sueños. Vestían ropas viejas que abrigaban una cultura milenaria. Sus primeros pasos estuvieron guiados por el deseo de integrarse al país manteniendo la tradición de su pueblo. Llegaron, casi siempre, escapando de la discriminación y las persecuciones. También de la pobreza.

Los judíos que anclaron en la Argentina sabían que la aventura de la inmigración era demasiado pesada para reducirla a un desafío individual.  Por esa razón crearon organizaciones, impulsaron el cooperativismo y construyeron una comunidad potente y pujante.

Los judíos arribaron a la Argentina en cuatro etapas que se distribuyeron desde mediados del siglo XIX hasta poco después de la creación del Estado de Israel, en 1948. Mientras que algunos se asentaron en las ciudades, otros lo hicieron en el campo, dando lugar a la mítica figura del gaucho judío.


Tanto en la urbe como en las pampas, los recién llegados se agruparon para no perder sus raíces, evitar el aislacionismo y compartir tanto penas como esperanzas. Crearon instituciones sociales, culturales, educativas, políticas, laborales, socio-deportivas y religiosas.

Actualmente, la vida judía agrícola quedó reducida a una mínima expresión, aunque las raíces que plantaron aquellos colonos marcaron a toda la comunidad, incluida la urbana que no paró de crecer hasta nuestros días y se aproxima a cumplir el siglo y medio de vida.

En la actualidad, podemos afirmar que la población judía es básicamente urbana. Alrededor del 80% viven en Buenos Aires constituyendo la comunidad judía más importante del mundo de habla hispana y la sexta en la diáspora.

Primera etapa (1854-1889)

Los judíos que arribaron por aquellos años provenían principalmente de Francia, Alemania y Austria. Llegaban como representantes de casas europeas dedicadas a la exportación e importación. Casi todos eran técnicos o profesionales liberales. Se educaron en un universo de emancipación civil con un alto índice de identificación con la burguesía europea occidental. Según un Censo de la Municipalidad de Buenos Aires, realizado en 1887, en la ciudad ya había 366 judíos, de los cuáles 11 eran argentinos nativos. Por esa misma época anclaron  también judíos de origen sefaradí, que escapaban de la guerra hispano-marroquí. Muchos de ellos rápidamente se asimilaron. Otros comenzaron a edificar una comunidad.

La llegada masiva (1889-1914)

Primera inmigración de características masivas. En ella llegaron, principalmente, judíos polacos, ucranianos y, sobre todo, rusos que escapaban de los pogromsincentivados por el zarismo. Fueron quienes dieron origen a la mítica figura de los gauchos judíos que, como sus antecesores bíblicos, volvieron a labrar la tierra en las colonias agrícolas fundadas en la Argentina por el Barón Maurice de Hirsch. El gran protagonista de esta etapa fue el proyecto colonizador que diseñó este filántropo alemán –la Jewish Colonization Association (J.C.A.)– para ofrecer un hogar seguro a aquellos correligionarios cuyas libertades eran cercenadas en sus países de origen. Por estos años, también arribaron inmigrantes sefaradíes tanto de habla árabe (Siria y Líbano) como de habla ladina (Turquía, Grecia y los Balcanes).

Presencia urbana (1920 –1930)

Tras la Primera Guerra Mundial se reanuda intensamente la inmigración judía a la Argentina principalmente de Polonia y Turquía. Si bien continuaban llegando a las colonias de la Jewish, ahora se destaca una corriente de obreros, artesanos y trabajadores manuales que instalan los primeros talleres manufactureros en Buenos Aires. Para esta época, la proporción de judíos residentes en el campo se había modificado: sólo el 22 por ciento de los judíos argentinos vivía en las colonias agrícolas. Para 1935, la cifra habrá bajado al 11 por ciento. No se trataba simplemente de los nuevos contingentes que se asentaban en  las urbes, sino también de la emigración del campo a la ciudad.

Los últimos barcos. Los últimos inmigrantes (1930-1948)

La cuarta oleada inmigratoria de judíos hacia la Argentina comprende dos momentos: los primeros años de la década del 30 en la que llegaron refugiados de Alemania, Austria, Hungría, Polonia y Rumania, que escapaban del régimen nazi. El comienzo de la deportación de judíos a campos de concentración en 1938 y, un año después, el inicio de la Segunda Guerra Mundial dificultaron ya la llegada en masa. Si bien la mayoría se asentaba en centros urbanos, en 1936, la Jewish ColonizationAssociation (JCA) creó la colonia Avigdor –la última fundada por la entidad filantrópica-, para dar cabida a judíos centroeuropeos que huían de Hitler.

En los años de la posguerra, y cerrando el ciclo migratorio judío, llegaron a la Argentina alrededor de 8.000 sobrevivientes de la Shoa.

Moisés Ville

surgió a partir de la iniciativa conjunta de alrededor de ciento treinta familias oriundas de la región ucraniana de Podolia que, a mediados de 1889, emigraron de la Rusia zarista para establecerse como agricultores en la Argentina. Antes de iniciar su travesía transoceánica, el grupo había firmado un acuerdo para colonizarse en campos del terrateniente Rafael Hernández. Sin embargo, debido al incremento de los precios de la propiedad rural que tuvo lugar en ese momento, en el que el país transitaba la antesala de la crisis económica de 1890, Hernández decidió anular el contrato. Varados en la ciudad, los podolier solicitaron ayuda a la incipiente Congregación Israelita de la República Argentina (CIRA), cuyos dirigentes los pusieron en contacto con Pedro Palacios –a quien conocían del ambiente de los negocios– para que éste los reubicara en campos que poseía en el centro de la provincia de Santa Fe. Una vez llegados a esa zona, fueron alojados provisoriamente en el galpón ferroviario de la Estación Palacios, que se encontraba en construcción, hasta tanto estuvieran disponibles sus lotes, viviendas e implementos de trabajo. Allí quedaron aislados y a merced del hambre y las enfermedades, que se cobraron la vida de alrededor de medio centenar de niños. Esta tragedia, sumada a la extrema precariedad del asentamiento y a los múltiples desencuentros ocasionados por la distancia cultural e idiomática que separaba a los inmigrantes de los representantes del terrateniente, llevaron a que dos tercios de las familias se dispersaran, dirigiéndose a otras colonias de la pampa gringa, a centros urbanos cercanos, o bien retornando a Europa. No obstante, alrededor de cuarenta persistieron en el intento y fueron reubicadas quince kilómetros al este, en una colonia que ellos mismos denominaron Kiriat Moshé, o Villa de Moisés, y que perduró como Moisés Ville debido a una traducción temprana al francés.

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