Intelectuales frente la barbarie de la guerra

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Los «cañones de agosto», como habría de llamar Barbara Tuchman a los primeros compases de la Gran Guerra, no irrumpieron en un mundo aletargado y en silencio. Años antes de que el conflicto armado liquidara para siempre la ilusoria perpetuidad de la sociedad decimonónica, los intelectuales se habían ganado el prestigio de una responsabilidad, la reputación de una conciencia. En cualquier punto de un continente al borde de la catástrofe, filósofos, poetas, narradores y ensayistas dotaron de palabra y sentido a la crisis de final de siglo y a las temerarias ilusiones alzadas en 1914. Mientras millones de jóvenes entusiastas se alistaban en los ejércitos que pronto encharcarían la tierra europea con la sangre de toda una generación, otros se proponían comprender los rasgos del final de una época y el perfil aún borroso del nuevo siglo.

Todos se dejaron llevar por aquella oleada emocional que parecía certificar las exigencias de renovación que habían dado tema y argumento a sus obras literarias. Todos vieron en aquella movilización de la juventud europea el impulso de modernización y de regeneración que precisaba un continente narcotizado en la indolencia del puro progreso material. Eran los hijos incómodos de una burguesía a la que reprochaban su carencia de estilo, su falta de heroicidad, su conformismo social y su pereza estética. Sobre sus apreciaciones ingenuas y honestas, sobre sus esperanzas de un mundo a refundar, sobre su visión intensa y arriesgada del futuro, la historia habría de volcar la brutalidad del periodo de entreguerras. El patriotismo se envileció en la pavorosa orgía nacionalista, el sueño de la revolución creó la pesadilla del totalitarismo, el afán de una Europa rejuvenecida se desfiguró en los rituales macabros del culto a la violencia, el deseo de actualizar una tradición se pudrió en el vehemente purgatorio de las identidades genocidas.

Los intelectuales de lengua alemana fueron testigos privilegiados de lo más hondo de aquella catástrofe que abatió los recursos físicos y morales de la Europa que hasta entonces había sido el espacio supremo de la civilización. Su compromiso con el tiempo que vivían y su lucidez para entender la rotundidad de aquel peligro les convirtieron en la voz de una conciencia. Les hicieron portadores de las palabras que en adelante advertirían de los peligros de las ensoñaciones emocionales, haciendo de la razón y de la tolerancia los fundamentos sobre los que luego se reconstruiría la idea de Europa.


Walter Benjamin, Thomas Mann y Stefan Zweig encarnan el drama de una generación tan dotada de grandes esperanzas como atestada de ilusiones perdidas. En su vida y en su obra se acumularon los deseos y se hacinaron los desengaños. En sus actos y en sus páginas habita buena parte de esa madurez con la que nuestra cultura ha podido sobrevivir al riesgo cierto de su desaparición. Incluso en el trance de una muerte voluntaria, asumida en la desesperación ante el aparente triunfo del nazismo, se encuentra una severa lección que sigue resonando para quien sepa escucharla.

Náusea por la violencia

Zweig asignaba al mundo de su infancia y juventud una palabra que lo evocaba con acierto: la seguridad. La nostalgia de aquella sociedad imperial, en la que aún vibraba un concepto solemne del honor, llenaron las imágenes de una obra emotiva cuya elegancia contrastaba dolorosamente con la percepción trágica de la arrogancia del fanatismo. La delicadeza de sus narraciones no debe llamar a engaño. Tras ellas no se escondía un sentimentalismo débil, sino la energía de una personalidad que había sido educada en el respeto a los demás, en la repugnancia por la altivez y en la náusea por la violencia. La añoranza humanista de Zweig no miraba inútilmente un pasado marchito sino que deseaba colocar en el futuro los mejores ideales de una sociedad abierta. Su muerte fue la elección dramática ante el suicidio de Europa, ante la pérdida definitiva de los valores liberales que, en su exilio brasileño, parecía haber cerrado irrevocablemente el libro de la historia.

La formación socialista de Benjamin no le amordazó en el estéril dogmatismo de muchos de sus contemporáneos, sino que le empujó a buscar el autentico significado del tiempo histórico. Benjamin rastreó en el fondo de la confusión reinante el sentido de un orden esencial, la resistencia de una tradición oculta bajo los escombros de una época salvaje. Poco antes de acabar con su vida, seguro también de que Europa perecía a manos de la barbarie, nos dejó el legado de una soberbia metáfora de nuestro tiempo. La historia es lo que se capta en los instantes de peligro, cuando una civilización es puesta a prueba y los hombres han de salvar su propio destino.

Thomas Mann interrumpió la redacción de La montaña mágica en 1914 para exaltar una guerra gracias a la que Alemania podría latir como el verdadero corazón de la cultura europea. Aquella actitud habría de cambiarse muy pronto, en cuanto la derrota, lejos de convertirse en el espacio ideal para una reflexión sobre el significado de nuestra civilización, pasó a ser el escenario de un revanchismo frustrado, la incubadora de un movimiento que construía el nacionalsocialismo sobre el rechazo de la tradición nacional alemana. Su Llamamiento a la razón tras el éxito nazi en las elecciones de septiembre de 1930 aún puede presentarse como el mejor discurso realizado al servicio de los ideales que construyeron el liberalismo, la democracia y la justicia social.

La civilización en peligro

Lo que eleva la obra de un intelectual a representación de una época, a materia expresiva de un tiempo, a sustancia lúcida de la historia, es lo que podemos hallar aún en estos hombres que no vivieron nunca a los pies de sus circunstancias, sino encaramados en lo más alto de su inteligencia. Desde ella fueron capaces de vivir y de conservar para nosotros las lecciones de un periodo atroz. Desde aquel momento de euforia y de peligro, siguen ofreciéndonos el sentido de una cultura, la idea de una civilización. La conciencia de Europa.

Palabras de paz en tiempos convulsos

  • Walter Benjamin, 1921
    «Durante la última guerra, una cosa, por lo menos, quedó clara: la violencia no se practica ni se tolera con ingenuidad»
  • Thomas Mann, 1914
    «Uno siente que, tras este profundo y violento golpe del destino, el alma alemana surgirá de él más fuerte, orgullosa, libre y feliz»
  • Stefan Zweig, 1916
    «Jamás un pueblo, una nación, conseguirá alcanzar lo que apenas pudo la energía europea unida en siglos de común esfuerzo heroico»
  • Walter Benjamin, 1940
    «Comprender la historia es adueñarse de un recuerdo tal y como relumbra en el instante de un peligro»
  •  Thomas Mann, 1932
    «El nacionalsocialismo… Ningún hombre libre, ningún alemán que aprecie en algo la gran tradición cultural de su pueblo, sería capaz de respirar un solo día bajo tanta servidumbre»
  • Stefan Zweig, 1939
    «La época de antes de la Primera Guerra Mundial, la época en la que crecí y me crié, fue la edad de oro de la seguridad»

 

Fernando García de Cortázar
Director de la Fundación Dos de Mayo, Nación y Libertad
ABC, 9-II- 2014 Cultura

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