Intelectuales judíos denuncian

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“Nosotros, los judíos franceses, no hemos encontrado más que el silencio, la negación y la indiferencia de la izquierda extrema ante el antisemitismo”.

“La explosión antisemita que vive nuestro país no preocupa a quienes suelen pronunciarse contra el racismo”, denuncia un grupo de personalidades, entre ellas la socióloga Eva Illouz y la historiadora Annette Wieviorka, en una columna publicada en Le Monde.

Nosotros, judíos de diferentes tendencias políticas, pero todos miembros de la amplia familia de la izquierda, deseamos expresar nuestra consternación e indignación ante el antisemitismo que florece entre quienes, en el pasado, fueron o podrían haber sido nuestros aliados.
Estamos angustiados al ver que nuestros amigos y familias temen por sus hijos cuando son insultados o amenazados en la escuela. Atónitos al ver que muchos ya no se atreven a expresarse cuando hablan con sus colegas, o llegan hasta ocultar su judaísmo en el lugar de trabajo.


Cuando nos enfrentamos a esvásticas y pintadas antisemitas dibujadas en nuestras ventanas y buzones, nos encontramos con el silencio, la negación y la indiferencia de la izquierda extrema. Los abusos contra civiles y rehenes israelíes no parecieron conmover a este mismo movimiento de izquierda, aunque profesa defender a la humanidad.

Nos asombra que la explosión antisemita que se está produciendo en nuestro país desde el 7 de octubre de 2023 (1.570 actos por los que se presentó una denuncia el año pasado, es decir, más de cuatro al día) no inquiete a quienes suelen pronunciarse contra el racismo. Desde los asesinatos de Ilan Halimi en 2006 y de los niños de la escuela Ozar Hatorah de Toulouse en 2012, sabemos que el antisemitismo mata en Francia.

Nos habíamos acostumbrado a ver cómo las redes sociales se convertían en cloacas del odio antijudío, nos habíamos resignado a las bromas nauseabundas que pasan por humor. Pero nada nos había preparado, judíos de izquierda, para la deserción de intelectuales y pensadores con buena conciencia y virtud, que, en lugar de luchar con nosotros por la paz, nos aislaron y estigmatizaron, sin examinar los presupuestos de sus atajos y amalgamas. La palabra “sionista” se ha convertido en un insulto. Sólo a los judíos que se declaran “antisionistas” se les perdona ahora ser judíos. Un poco como en la Europa medieval, donde se pedía a los judíos que se retractaran de su fe para ser aceptados.

Los grandes culpables de la Historia

Expresar estas opiniones ya ni siquiera es audible, puesto que cualquier acusación de antisemitismo se ha convertido, en principio, en sospechosa. Ahora somos la única minoría que, si expresa su sentimiento de exclusión y protesta por ser estigmatizada, es acusada a cambio de explotar su sufrimiento; somos la única minoría ignorada o ridiculizada por el movimiento político que se supone que defiende a los excluidos. No es éste el lugar para comentar las acciones del gobierno israelí de extrema derecha, que todos condenamos. Pero no podemos evitar preguntarnos si hacer de Israel un Estado paria no es un sustituto contemporáneo de la vieja y conocida prohibición de los judíos como pueblo paria.

¿Cómo llegó una parte de la izquierda a deslegitimar el único Estado judío del mundo? En la posguerra se redibujaron muchas fronteras en Asia, Europa y Oriente Próximo. Israel formaba parte de este vasto movimiento y surgió al amparo del derecho internacional, en un territorio más pequeño que Bretaña. Esta parcela de tierra fue el único refugio para los supervivientes de la Shoah y los refugiados de los países árabes que esperaban, uniéndose a los cerca de 500.000 judíos que ya vivían allí, poder construir por fin un futuro sin amenazas ni pogromos.

Deslegitimar a Israel es negar a estos refugiados y a sus descendientes el derecho a vivir. Confundir a Israel con sus asentamientos ilegales es, una vez más, convertir a los judíos, a todos los judíos, en los principales culpables de la historia.

Nos asombra que los progresistas, que denuncian el aterrador número de civiles muertos y heridos en Gaza, un número que nos horroriza tanto como a ellos, se olviden de denunciar a Hamás. Podemos expresar nuestra consternación por la destrucción de Gaza y ver a Hamás como lo que es: un movimiento terrorista. Un movimiento que tolera la violación como arma de guerra, que se empeña en tomar rehenes, incluidos niños pequeños y ancianos, que filma sus actos terroristas como hazañas heroicas y que, en la propia Gaza, tortura y asesina a sus oponentes, somete a las mujeres y condena a muerte a los homosexuales.

Virtud simplista

Este mismo movimiento ha declarado repetidamente sus intenciones exterminadoras hacia los judíos y los israelíes. Nos asombra que profesores que ocupan prestigiosas cátedras minimicen o ignoren la naturaleza de Hamás y sus acciones. ¿O que otros, como el ex presidente de Médicos sin Fronteras, con ocasión del 80 aniversario del descubrimiento de Auschwitz, digan que “el recuerdo de Auschwitz parece una especie de escupitajo en la cara de los palestinos”?

Seamos claros: ésta no es una izquierda que quiera la paz. Se alimenta del odio y lo alimenta; fomenta el rechazo y las divisiones, orgullosa de su virtud simplista y de su lectura unívoca de una historia compleja. Esta izquierda ya no sabe cuestionar la realidad y ya no puede dar respuestas a sus sobresaltos.

Frente a las intolerables amenazas de Trump de una limpieza étnica de los gazatíes, esta izquierda no tiene ninguna esperanza ni solución que ofrecer; sólo puede cultivar la hostilidad de dos pueblos en lugar de ayudarles a superar la radicalización de todas las posiciones. Bajo la apariencia de “antisionismo”, alimenta el antisemitismo y acelera ante nuestros ojos el triunfo mortal de los extremos.

Una vez más, los judíos se encuentran en el centro de la crisis de la República y de sus valores universales. No querían desempeñar este papel, pero está claro que el futuro moral y político de nuestra sociedad vuelve a estar en juego a través de la cuestión judía.

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