Interrogantes a la ortodoxia religiosa israelí

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Como en la mayoría de los países del mundo, los graves efectos del covid-19 se manifiestan en estos días en múltiples esferas de la sociedad israelí. Y una de sus partes debe hoy lidiar con preguntas que desde la articulación del sionismo como doctrina y el levantamiento de Israel como estado nacional no ha acertado a darle creativas respuestas conforme a las exigencias y condiciones del Medio Oriente, de     la cultura y de la ciencia contemporáneas.

Aludo a la comunidad religiosa ortodoxa judía que desde la irrupción del virus en el país en los primeros meses del año presenta un alto número de afectados respecto al resto de la población. Los barrios religiosos en Jerusalén y en una ciudad como Benei Brak – además de conglomerados en Judea y Samaria- suman múltiples evidencias de esta realidad. La alta densidad en los hogares, el descuido de la higiene personal y familiar, la concentración multitudinaria en las sinagogas: algunas circunstancias que explican este inquietante hecho.

Es un escenario que acentúa las tensiones entre la comunidad judía ortodoxa – tanto en la que se originó en Europa oriental como en la de África del norte – y amplias franjas de la sociedad israelí, incluyendo a sectores sionistas-religiosos. Se trata de un ancho y creciente segmento que más allá de sus divisiones internas tiene significativo peso en el juego electoral y en las coaliciones gubernamentales, a pesar de sus mínimos aportes a la cultura, a la economía y a la defensa del país.


Recientes informes indican que la concentración multitudinaria de las familias ortodoxas en las sinagogas en el curso de los últimos días ha multiplicado el número de afectados por el covid y replantea interrogantes en torno a sus futuros en el país. Se trata de un segmento que en estos días supera el 15 por ciento de la población, crece con rapidez conforme a los mandatos religiosos, y se sostiene económicamente- incluyendo servicios médicos – con apoyos gubernamentales y donativos que llegan del extranjero.

De aquí preguntas que estas agrupaciones se niegan de momento a plantear: ¿qué lugar tendrán en un país en el que la mayor parte de la población se ajusta a los imperativos del progreso científico y económico sin descuidar dilemas militares? ¿Por qué no surge entre ellos un Maimónides quien para renovar las creencias judías no vaciló en sumergirse en el griego y en el árabe en paralelo a su quehacer como médico? ¿Hasta cuándo preferirán vivir en zonas aisladas en un país que debe ajustarse- por vocación y por necesidad – a una cultura democrática y en una región que presentan constantes desafíos?

Ciertamente, el covid obliga a reformular no pocos dilemas en Israel como en otros países del mundo. Es un reto que nadie debe desatender, y un imperativo que con particular fuerza aquí obliga a la reflexión creativa más allá de repetitivos planteamientos y oraciones. ¿Los escuchará la ortodoxia israelí superando la rigidez intelectual y las fricciones internas que hoy la caracteriza?

Acerca de Joseph Hodara

Invitado por la UNAM llegué a México desde Israel en 1968 para dictar clases en la entonces Escuela de Ciencias Políticas y Sociales ( hoy Facultad). Un año después me integré a la CEPAL con sede en México para consagrarme al estudio y orientación de asuntos latinoamericanos. En 1980 retorné a Israel para insertarme en las universidades Tel Aviv y Bar Ilán. En paralelo trabajé para la UNESCO en temas vinculados con el desarrollo científico y tecnológico de América Latina, y laboré como corresponsal de El Universal de México. En los años noventa laboré como investigador asociado en el Colegio de México. Para más amplia y actualizada información consultar Google y Wikipedia.

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