Esta semana fue posible observar en las altas cúpulas del régimen iraní el manejo simultáneo de la demagogia y el realismo político. Por un lado, el Estado organizó actos masivos de conmemoración del aniversario 42 de la toma de la embajada norteamericana en Teherán en los albores de la instauración de la República Islámica tras el derrocamiento del sha. Para recordar ese evento en el llamado “día nacional de lucha contra la arrogancia”, cada año se queman banderas de EU e Israel entre gritos de “muerte a América”.
En esta ocasión, en esos mismos actos, se hizo el elogio del Cuerpo de Guardias Revolucionarios al que, según el discurso oficial, se le atribuye haber conjurado intentos de EU de robarse el petróleo iraní en diversas escaramuzas entre fuerzas navales de ambas naciones en el estrecho de Ormuz. De hecho, y contrariamente a tal aseveración, fuerzas norteamericanas en el golfo Pérsico recientemente capturaron tanqueros iraníes destinados a Venezuela, en observancia a las severas sanciones reimpuestas a Irán a partir de las decisiones al respecto durante el mandato de Donald Trump.
Sin embargo, durante esta misma semana se reveló la faceta pragmática del régimen de los ayatolas con el anuncio de que su delegación regresará a finales de este mes a la mesa de negociaciones en Viena a fin de reanudar las pláticas para reinstalar el acuerdo del G5+1 con Irán, cuyo objetivo primordial era, y sigue siendo, detener el desarrollo nuclear iraní destinado a obtener armamento nuclear, a cambio del levantamiento de las sanciones que tienen asfixiada a la economía del país persa.
Las pláticas se habían iniciado en el primer semestre del año, pero se interrumpieron cuando hubo cambio de mando en Irán a raíz de las elecciones que sacaron del poder al ala de los moderados encabezada por Hasan Rouhani. Como nuevo presidente asumió Ebrahim Raisi, con una trayectoria que lo define como un recalcitrante conservador, además de que esa corriente quedó también como hegemónica en el parlamento. A partir de ese momento, la posibilidad de volver al carril diplomático quedó en entredicho y es sólo hasta ahora que se reabre el camino para ello. No cabe duda que la hiperinflación, alto desempleo, escasez de productos básicos y estragos de la pandemia que ha cobrado miles de vidas han empujado al régimen a volver al diálogo en Viena, aunque en el ámbito doméstico se estimulen desde la cúpula gobernante las invectivas contra EU, Occidente e Israel, a manera de válvula de escape para dirigir la ira popular, no contra el gobierno y sus aventuras bélicas, sino contra los conocidos enemigos de siempre.
El jueves pasado Raisi declaró en un discurso público que “no abandonaremos la mesa de negociaciones, pero resistiremos demandas excesivas”. Washington, por su parte, comunicó que para eliminar las sanciones es necesario que Irán reduzca su nivel de enriquecimiento nuclear al 3.67% estipulado en el acuerdo original. Existe un interés pragmático en las dirigencias de Irán y de las seis naciones al otro lado de la mesa de reconstruir el acuerdo, pero ciertamente múltiples factores adversos pueden cruzarse en el camino. Habrá que ver cómo se desarrollan las cosas.
Nota: En la sección Yo lector de este periódico se publicó hace tres días una carta firmada por Zoltán Németh, embajador de Hungría en México, donde cuestionaba lo escrito en mi artículo del pasado 30 de octubre acerca de las políticas del primer ministro húngaro Viktor Orban. Respondo con la afirmación del eurodiputado Guy Verhofstadt de que si en estos momentos se tuviera que decidir la incorporación de Hungría a la Unión Europea, no se le aceptaría, ya que la forma de operar del actual gobierno húngaro de ninguna manera se corresponde con los valores y principios fundamentales de la Unión Europea. La absoluta negativa a cumplir con la recepción en su suelo de refugiados de las guerras del Oriente Medio, llamando a éstos “invasores musulmanes”, la concentración de poder en manos del señor Orban, su escaso respeto a la libertad de expresión, su intolerancia a la disidencia y su ultranacionalismo, que contrasta con el espíritu globalista de la Unión Europea, justifican lo afirmado reiteradamente por el diputado Verhofstadt, entre muchos otros. En cuanto a la utilización del filántropo George Soros como chivo expiatorio para cargar con los males nacionales, cabe señalar que el insistente discurso en su contra y su imagen en carteles profusamente distribuidos, donde se le pinta como el malvado conspirador que atenta contra la nación, son una lamentable copia de los mensajes antisemitas de hace poco más de 70 años. La muy respetable y culta patria de Sándor Márai e Imre Kertész no merece esa deshonra.
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