El anuncio fue que gracias a la mediación de Brasil y Turquía, por fin Irán ha aceptado transferir a Turquía 1200 kilos de su uranio enriquecido al 3.5%, para recibir a cambio más tarde 120 kilos de uranio al 20%, destinado presuntamente a usos médicos y energéticos civiles. Los presidentes Lula da Silva y Recep Tayyip Erdogan celebraron el acuerdo como un triunfo de la diplomacia en la que ellos fueron actores protagónicos. Se han mostrado convencidos de que esta vez sí hay compromiso serio del régimen de Ahmadinejad de transparentar su polémico programa de desarrollo nuclear, con lo que según ellos, se conjura la vieja crisis internacional generada por Teherán. Sólo que en esta ocasión los esfuerzos brasileño y turco han sido recibidos con un escepticismo total por parte del grupo 5+1, o sea por los cinco miembros permanentes de Consejo de Seguridad de la ONU más Alemania.
Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Rusia, China y Alemania han llegado a la conclusión de que el borrador que contiene los términos de la cuarta ronda de sanciones contra Irán debe ser muy pronto sometido a votación en el seno del Consejo de Seguridad, no obstante la presunción de Brasil y Turquía de que el tema ha quedado resuelto. Y es que cualquier observador de la trayectoria iraní en este asunto, puede captar con la lógica más elemental que Teherán sigue jugando al gato y al ratón, es decir, a continuar ganando tiempo mediante el uso de promesas y estratagemas dilatorias cuyo último episodio es justamente éste en el que de nueva cuenta se recurre a acordar algo que muy probablemente y como en anteriores ocasiones, a fin de cuentas no se cumpla. Basta recordar cómo a finales de 2009 se llegó en Viena a un compromiso similar que preveía un intercambio de uranio con Rusia, compromiso que bajo pretextos y artimañas de todo tipo, no concluyó en nada.
Así, todo indica que, como en el cuento de Pedro y el lobo, en esta ocasión, y por más anuncios vociferantes de Ahmadinejad, Lula y Erdogan de que la cosa sí va en serio, aun los dubitativos China y Rusia parecen no desear caer de nuevo en el eterno juego iraní. Estas dos últimas naciones, durante largo tiempo reacias a sancionar a Irán, han aceptado esta vez suscribir el borrador redactado por EU en el cual se establece un paquete de medidas que incluyen un embargo de ventas de sistemas de armamento pesado al régimen de los ayatolas, lo mismo que más estrictas restricciones al movimiento de recursos financieros hacia el cuerpo de Guardias Revolucionarios iraní, organismo al mando del desarrollo del programa nuclear de su país.
Por ahora se prevé que el documento de las sanciones será aprobado en el Consejo de Seguridad ya que no se vislumbra el veto de alguno de los cinco miembros permanentes y por otra parte, se calcula que de los diez miembros temporales sólo Líbano, Brasil y Turquía votarán en contra. De esa manera habrá más de los nueve votos necesarios para que la citada resolución pase. Por supuesto que nada asegura que esta cuarta ronda de sanciones tendrá la capacidad de poner un alto real al esfuerzo iraní por hacerse de armamento nuclear, porque le resta todavía un margen considerable de maniobra capaz de mantenerlo vivo. Sin embargo, no cabe duda que el consenso existente hoy entre todas las grandes potencias de no permitir que Teherán siga haciendo uso de sus tradicionales artimañas dilatorias, pone al régimen de Ahmadinejad ante una situación cualitativamente distinta en la que se reduce su espacio para seguir engañando a la Agencia Internacional de Energía Atómica y a la comunidad de naciones en general.
Otro tema que sin duda sería interesante analizar en otro momento es el de los motivos, intereses y consideraciones que han impulsado a Brasil y a Turquía a convertirse de facto en comparsas -voluntarios o involuntarios- de un régimen totalitario, represivo contra su propia gente y altamente riesgoso para la seguridad internacional.
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