El asesinato de Osama bin Laden a manos de fuerzas estadunidenses en Pakistán concentró la atención del mundo a lo largo de la semana. Sin embargo, muchos otros acontecimientos que por su importancia merecían ser difundidos, casi no tuvieron cobertura mediática, opacados por el impacto del operativo contra el gestor de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Uno de ellos ha sido la pugna abierta desatada entre los dos más poderosos personajes de la cúpula política iraní: el ayatola Jamenei y el presidente Ahmadinejad.
La relación cercana entre ambos comenzó a mostrar fisuras hace dos semanas cuando Jamenei —quien tiene la última palabra en los asuntos nacionales— vetó la decisión de Ahmadinejad de despedir al Ministro de Inteligencia, Heydar Moslehl. A partir de entonces el Presidente de Irán estuvo ausente en dos reuniones del gabinete, al tiempo que crecían las especulaciones de que éste había dejado de tener el apoyo incondicional del ayatola. Y a pesar de que los medios de comunicación oficiales del país intentaron suavizar el distanciamiento entre las dos máximas figuras de la vida política de la nación iraní, muy pronto emergieron nuevos acontecimientos reveladores de que la pugna no ha sido resuelta, sino todo lo contrario.
El sitio de internet iraní Ayandeh reportó el miércoles pasado que varios aliados de Ahmadinejad fueron arrestados bajo la acusación de ser “magos” invocadores de espíritus y de genios malignos denominados djinns en la cultura islámica. Entre los detenidos está Esfandiar Rahim Mashaei, jefe de gabinete de Ahmadinejad y a quien los clérigos acusan de promover una versión “nacionalista” del Islam, no acorde con la postura de los ayatolas más conservadores. Otro de los arrestados, Abbas Ghaffari, fue acusado de ser un hombre “con habilidades especiales en metafísica y conexiones con mundos desconocidos”.
Al parecer la tensión se intensificó a tal grado que dos días después Jamenei le presentó un ultimátum a Ahmadinejad: o reinstala de inmediato al ministro de Inteligencia despedido, o el Presidente debe renunciar. Todo esto fue reportado por el sitio web Ayandeh, el cual recibió la información del principal consejero presidencial. Medios locales especulan que la confrontación entre los dos líderes va mucho más allá y muestra que ha habido un gran desgaste en la colaboración y confianza mutua que prevaleció anteriormente, además de evidenciar una medición de fuerzas de cara a las elecciones parlamentarias que se celebrarán dentro de algunos meses.
Como se recordará, Irán fue también objeto hace algunas semanas de manifestaciones populares en contra del régimen. Las protestas en el mundo árabe fueron un estímulo para la población iraní descontenta con su gobierno, pero la represión brutal de los manifestantes por la Guardia Revolucionaria y los cuerpos basij apagó la rebelión.
Ahora lo que aparece es una fractura entre los miembros de dicho gobierno sin que por lo pronto se pueda predecir en qué va a desembocar. Lo que sí es evidente es que las convulsiones que actualmente aquejan a la región toda tienen la capacidad de poner en jaque al status quo imperante durante tanto tiempo en Irán. Este es un país que ha desarrollado una política de exportación de su revolución islámica de corte chiita y que ha conseguido hacer avanzar sus intereses de manera significativa. El que uno de sus grandes aliados, el presidente Bashar
al-Assad, de Siria, esté en posibilidad de caer por la presión popular e internacional es un elemento adicional que sin duda afecta a la estabilidad iraní hoy por hoy amenazada no sólo por el descontento de su propio pueblo, sino también por las fracturas evidentes entre sus máximos dirigentes nacionales.
Fuente: Excélsior
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