El 18 de junio próximo se celebrarán elecciones presidenciales en Irán y es, hasta ahora, a menos de un mes de esos comicios, que el público iraní y el mundo saben quiénes contenderán por el puesto. Una situación extraña, ya que sólo quedan tres semanas de tiempo a los candidatos para realizar campañas. Pero la situación es aún más peculiar porque los siete aspirantes que estarán en las boletas son producto de una elección a puerta cerrada del Consejo de Guardines de la Revolución, cuyos doce miembros son responsables de determinar quién sí y quién no podrá competir. Es sabido que en ese proceso la última palabra la tiene el ayatola Khamenei, autoridad máxima sin cuya aprobación nada se mueve en Irán.
Siete han sido los elegidos según se ha anunciado esta semana. Lo más notable es que, de ellos, cinco son figuras pertenecientes al bando conservador y dos al de los moderados, sin que aparezca ningún representante de la corriente reformista a la que pertenece el actual presidente Mohammad Rohani. Dos de los políticos cercanos a Rohani, Ali Larijani, exvocero del parlamento, y Eshaq Jahangiri, actual vicepresidente, esperaban figurar entre los siete elegidos, pero fueron vetados.
Aún así, con todo y su decepción a cuestas, ambos manifestaron su acatamiento a la decisión del consejo e instaron al público a acudir a las urnas, porque se prevé un fuerte abstencionismo dado que la competencia ha perdido interés ya que está cantado que la corriente conservadora ocupará la presidencia. Sólo uno de los aspirantes reformistas más atrevidos, de nombre Mostafa Tajzadeh, criticó abiertamente la elección de los candidatos al declarar que las descalificaciones hechas por el Consejo de Guardianes “hacían las elecciones no competitivas y sin significado” además de que acusó al organismo elector de violar los derechos del pueblo y manipular a modo la elección. Otro personaje que protestó por su exclusión, pero desde la trinchera conservadora, fue el expresidente Ahmadinejad, quien aspiraba a volver a ocupar la silla.
Así las cosas, quien se perfila como el favorito para ganar la presidencia es un conservador de nombre Ibrahim Raisi, jurista islámico de 61 años de edad, con larga participación en diversos puestos dentro del poder judicial iraní. Incluso se le ha mencionado frecuentemente como un posible sucesor del ayatola Khamenei.
Es interesante que al mismo tiempo que Irán se apresta a elecciones presidenciales, siguen en curso en Viena las rondas de negociaciones indirectas entre Irán, por un lado, y las seis potencias que habían suscrito con el país persa el acuerdo sobre el desarrollo nuclear de 2015 en época de Obama. Como es sabido, Donald Trump abandonó ese acuerdo en 2018 y reimpuso severas sanciones a Irán, con devastadoras consecuencias para la economía iraní. Como respuesta a la decisión de Washington, las centrifugadoras iraníes reiniciaron el enriquecimiento de uranio en niveles no permitidos, bajo el argumento de que si Estados Unidos había violado el acuerdo firmado, Irán no tenía por qué seguir respetándolo. Las tensiones y el lenguaje amenazante volvieron a imponerse en consecuencia, pero con el inicio de la presidencia de Joe Biden, el abordaje norteamericano al problema con Irán retomó la línea que prevaleció antes de Trump.
Es así como desde hace un par de meses hay pláticas en la capital austríaca a fin de revivir el acuerdo de 2015. El vocero del Ministerio de Relaciones Exteriores de Irán, Saeed Khatibzadeh acaba de declarar que hasta el momento ha habido un considerable progreso y que está próximo un acuerdo siempre y cuando Washington retire primero las sanciones. Al respecto, parece haber ya un consenso entre Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania y Francia acerca de cuáles sanciones retirar, pero aún se registra un regateo entre las partes en conflicto en torno a ese tema y a varios detalles más.
La fecha de las elecciones presidenciales iraníes ya tan próxima constituye sin duda una fuerte presión para que las negociaciones en Viena culminen con éxito en el cortísimo plazo. Ambas partes saben que en caso de no ser así, el ascenso a la presidencia iraní de un presidente conservador, tal como se vislumbra que será, podría echar abajo los avances conseguidos, con un retorno a la situación de riesgo que significa un Irán empeñado en hacerse de un arsenal nuclear. Para los equipos negociadores, el tiempo apremia.
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