Ironía, modo de la comprensión

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No podríamos sobrevivir sin conceptos generales, sin generalizar, sin creer. Tenemos un problema y, claro, queremos resolverlo no sólo con eficacia, sino también con velocidad y sin gastar demasiados recursos, ora materiales, ora energéticos. Hay problemas, por ejemplo, que pueden postergarse hasta la dilución. Es un problema no tener una corbata adecuada para la fiesta que se avecina, pero podríamos, para resolverlo, decidir no ir a la fiesta. Pero al decidir la moral empieza a hacer su labor. La moral, lo ha demostrado Nietzsche, hace que la razón sea astuta, que trabaje a favor de la sinrazón. A tal operación mental Hegel le decía “List der Vernunft”, “Astucia de la Razón”. Pensamos, remordidos, que por no ir a la fiesta perderemos algo, una amistad, un amor, una oportunidad comercial o simplemente un gran momento. ¿Qué hacemos después de pensar tales patrañas? Ir a la tienda y comprar una corbata.

La corbata representa, diría Kant, un problema “dado”, mientras que la inasistencia a la fiesta representa un problema “inferido”. Confundimos, nos dice el autor de la `Crítica de la Razón Pura´, los problemas “dados” con los problemas “inferidos”. No tener una corbata adecuada no es igual a no tener algunas corbatas adecuadas, y no tener algunas corbatas adecuadas no nos convierte en monstruos antisociales. Podríamos ir a la fiesta con una corbata horrible, pero al fin y al cabo corbata; o podríamos pedir prestada una corbata y arreglar el asunto; o podríamos ir sin corbata. Carroll mandaría a la corbata a la fiesta o haría que la fiesta no fuese de corbata. Nuestro problema, nótese, puede ser resuelto de varias maneras; o sea, el problema es una situación que se conoce mediante la “inferencia”. Toda inferencia representa una serie de opciones. Los problemas, entonces, pueden entenderse, verse, darse, o pueden comprenderse, pensarse, inferirse. Pensamos con el lenguaje, articulando palabras y proposiciones; y tales sintagmas mentales, para adecuarse a la situación arrostrada, necesitan un “tono”, un “modo”.

G. Scholem quejábase del tono ligero que Hannah Arendt había usado para describir la condición judía; Arendt, defendiéndose de Scholem, arguyó que su tono ligero obedecía a una necesidad de ironía. Harold Bloom, en algún texto, sostiene que la ironía es parte fundamental de la literatura, pues sólo la ironía connota comprensión profunda, una racionalidad honesta y astuta a la vez. Cuatro autores, maestros míos, representan dicha comprensión profunda o irónica, y son: Rafael Cansinos Asséns, Manuel García Morente, Marcelino Menéndez y Pelayo y Franz Kafka. Recuerdo que Goethe decía que hay tres tipos de traducción literaria: la literal, la alegórica y la espiritual. La literal busca encontrar sinónimos, por decirlo de algún modo; la alegórica, por su lado, busca encontrar similitudes entre los símbolos, trocar la luna del oriental en farol occidental; la espiritual, la más difícil, busca que el lector palestino sienta el espíritu de Rusia estando sentado en un café de Jerusalén.


Los autores citados, traductores del mundo, lograron la traducción del tercer tipo, pues fueron hombres honestos, tanto, que su honestidad cayó en la ironía. La ironía deviene cuando nos alejamos espiritualmente de un problema, sí, aunque estemos cerca de éste corporalmente. Ironizar es fingir, es actuar por necesidad, es comprender simulando locura. Arendt, en un texto de 1943 llamado `Nosotros los refugiados´, escribe: “Perdimos nuestro hogar, es decir, la cotidianeidad de la vida familiar. Perdimos nuestra ocupación, es decir, la confianza de ser útiles en este mundo. Perdimos nuestra lengua, es decir, la naturalidad de las reacciones, la simplicidad de los gestos, la sencilla expresión de los sentimientos”. El ser humano, lo ha dicho Zubiri, es un animal de “realidades”, de problemáticas, esto es, de “inferencias”, pues lo “dado” antes es una impresión que un problema, una imagen que un discurso. Los problemas humanos se hacen, lo señala Arendt, de cotidianeidad (día a día), de ocupaciones (día laboral) y de lenguajes (labor especializada).

La cotidianeidad está hecha de personas y de situaciones, mientras que nuestra ocupación nos somete a objetos y máquinas y nuestro lenguaje a creencias y costumbres. Cansinos, como Kafka, quería conocer todas las llaves para abrir todas las puertas; Morente, como Menéndez, quería conjeturar lo que había en todas las puertas para no verse en la necesidad de conocer todas las llaves. Los dos primeros hombres amaban la variedad, la “inferencia”, lo intrincado; los dos segundos, en cambio, amaban la uniformidad, lo “dado”. Kafka, como Cansinos, fue un creador; Menéndez, como Morente, fue un comprendedor. Pero, ¿no es necesario comprender antes de crear y crear para realmente comprender? Deducción es comprender para luego crear, e inducción es ir creando para ir, al paso, comprendiendo. “Mientras no haya terminado mis estudios de inglés y no tenga un conocimiento suficiente de la práctica comercial, dependeré por completo de la bondad”, nos dice Karl Rossmann, personaje de la novela `El desaparecido´, de Kafka.

Rossmann, como Arendt, perdió en llegando a New York su cotidianeidad, su ocupación, su lengua. Pienso que Cansinos, Morente, Menéndez y Kafka, grandes traductores, sentían que carecían de patria, de idioma y de trabajo útil. España, para Menéndez, era una ruina vituperada por extranjeros; para Morente, la filosofía española era insuficiente, y por eso, supongo, “traducía admirablemente del francés y el alemán” a “Leibniz, Kant, Spengler, Husserl, los diez volúmenes de la Historia Universal de Walter Goetz”, según nos cuenta Julián Marías; para Cansinos lo católico no alcanzaba, y por tal se hizo judío; y para Kafka, de todos es sabido, el mundo era una tiranía que había que comprender, al menos, con la imaginación. Orígenes, citado por Scholem en `La cábala y su simbolismo´, nos cuenta que un sabio hebreo decía que “las Sagradas Escrituras se asemejan a una gran casa con muchísimos aposentos, y que delante de cada aposento se encuentra una llave, pero no la que conviene”. ¿Quién conoce el secreto de las llaves?

Como los cabalistas, respondamos con citas sagradas (Eclesiástico 1:9-10): “Es el Señor quien creó la sabiduría,/ la vio, la midió/ y la derramó sobre todas sus obras./ Se la concedió a todos los vivientes/ y se la regaló a quienes le aman”. Dios conoce el secreto y lo puso en todas sus obras. ¿En qué obras es más fácil conocer el secreto? En los discursos, que son llaves. ¿Qué puertas se abren con éstas? Las de las inferencias. ¡Hemos caído, como imaginaban los medievales, en un infierno circular kafkiano! Kafka, como Cansinos, fue un “viviente”, un incrédulo con sobresaltos de fe; Morente, como Menéndez, fue un “amador”, hombre de fe con sobresaltos de incredulidad.

Julián Marías, en su artículo `El nivel de Manuel García Morente´, dice: “Su mente receptiva y llena de curiosidad intentaba comprender las doctrinas ajenas, apoderarse de ellas y asimilarlas”. Morente, según Marías, “no fue lo que suele llamarse un `creador´, ni pretendió serlo”. Menéndez, como Morente, pensaba (citado por Farinelli en su texto `La labor y la figura intelectual de Menéndez Pelayo´): “Cada nuevo sistema es un organismo nuevo, y como tal debe estudiarse, aceptando íntegramente la historia y llegándonos a ella con espíritu desapasionado”. El creyente está seguro en su fe, y por tal la prosa de éste es árida, seca, simple; en parangón, la prosa del que no cree es tensa, compleja, tiene “ritmo de plegaria o quejumbre”, como dijera Borges al explicar la estilística de Cansinos. El mal, que siempre es cosa “dada” o sin raíz, astucia sin razón, es banal para el creyente, que vive infiriendo. Espero que este texto, urdido para abrir los caminos de la reflexión filosófica, sea leído por tolerantes y que no sea mal interpretado, pues sé “que no son todas las personas tan discretas que sepan poner en su punto las cosas”…

Acerca de Edvard Zeind Palafox

Edvard Zeind Palafox   es Redactor Publicitario – Planner, Licenciado en Mercadotecnia y Publicidad (UNIMEX), con una Maestría en Mercadotecnia (con Mención Honorífica en UPAEP). Es Catedrático de tiempo completo, ha participado en congresos como expositor a nivel nacional.

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