24 de julio de 1991: Muere Isaac Bashevis Singer, cronista de un mundo desaparecido

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El complejo y devastador siglo XX europeo tuvo entre sus muchas consecuencias una gran marea de cambios que harían que muchas cosas establecidas durante siglos jamás volvieran a ser como antes, dejando terreno abonado para que escritores y artistas pronunciaran bellos cantos de cisne sobre formas de ver y entender el mundo de las que hoy apenas queda el recuerdo. Este fue el caso, por partida doble Isaac Bashevis Singer, un nómada cultural cuya única patria estable y a la que se mantuvo siempre fiel fue su lengua, el yídish, a la que prestó tan buen servicio que terminó convirtiéndose en el único representante del Premio Nobel de Literatura que escribió en un idioma sin patria. Y es que buscar otro tipo de referente para Singer que no fueran su lengua y su cultura es tarea complicada. Y si no, juzguen.

Para empezar, ni siquiera está clara su fecha de nacimiento. Canónicamente se afirma que fue en 1904, aunque nunca se ha sabido muy bien en qué día. El propio Singer dijo que fue un 14 de julio, pero todo su rastro ha desaparecido de la historia (dicho día, en la escuela, un compañero le dijo que era su aniversario, el niño Singer se entristeció y le preguntó a su madre cuándo era el suyo y ambos decidieron que el mismo). Aunque también se ha dicho que en realidad daba de joven ese año para evitar el servicio militar y que la otra fecha probable de su nacimiento es el 21 de noviembre de 1902. Lo que sí parece claro (y no el todo, pues podría ser Leoncin) es el lugar, Radzymin, un pequeño pueblo polaco cercano a Varsovia que en esa época era parte del Imperio ruso, aunque la influencia cultural provenía de otro imperio ya desintegrado, el Austrohúngaro. Tras recalar en la capital polaca, Singer emigraría a Estados Unidos en 1935 para no volver nunca a Europa, pues moriría en Miami en 1991.

Por todo ello no es extraño que, como decíamos, su nacionalidad no sea polaca o estadounidense, sino netamente judía. Nunca escribió en polaco, y terminó su vida siendo ciudadano norteamericano, pero apenas escribió en inglés. La gran mayoría de sus libros fueron escritos en yídish, que no es un idioma canónico de verdad, sino un lenguaje mezcla de alemán y hebreo con aportación de algunos otros: una lengua del exilio apoyada y promocionada por un puñado de centenares de miles de lectores, aunque, en caso similar al judeoespañol, ya en vías de extinción, tras haber alcanzado algún esplendor, sobre todo en el exilio americano.


“La gente me pregunta a menudo por qué escribo en una lengua moribunda, y quiero explicarlo en pocas palabras”, aseguraba en 1978 su discurso de aceptación del Premio Nobel, que comenzó en yídish y terminó en inglés. “Creo en la resurrección. Estoy seguro de que millones de cadáveres que hablan yídish se levantarán de sus tumbas un día y su primera pregunta será: “¿Hay algún nuevo libro en yídish para leer?”. Para ellos el yídish no estará muerto”, bromeaba Singer, quien en otro momento del discurso afirmaba, más solemne: “el yídish es el idioma de la diáspora, sin tierra, sin límites, que no depende de ningún gobierno. Es una lengua donde no existen palabras que definan a las armas o a las estrategias de guerra. Fue una lengua fortalecida por los judíos de los guetos y ellos son el verdadero pueblo del libro. El gueto no fue solo el refugio de una minoría perseguida, sino un gran intento de paz, autodisciplina y humanismo. En yídish se pueden hallar expresiones que reflejen el placer, el amor a la vida, las esperanzas mesiánicas, la tolerancia, y una profunda valoración de la singularidad humana. En yídish hay humor y valoración de cada día de la vida, de cada pequeño éxito, de cada encuentro de amor, y sabe sobreponerse a las fuerzas de la destrucción”.

Palabras del pasado

Pero más allá del idioma, la literatura de Singer vive de la nostalgia, de la recreación de su infancia y juventud y de la memoria de todo un pueblo, esa próspera comunidad judía centroeuropea cuya cultura produjo, mientras duraron cierta tolerancia y libertad religiosa, valiosas obras de arte, literatura y arquitectura, así como un ingente folclore del que beben sus novelas y relatos. También narra magistralmente las tribulaciones de la fe. Hijo y nieto de rabinos, su familia planeaba para él un futuro como estudioso de la religión, pero los intereses de Isaac estaban alejados de la ortodoxia judía. Comenzó a leer a Platón, Aristóteles y Kant, pero fue Baruch Spinoza quien le fascinó por ofrecer una concepción diferente del mundo y una literatura más libre.

En su inclinación a la literatura también hay antecedentes familiares. Sus dos hermanos, Esther Singer Kreitman e Israel Yehoshua también fueron escritores. Fue este último, que se había convertido en periodista, quien le ofreció trasladarse a Varsovia y después a Estados Unidos, cuando la amenaza de invasión alemana de Polonia ya era densamente real. En Nueva York, Singer comenzó a trabajar para la Jewish Daily Forward, un periódico en yídish dedicado a temas de interés general para sus lectores recién inmigrados. También publicó serializada su primera novela Satán en Goray, una historia que comienza a partir de los acontecimientos del siglo XVII relacionados con el falso mesías Shabatai Zevi y ofrece una imagen de la fiebre mesiánica que se extendió entre los judíos en esos años.

Aunque no se definía como un nostálgico, el escenario de gran parte de sus trabajos era su Polonia natal, y la escritura se dirigió a las preguntas existenciales y espirituales a través de cuentos y parábolas. Estos trabajos llamaron la atención de un número de escritores estadounidenses, incluyendo Saul Bellow, Irving Howe o Philip Roth, pero fue en gran medida el primero, el encargado de traducir la obra de Singer. A lo largo de la década de 1940, su reputación comenzó a crecer entre los muchos inmigrantes judíos. Después de la Segunda Guerra Mundial y de la destrucción de la vida judía en Europa, las reflexiones en torno a la identidad tanto colectiva como personal impregnan su literatura, donde comparten espacio temático con el conflicto de los exiliados entre las tradiciones de su fe y el empuje del laicismo moderno.

Retazos de memoria

En 1950 produjo su primera obra importante, La familia Moskatuna saga familiar al estilo de Los Buddenbrook de Thomas Mann, que narra la historia de una familia judía polaca del siglo XX antes de la guerra. Siguió a esta novela una serie de cuentos que fueron bien recibidos, incluyendo su famosa obra, “Gimpel, el tonto”. En los 60 publicó algunas de sus novelas más famosas, como Enemigos, una historia de amor de supervivientes del holocausto en la cual dirimen sus propios deseos con las complejas relaciones familiares y la pérdida de la fe, o El mago de Lublin. Otras obras clave de Singer son El esclavoSombras sobre el Hudson, sus memorias Amor y exilio o las colecciones de relatos Un amigo de Kafka y La muerte de Matusalén y otros cuentos.

Precisamente una selección de sus Cuentos, hecha en 1981 por el propio autor, acaba de ser rescatada por Lumen hace unas semanas. Casi medio centenar de historias, vidas, peripecias, anécdotas… que nos transportan hasta el último rincón del mundo judío de Singer, ya en los guetos de pequeñas aldeas, ya en los de Varsovia o en Nueva York, para mostrarnos través de la singularidad judía la universalidad de la condición humana. Temas clásicos como dios, la muerte, la fe, la distinción entre realidad y ficción y el poder de la palabra son enfrentados de forma moderna en el sentido de que aparecen abordados de diferentes maneras en cada relato, propuestos en forma de diálogos, defendidos y atacados por igual, sin ofrecer soluciones finales. No pretende ofrecer respuestas ni análisis complejos sobre ellos.

En cuanto a la ambientación, por supuesto, entre el abanico de épocas y lugares hay temas recurrentes: la vida en Varsovia y en los shtetls, las comunidades judías rurales de Europa del este, se mezcla con la añoranza de los ancianos apostados en balcones de Miami y los encuentros de viejos conocidos en Israel o Nueva York que recuerdan a una persona de otro mundo. A menudo hay un elemento mágico o al menos supersticioso, que convive con lo humorístico, pero en casi todos se anticipa un desenlace trágico.

Un medio para olvidar

Sorprende en su lectura un elemento ausente: Singer no menciona en ningún cuento el nazismo ni los campos de concentración de forma directa. Por supuesto, sí hay supervivientes, y algunos relatan ciertas experiencias, pero éstas nunca son lo más relevante para el relato. En su día, Singer fue criticado por no poner su pluma al servicio de quienes combatieron el nazismo, por no consignar la barbarie. Por si fuera una opción política poco radical la de escribir en yídish, es necesario entender la concepción que Singer daba a la literatura y al arte. En la nota preliminar a esta edición de relatos, el autor afirma que “el arte, en su cima más alta, no puede ser más que un medio para olvidar durante unos instantes el desastre humano”. Y por ello, un medio para olvidar no puede servir de recordatorio. Es más, debe abandonar toda pretensión de cambio, opinaba el escritor, que consideraba el suyo un oficio poco influyente. “Los escritores pueden estimular la mente, pero no pueden dirigirla. El tiempo cambia las cosas, Dios cambia las cosas, los dictadores cambian las cosas, pero los escritores no pueden cambiar nada“. Sin embargo, si pueden dejar constancia de aquello que fue, de un mundo perdido que no volverá jamás.

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