En los últimos meses, Oriente Medio se encuentra sumergido en revueltas populares. En Israel, en cambio, la verdadera revolución acontece entre nosotros desde hace mucho tiempo. Es una rebelión plena de fervor ideológico, mucho más poderosa que cualquier manifestación ocasional.
Se trata de una revolución que los historiadores definirían como pre-sionista, que intenta socavar sistemáticamente cualquier indicio de israelismo, que lucha por deshacer toda acción encaminada a establecer un estilo de vida normal en el Estado judío y democrático y que pretende llevarnos de vuelta hacia una teocracia, potenciando la mentalidad del gueto.
En nuestra “única isla de estabilidad y cordura en la zona” los estudiantes del Seminario Rabínico Merkaz Harav y los seguidores del rabino Dov Lior, quien fue investigado por la policía bajo sospecha de incitar al racismo y a la violencia, decidieron que “rabino se mira pero no se toca” y enfrentaron físicamente la realidad callejera. Marcharon con ira mostrando un espíritu de lucha no inferior al de la Plaza Tahrir en El Cairo e intentaron tomar por asalto el edificio de la Corte Suprema de Justicia.
Este tipo de insurgencia está cocinándose entre nosotros a fuego lento durante décadas, haciéndose cada vez más fuerte al no haber una contrarrevolución, y recibiendo apoyo por parte del propio régimen. A veces toma la forma de recios activistas de extrema derecha; otras, la de rabinos o soldados de Tzáhal con kipá; y en ocasiones, la de políticos de saco y corbata.
Algunas veces se hace pasar por el anacrónico impulso en la construcción de asentamientos en Judea y Samaria; otras, como la única protectora del carácter judío del Estado a través de la exclusión de cualquier sector minoritario. Sus slogans más grotescos incluyen siempre nuestras “inmediatas necesidades de seguridad”, utilizando los asentamientos como cuña para poner fin a cualquier posibilidad de negociación, y “la libertad de expresión” como medio para silenciar voces y perseguir a presuntos periodistas que se atreven a no pensar como el Dios de ellos mandan. Pero por debajo se encuentra siempre la misma intención: tratar de aniquilar todo lo que tenga alguna característica netamente israelí no relacionada directamente con la halajá.
Recientemente, tal como corresponde a una verdadera revolución que no desconoce el terror, la incitación y la intimidación, volvió a enfocarse sobre personas en instituciones concretas; funcionarios cuyo silenciamiento ayuda a promover sus intereses a la vez que infunde el miedo en otros: miembros centrales de la Fiscalía General del Estado, comandantes de Tzáhal en Cisjordania y en el Estado Mayor y jueces del Tribunal Supremo.
Al igual que en cualquier otra revuelta en la región, también aquí es imposible saber cómo habrá de concluir este trabajo de provocación sistemática, aunque nuestra experiencia no muy lejana nos enseña lo que las llamas del asesinato político son capaces de hacer.
Sin embargo, constituye un rasgo característico de nuestro primer ministro – quien siempre se apresura en afirmar que Israel es “una isla de estabilidad y cordura en la zona” al mismo tiempo que niega cualquier iniciatica diplomática posible – el haberse tomado demasiado tiempo para expresar su apoyo al “estado de derecho” tras el asalto de los seguidores de Lior a la Corte Suprema.
Pero, ¿qué es lo que nos sorprende? Después de todo, hace tan sólo unas semanas atrás Bibi estaba de su lado, calificándolos en la Knéset como “la unidad de avanzada que marcha delante de la tropa”, y declarando haber llevado con él “su mensaje” al Congreso de EE.UU.
Entonces tal vez sea ese el secreto de la fuerza creciente de la revolución pre-sionista. No se trata solamente de una simple protesta callejera; está inspirada en la mismísima retórica que llega desde el gobierno de Jerusalén.
Nuestra milenaria historia nos enseña que en dos oportunidades la soberanía judía en la Tierra de Israel fue destruida y sus habitantes condenados al exilio. En ambas se destacan el fundamentalismo radical, la negación del diálogo y los intentos de desacreditar instituciones nacionales internamente y ante potencias extranjeras.
Si nuestra indiferencia persiste, la revolución actual, de mantener sus objetivos, puede llegar a ser la causa principal de la caída del “Tercer Templo”.
*Alberto Mazor es Director de www.argentina.co.il y www.semana.co.il .
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