El constante y áspero forcejeo entre Netanyahu y Gantz como líderes de una frágil coalición gubernamental en Israel hoy conduce a un infeliz y grave resultado: un cuarto torneo electoral cuyo costo se estima en 40 millones de dólares, circunstancia que acentuará la parálisis económica y el masivo desempleo que en conjunto pondrán en aprietos la estabilidad del país. En estas circunstancias, la derecha liberal y el incremento de la desigualdad social se antojan hoy irrefrenables.
Se recordará que el término derecha tiene origen en los días de la Revolución francesa cuando los súbditos fieles a la monarquía tomaban asiento en este lado de la convención parlamentaria. En posición, sus rivales se agrupaban a la izquierda exigiendo la institución de un régimen liberal e igualitario. Términos que con pertinentes alteraciones todavía son útiles en estos días para calificar regímenes y preferencias electorales.
En esta perspectiva, la derecha ideológica se inclina hoy a prevalecer en el escenario ideológico y político de Israel. Sus primeros pasos ya fueron dados por Benjamín Netanyahu – líder indisputable del Likud en los últimos quince años – a través del sostenido aliento de la iniciativa privada y de la libre competencia en los mercados. El resultado: la profunda y creciente desigualdad en el reparto del ingreso no sólo en los mercados laborales; también en los políticos y burocráticos.
Un ejemplo: en estos días un miembro de la Knesset tiene un ingreso veinte veces superior al salario mínimo, sin excluir los generosos beneficios que gozará el resto de sus vidas.
Esta configuración se acentuará si como resultado de la puja electoral de marzo se levanta el próximo año una coalición conformada por Guidón Saar y Naftali Bennet que desalojaría a Bibi y a su partido Likud. Estos dos líderes coinciden en alentar la colonización acelerada de los territorios conquistados en la Guerra de los Seis Días al tiempo que niegan la posibilidad de un estado palestino independiente.
Actitud que pondrá en peligro no sólo la relativa estabilidad de las relaciones que hoy se conoce entre Israel y la Autoridad palestina localizada en Ramallah. Cabe anticipar que los promisorios nexos que se han establecido en los últimos meses con diferentes países árabes incluyendo a Marruecos se debilitarán si un nuevo gobierno desaloja a Netanyahu.
Por otra parte, los partidos de la tradicional izquierda – empezando por el Laborista heredero del Mapai que modeló la fisonomía del país en las primeras dos décadas de su nacimiento- conocerán un dolido colapso. En contraste, la minoría árabe probablemente mantendrá su perceptible presencia parlamentaria.
Difícil escenario que fluye de la obsesiva resistencia de Netanyahu a presentarse ante los tribunales con el fin de responder a diversas acusaciones por delitos que habría cometido. En cualquier caso, ya no podrá eludir su presentación ante los jueces. Claramente, una probable coalición Saar-Bennet – que significaría el brote de una nueva generación en el liderazgo del país- no se inclinará a ser cómplice de su evasión.
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