Israel: la dinámica de la violencia

Por:
- - Visto 784 veces

El intento de una flotilla de barcos turcos por romper el bloqueo de Egipto e Israel a Gaza provocó una violenta y torpe reacción israelí así como una estridente condena internacional. Daniel Gascón estudia las aristas de un conflicto marcado por la propaganda, la incomprensión mutua y la espiral de la violencia.

Flotilla

El asalto por parte del ejército israelí a la flotilla que intentaba romper el bloqueo sobre Gaza fue una chapuza sangrienta. Todavía quedan datos por conocer y las versiones son contradictorias. Hay juristas que dicen que un país puede intervenir en aguas internacionales para defender un bloqueo legal, e Israel asegura que sus soldados actuaron en defensa propia. Pero sin duda la operación estuvo mal diseñada. En otras ocasiones, el ejército israelí ha dejado pasar los barcos o ha impedido que llegaran a Gaza sin abordarlos. El asalto al Mavi Marmara puso en peligro la vida de sus soldados, provocó la muerte de nueve civiles y la condena internacional.


La flotilla no era una expedición humanitaria sino una provocación propagandística, organizada por Gaza Freedom March y la turca Insani Yardim Vakfi, que numerosos organismos han vinculado al fundamentalismo islámico y a Hamás. A Gaza, bloqueada desde el ascenso al poder de este partido en 2007, entra ayuda humanitaria por tierra, así que los activistas podrían haber empleado ese medio para enviar asistencia. Podrían haber aceptado las ofertas de inspección y distribución de Israel y Egipto, los dos países que mantienen el bloqueo, o recurrido a las misiones internacionales en el territorio. En principio, una iniciativa humanitaria preferiría entregárselo a ellas en vez de a una organización de ideología totalitaria (el 3 de junio el coordinador de Naciones Unidas para el proceso de paz en Oriente Medio Robert Serry denunció el asalto y saqueo por parte de Hamás a oficinas de organizaciones no gubernamentales en Gaza City y Rafah). En la flotilla iba gente comprometida con la paz. Pero también había otras personas dispuestas a combatir, e incluso a convertirse en “mártires”. A los organizadores cualquier cosa les venía bien. Si los barcos llegaban, era una victoria. Si no lo hacían, tampoco les perjudicaba. Como señalaba una declaración previa de Gaza Freedom March, “una respuesta violenta por parte de Israel dará nueva vida al movimiento de solidaridad con Palestina, centrando la atención sobre el bloqueo”.

La intervención israelí desató una oleada de protestas en todo el mundo. Algunas eran críticas legítimas y peticiones de información. También ha habido reproches de países que no pueden dar lecciones de casi nada, de Estados que no condenan acciones más graves, y otras reacciones rayan el absurdo. El escritor Henning Mankell, que viajaba en la flotilla, ha escrito que está pensando en retirar sus obras del país. En Madrid los organizadores de la marcha del Día del Orgullo Gay han retirado la invitación a una asociación gay israelí, porque no pueden garantizar su seguridad y porque las instituciones que patrocinaban su visita –como el ayuntamiento de Tel Aviv– no han condenado el ataque contra la flotilla. Al margen de la humillante o cínica concesión a la violencia que supone el argumento de la seguridad, vemos que quienes critican los castigos colectivos deciden vetar a los ciudadanos de un país, y que unos supuestos defensores de la libertad atacan al Estado que más derechos otorga a las mujeres y los homosexuales en su región.

El asalto ha provocado una moción de censura, la relajación del bloqueo, la creación de una comisión de investigación y ha deteriorado la imagen del país. Una de las consecuencias más graves es la tensión entre Israel y Turquía, su aliado histórico. Aunque ese país tampoco es un amigo muy recomendable. Turquía –que pertenece a la otan, sigue sin reconocer el genocidio armenio y persigue a quienes hablan de él– intenta ganar prestigio entre los países musulmanes y convertirse en un poder regional. Su primer ministro se esfuerza en socavar el laicismo del país, ha firmado junto a Brasil un acuerdo nuclear con Irán y ha defendido al presidente de Sudán, acusado de organizar crímenes contra la humanidad en Darfur, con el sorprendente argumento de que los musulmanes son incapaces de cometer genocidio. Turquía e Irán se han ofrecido a escoltar nuevos barcos que intenten romper el bloqueo.

El gobierno israelí parece cada vez más aislado. Se siente rodeado de enemigos e incomprendido por la comunidad internacional, y pierde la batalla mediática. Sus actuaciones reciben críticas más duras que las de otros gobiernos y la única democracia de Oriente Medio se ha convertido en la bestia negra de la izquierda mundial, que parece más dispuesta a condenar sus crímenes que las atrocidades de regímenes mucho más liberticidas. En las capitales europeas se ha escrito y protestado más por el asalto al Mavi Marmara que por la represión tras las fraudulentas elecciones iraníes del año pasado, por los millones de muertos en la guerra del Congo o el reciente hundimiento de un submarino surcoreano por parte de Corea del Norte que costó la vida a 46 personas. Se presenta a Israel como un país paranoico, histérico y violento; se le acusa de opacidad, de llamar antisemitas a sus críticos y de estar obsesionado con el Holocausto. Libération habló de un Estado pirata, y hemos visto muchas comparaciones entre el sionismo y el régimen del apartheid y el nazismo (en un chat con el periódico Público el español David Segarra, que viajaba en la flotilla, limitaba el paralelismo al apartheid, y pedía no abusar de “la memoria de las víctimas de la segunda guerra mundial entre las que hay 20 millones de rusos y 6 millones de judíos”, una equivalencia entre los muertos de una guerra durísima y un exterminio sistemático que es una forma clásica de relativizar el genocidio, y de deslegitimación). Hay una visión romántica del desdichado pueblo palestino, y se olvida que en Gaza la población también sufre a Hamás, una organización terrorista fundamentalista bajo la que ningún ciudadano de una democracia liberal querría vivir ni un segundo. Hamás suscribe la superchería de los Protocolos de los sabios de Sión, ha lanzado miles de cohetes contra los civiles israelíes y no quiere una solución de dos Estados, con las fronteras anteriores a 1967, sino la destrucción del Estado de Israel. Con esa premisa es difícil llegar a un acuerdo.

El doble rasero internacional y las amenazas que sufre Israel tampoco deben impedir las críticas a sus errores, ni preocuparse por la derechización de parte de su sociedad, por el ascenso del fanatismo religioso entre los colonos, por las declaraciones racistas de Lieberman y las acciones de un gobierno que parece peligrosamente ensimismado, o preguntarse por la conveniencia de mantener un bloqueo que dificulta los ataques pero castiga a la población de Gaza y enriquece a los contrabandistas. Israel tiene derecho a defenderse y no puede renunciar a la fuerza, pero, como Amos Oz, creo que a la idea del fanatismo no sólo se la derrota por la fuerza, sino también con otra idea mejor, y que un acuerdo con Mahmud Abbas y su gobierno de cara a la creación de un Estado palestino –con las fronteras anteriores a la Guerra de los 6 días, la capital en Jerusalén Este, retirada de asentamientos e intercambios de tierras– contribuiría a aislar a Hamás y sus ideas asesinas. Parece complicado y han fracasado varios intentos, pero sería la forma de alcanzar, en palabras del filósofo israelí Avishai Margalit, no una paz justa –en nombre de la cual a veces pueden cometerse aberraciones tremendas– sino sólo una paz.

Deja tu Comentario

A fin de garantizar un intercambio de opiniones respetuoso e interesante, DiarioJudio.com se reserva el derecho a eliminar todos aquellos comentarios que puedan ser considerados difamatorios, vejatorios, insultantes, injuriantes o contrarios a las leyes a estas condiciones. Los comentarios no reflejan la opinión de DiarioJudio.com, sino la de los internautas, y son ellos los únicos responsables de las opiniones vertidas. No se admitirán comentarios con contenido racista, sexista, homófobo, discriminatorio por identidad de género o que insulten a las personas por su nacionalidad, sexo, religión, edad o cualquier tipo de discapacidad física o mental.


El tamaño máximo de subida de archivos: 300 MB. Puedes subir: imagen, audio, vídeo, documento, hoja de cálculo, interactivo, texto, archivo, código, otra. Los enlaces a YouTube, Facebook, Twitter y otros servicios insertados en el texto del comentario se incrustarán automáticamente. Suelta el archivo aquí

Artículos Relacionados: