Israel y los “Hooligans” de la izquierda

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El ejemplo de coherencia moral e intelectual a la izquierda anti-israelí europea la dio Nadíne Gordimer, la luchadora anti-apartheid sudafricana y premio Nóbel de literatura, negándose a boicotear el Festival Internacional de Escritores en Jerusalén.

Explicando su participación, la autora afirmó que es incorrecto e injusto pintar con la misma brocha a Israel y Sudáfrica. “Los blancos no tenían derecho a una pulgada de África, en cambio los judíos tienen derecho histórico a la Tierra de Israel, en tal sentido” -puntualizó- “no son del todo comparables: Israel no es un estado apartheid”.

Mas allá del deslinde de esa falaz analogía, Gordimer no fue “complaciente y enjuició severamente las aristas morales de la ocupación israelí de territorios palestinos -una crítica legítima, que comparten muchos en ese país y que admite discrepar. Pero de hecho, distante de quienes juzgan prejuiciada y dogmáticamente el carácter mismo y las políticas de Israel para deslegitimar su existencia, que es lo moralmente condenable, es antisemita y evaden confrontar.


La noción de raza es ajena a la historia y la ley judía. Los judíos se definen como un pueblo, de origen religioso, que se consolidó en la antigua Tierra de Israel, mantuvo su cohesión y existencia separada como una comunidad nacional-cultural en el exilio y a la cual Israel dio expresión moderna.

Moisés, el legislador y libertador de los hebreos del cautiverio egipcio, desposó a una mujer etíope. Y cuan simbólico que 3,500 años después cien mil judíos negros de Etiopía fueron rescatados del retraso y el peligro de extinción, gracias a Israel. Ellos son parte de la única sociedad democrática, multiétnica y pluralista del Medio Oriente, con una minoría árabe representada en el parlamento y el gobierno y donde judíos de más de cien países, junto a musulmanes y cristianos, de todas las corrientes, pueden expresar y profesar libremente sus ideas y creencias.

Israel es un país que no permitiría la prohibición del trasplante de órganos de personas de religiones diferentes -como ocurre en países de la región- y antes bien ser testigo del gesto del padre de un soldado israelí, fallecido en servicio, donar su corazón para salvar la vida de un paciente joven árabe de Galilea. Aunque también, desgraciadamente, ser testigo del ataque de un extremista judío a un poblador palestino y quemarle sus olívos en Hebron.

Tal es el rostro de una región y un conflicto, contaminado por el Islam radical, que sustentado en la dominación por la violencia, ha secuestrado un enfrentamiento nacional y no racial entre dos pueblos. Y cuya solución, la coexistencia de dos estados independientes, pende sobre el liderazgo palestino.

No existe precedente que Israel rechazó, “a la hora de la verdad”, propuestas de sus líderes, de izquierda o de derecha, para arribar a la convivencia pacífica con sus vecinos, alejada de apetitos territoriales. Dio su apoyo al plan de partición de Palestina, que fue rechazado por los países árabes y a los tratados de paz con Egipto y Jordania, basados en dolorosas concesiones. Y en el frente palestino, respaldó los acuerdos de Oslo, las conversaciones de Camp David y la retirada total de Gaza, que hirieron de muerte el sueño del “gran Israel” de los ultra-nacionalistas Judíos y terminó frustrada con la intifada de Arafat y el terrorismo del Hamas.

La arrogancia y el sesgo de sectores de la Inteligencia europea cuando juzga 1a “intransigencia” de Israel y su indulgencia con Hizballa y Hamas y ante el peligro de Irán nuclearizado y el expansionismo de los ayatolas -que manipulan la causa Palestina, desestabilizan la región y amenazan a Israel y Occidente- reflejan su anémica racionalidad política. Y aquellos que fabrican mitos y estereotipos de viejo-nuevo cuño antisemita y se refugian en boicots “contra la ocupación israelí”, se han convertido en los Hooligans de una Izquierda patética y postergada.

La “ocupación” terminará cuando los palestinos se liberen de las fuerzas de “dominación” de los extremistas islámicos -la amenaza común a las aspiraciones de su pueblo y a la existencia de Israel.

Son las fuerzas del fanatismo homicida islámico las que levantaron la “muralla de odio y terrorismo”, a las que Israel puso la alambrada y el concreto. Y la “cerca de seguridad” caerá cuando el código moral de la glorificación de la muerte se sustituya por el de la santidad de la vida humana.

* Eduardo Bigio es Ex-Presidente de la Comisión del Tercer Mundo del Congreso Judío Mundial.

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