Estancamiento, parálisis, son los términos que vienen a la mente cuando se hace el diagnóstico de lo ocurrido durante este año en cuanto al proceso de paz entre israelíes y palestinos. A pesar de la decisión de la administración del presidente Obama de presionar a las partes para sentarse a negociar con seriedad, el diálogo sigue brillando por su ausencia. Obama calculó mal los tiempos y las formas para conseguir arrastrar a las partes a la mesa de negociación. No previó que Netanyahu, interesado más que nada en que su gobierno sobreviviera a toda costa, iba a tener como prioridad la satisfacción de los intereses de los colonos judíos de los asentamientos y por tanto se iba a negar a prorrogar el congelamiento de la construcción de éstos, aún con el costo de irritar al gobierno de Washington y perder las ventajas económicas y de otro tipo que se le ofrecieron a cambio. Tampoco previó Obama que el apego norteamericano a la necesidad de mantener estrictamente dicho congelamiento no le dejaba espacio al presidente palestino Mahmud Abbas para exigir menos. El diálogo, en consecuencia, sigue suspendido luego de escasas tres reuniones que se registraron antes del 26 de septiembre.
Así aunque Netanyahu declarativamente sigue apoyando el proyecto de “dos Estados para dos pueblos” a conseguirse mediante acuerdos negociados, en realidad ha mantenido a lo largo del año una política que ha dejado de lado este propósito en aras de mantener a flote su coalición gobernante dentro de la cual el peso de los “halcones”, es decir, la línea dura en lo relativo al manejo del conflicto con los palestinos, es fundamental. Ello ha conducido al premier israelí a presentar posturas erráticas debido al choque evidente que existe entre las presiones de Obama y de buena parte de la comunidad internacional por una parte, y la ideología que guía al bloque que conforma su gobierno por la otra.
No cabe duda que el activismo del Hamas en la Franja de Gaza, con sus lanzamientos a territorio israelí de cohetes qassam, lo mismo que su resistencia a hacer las paces con el gobierno de Abbas que rige en Cisjordania, son elementos que fortalecen y le hacen el juego a la línea dura del gobierno de Netanyahu para negarse a realizar las concesiones necesarias a fin de avanzar hacia el diálogo entre las dos partes. Así las cosas, el impasse se mantiene. Es interesante constatar cómo dicho impasse ha recibido un estímulo adicional con el bienestar económico que se registra tanto en Israel, como en Cisjordania, ya que en ambos casos el crecimiento notable de sus respectivas economías ha funcionado como factor adormecedor de las iniciativas políticas de paz.
Aun así, aunque Mahmud Abbas parece no moverse, por debajo se desarrolla un trabajo político destinado a ganar terreno en otro ámbito. Concretamente en estas últimas semanas Abbas ha conseguido que algunos países de América Latina, como Brasil, Argentina, Bolivia, Ecuador y Uruguay reconozcan oficialmente al “Estado palestino libre e independiente” aun cuando en la realidad éste aún no exista. Se trata de generar una oleada de reconocimientos similares, de tal suerte que cobre fuerza esta tendencia y obligue al gobierno israelí de manera bastante nebulosa hasta este momento, a cambiar de postura bajo la presión que la comunidad internacional ejerza con tal propósito.
Una cosa queda clara por ahora: los radicales de ambos bandos deben estar muy satisfechos con el curso de los acontecimientos de este año.
Nada mejor para el Hamas, la Jihad Islámica, la ultraderecha israelí, el Hezbolá y el gobierno de Ahmadinejad en Irán, que el conflicto siga intensificándose para alejar así las perspectivas de acuerdos tendientes a establecer al fin un Estado palestino al lado de y en convivencia con Israel. Y esto sin duda es una triste realidad para todos los palestinos e israelíes que aspiran a poner fin al continuo derramamiento de sangre y las injusticias que han afectado a ambos pueblos durante tanto tiempo.
Fuente: Excélsior
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