El politólogo italiano Giovanni Sartori afirmaba que las elecciones funcionan como un mecanismo legitimador de los sistemas democráticos. Es decir, no sólo definen quién gobierna, también son un ritual que consolida el compromiso de los diferentes actores con el contrato social y con las reglas del juego democrático. Cuando se ataca ese ritual, cuando se deslegitiman los resultados (sin razones válidas), se está poniendo en jaque la estabilidad misma del sistema. Morena, al impugnar la elección en Jalisco, está jugando con fuego, un fuego que, si no se controla, podría consumir las bases de nuestra convivencia democrática.
Con 1,626,789 votos a su favor, Lemus consolidó su victoria frente a los 1,440,024 votos de Morena, una diferencia clara y significativa. La democracia se alimenta de esta claridad, de la voluntad popular expresada en las urnas. Sin embargo, al cuestionar el resultado de esta elección, Morena envía un mensaje preocupante: cuando el poder no se conquista por las reglas del juego, se intenta arrebatar. ¿Estamos acaso viviendo la consolidación de la transformación del PRI hegemónico del siglo pasado, en lo que hoy es Morena?
Ya en la alcaldía Cuauhtémoc, la exdiputada Alessandra Rojo de la Vega fue víctima de tácticas similares. Tras haber ganado la elección, su victoria fue anulada bajo pretextos muy cuestionables. Se le invalida la victoria, no por fallos en su campaña ni por falta de respaldo popular, sino por una avaricia política que parece no tener fin. El caso de Jalisco es un eco de esa misma lógica: si no puedes ganar en las urnas, siembra la duda, cuestiona la legitimidad y, si es posible, destruye el proceso.
En este contexto, el inicio del futuro gobierno de la Presidenta electa, Claudia Sheinbaum, queda enturbiado por este apetito desmedido de poder que su partido parece estar fomentando. La expectativa de muchos mexicanos es que su gobierno represente un nuevo comienzo, un enfoque distinto hacia la unidad y la justicia social. Sin embargo, las acciones de Morena en estados como Jalisco y la Ciudad de México parecen contradecir este mensaje. Arrebatar lo que no se pudo ganar con el voto es un acto de poder que va en contra de la promesa de un México democrático.
Max Weber, en su análisis sobre el poder y la legitimidad, argumentaba que la autoridad debe estar basada en el respeto a las reglas y a la voluntad popular. Cuando un partido o un líder intenta imponer su voluntad sin atender a estos principios, erosiona la confianza pública en las instituciones. Defender Jalisco es, en este sentido, defender un modelo de gobierno en el que el federalismo no sea una fachada, sino una realidad. No es solo una impugnación electoral más; es un ataque directo a la legitimidad de la democracia en México. Si permitimos que el poder se imponga por encima de la voluntad popular, estamos abriendo la puerta a un futuro incierto, uno en el que las elecciones se convierten en meros trámites formales, sin el peso ni el respeto que merecen.
Como bien dijo John Locke, “donde no hay ley, no hay libertad”. La Presidenta electa no necesita este ruido, y el país y Jalisco no lo merecen.
@eduardo_caccia
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