A los ocho días –de acuerdo a la tradición– el varón nacido de vientre judío es circuncidado. Ocho días, cuando lo sobrenatural –más allá de lo natural: los días de la semana, los colores del arco iris — se entroniza y gobierna. Así pues, son ocho días, más allá de lo natural, que el milagro de Januká –para algunos, contemplado como natural– se renueva año tras año.
¿Qué sería el judío sin el milagro de Januká? ¿Qué sería el calendario judío sin el milagro de Januká, cuando los Jashmonaim — bajo el mandato de Yehudá el macabeo– vencieron al ejército sirio helenizante, aparentemente invencible, y el milagro de la sacralización, tras la desacralización del Templo de Jerusalem, encontró un eco entre los judíos atenidos al milagro desde la antigüedad. Basta recordar a José, quien salvó a sus hermanos de morir tras desatada la hambruna en el Fértil Creciente; basta recordar a Moisés, quien sacó a los yehudim de tierra de Egipto, y forjó en el desierto un pueblo, una nación en libertad.
El judío –afirma Isaac Bashevis Singer– es un milagro patente.
A su juicio, quien odia al judío, odia el milagro “en cuanto el judío contradice las leyes de la naturaleza”, sobre todo tras el Holocausto.
Bashevis , hijo de Menajem Mendl y de Batsheva, salvó su vida gracias al primogénito de la familia, Israel Yehoshúa, –autor de Los hermanos Ashkenazi y de La familia Carnovsky, obras magistrales de todos los tiempos– quien residía en la tan ansiada Amérike con su esposa y su hijo. Gracias a un certificado “milagroso” –cuando el obtenerlo era más que buena suerte, un milagro– el milagro se concretó e Isaac Bashevis Singer no sucumbió en el Holocausto, como su madre y su hermano, el benjamín de la familia.
En 1978 el mundo atestiguó un nuevo milagro: la entrega del Premio Nobel a Isaac Bashevis Singer, salvado del nazismo, cuya obra fue escrita en la lengua de los judíos del este de Europa, “pulida como taza de plata” –como aseveró el galardonado autor idish–. Por cierto, el protagonista de “Milagro” –cuento de Bashevis, incluido en La imagen y otros cuentos— alude a los poderes que juegan con los mortales, “como si de soldados de plomo o muñecas se trataran”. A sus ojos, “La vida, el juego y los milagros, están constituidos de idéntica materia”.
En retrospectiva, en tiempos de los Jashmonaim, de Yehudá el macabeo, se dio un sobrenatural milagro: tras la expulsión del Templo de los dioses paganos, se encendió una luminaria. Y milagro de milagros, el aceite –programado para un solo día– se apagó siete días después. De aquella maravilla, nació la mitzvá de la fiesta: el encendido de velas en un candelabro de ocho brazos, llamado janukía, que –de acuerdo a Efraín Tzadof– debe ser cumplida por las mujeres, “pues ellas participaron en el milagro”. “Cada día se añade una vela, hasta completar ocho. Quien enciende dice: “Bendito sea Dios que nos santificó con sus preceptos y nos ordenó encender las velas de Januká (…) que hizo milagros con nuestros antepasados en aquellos días en este tiempo”. Las velas –agrega Tzadof– se colocan en la puerta de la casa de lado de afuera, o en la ventana que da a la calle, para que los transeúntes las vean y así difundir el milagro. Entre paréntesis, en casa del rabino Singer y de Batsheva, su mujer, Januká era la gran fiesta, la fiesta de los chicos: no faltaba el sebibón*, y las sufganiot y las latkes de papa, sumergidas en aceite para recordar un doble milagro: la libertad de culto y la libertad del pueblo judío como nación.
Notas:
*Sebibón: perinola.
*Sufganiot o pontchkes: panecillos dulces fritos en aceite y rellenos de mermelada o crema pastelera.
*Latkes de papa: tortas de papa rallada y frita en aceite hirviendo.
Bibliografía:
Tzadof, Efraím, Enciclopedia de la Historia y la Cultura del pueblo judío, Nativ ediciones, Jerusalem, 1999.
Bashevis, Singer, Isaac, “El milagro” en La imagen y otros cuentos, Nueva York, Farrar, Strauss & Girault,1985.
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