Era un día soleado en el que entraba la primavera. Aun la alberca de verano estaba cerrada, y algunos inquilinos se encontraban en la alberca de invierno.
Las flores buscaban su camino, y los días asoleaban mas temprano entre las enredaderas de crisoles y rejas azules. Era como un gran despertar.
El invierno con su gran pesadez de lluvias y famosas promesas de todos los años se había ido a otras latitudes del planeta. En Villa del Mar todos estaban contentos, aunque enojados con el director.
Los inquilinos estaban divididos, los que estaban a favor del director y los que estaban en contra. Se murmuraba en los jacuzzis que arriba en la administración se acaecían profundas corrupciones. Sin embargo al volver la primavera todos volvían a respirar, abrían los ojos lentamente como buscando la luz de los colores que se habían ocultado durante todo el invierno.
También el mar abría sus puertas a los paseantes tempraneros, las aguas de esponjas saladas aun estaban frías por la temporada, pero los más viejos asistían gustosos a bañarse en ellas, y los pescadores empezaban a salir de sus huecos.
Eran setecientas cincuenta familias, y aunque parecía el paraíso a la mayoría les hacia falta dinero, a algunos para comer, y a otros para salir en marcha a las grandes fiestas de las tiendas.
Jean Claude se dedicaba a escribir, y en la mayoría del tiempo, a investigar historias en el Internet.
Sobre la administración nadie sabía nada, nada con certeza, los libros de contabilidad estaban ocultos en fuertes cajones oscuros del alma. Se puede decir que la mente de algunos participantes de la administración también eran cajas fuertes sin código que los pudiera penetrar.
A pesar de los deberes económicos la gente en Villa del Mar eran felices, más que el resto de los habitantes del norte del país.
Villa del Mar se encontraba en la primera ruta para viajar el norte del centro del país, a un par de kilómetros de la carretera playera principal del país. La misma carretera que viajaba desde el sur hasta el norte como una serpiente costera que volvía una serie de conjuntos en una misma playa. La carretera costera abundaba en paisajes ricos en casas de techos rojizos y centros comerciales modernos. Toda la mercadotecnia americana se encontraba en las laderas de esta carretera. Los nativos sin embargo aun amaban su arraigo a la naturaleza, la amaban y la preservaban.
Villa del Mar algún día había sido un gran desierto frente al mar, entre riscos gigantes de piedra arena, colinas pastorales secas y amarillentas, al borde de un parque de casas viejas de pueblerinos oriundos.
Con el tiempo vinieron los primeros pioneros a trabajar la tierra, y entre ellos una muchacha Rusa la cual provocaba el tipo de comentarios de los que se hablaban en las regaderas. De allí el nombre de la pequeña ciudad marítima conjunta al cielo, que entre laderas las lágrimas de algunos campesinos llamaron Colinas de Olga.
Todo esto fue hace tiempo, cuando aun se labraba la tierra, antes de la cuna de las maquinas. Ahora ya todo estaba muy revolucionado, y todos trabajaban en cuestiones relacionadas a Internet. Algunos viejos aun trabajaban en imprentas, o en fabricas de papel, y decían que estaban en pleno apogeo mientras que sus hijos, internautas, se reían. No apreciaban de donde había venido todo el dinero, del sudor por el trabajo sucio, de los sacrificios impecables, de una época de colonias en las que se comía pan con mantequilla y un par de huevos eran un artículo de lujo. Los abuelos reían mientras que se burlaban de los nietos llamándolos costal de patatas.
Eso fue en otra época, en esta era todo se hacia por el Internet, y las amas de casas eran business coachers. No había un doctor o un abogado entre los inquilinos, todos eran gente que querían descansar en las playas y bañarse en las albercas mientras lavaban sus ojos en las computadoras. ¡Una sociedad de punta!
En esta sociedad de tecnología de punta, entre los jardines y la playa rocosa, los inquilinos de Villa del Mar comentaban que había corrupción allá arriba, que los deberes económicos eran incontables para sus bolsillos, y que estaban bajo la amenaza de una administración dictatorial. Quisquillaban sobre una rebelión en la alberca y en los saunas.
Mientras el sol sin enterarse de los asuntos humanos volvía a acostarse a colorear los gestos y las flores, los músicos volvían a tocar, los artistas salían a sus balcones, los pocos que trabajaban volvían a sacar sus bicicletas, aunque ya nadie iba al súper si no era en un Volvo. Y los empresarios salían debajo de las sabanas cuyas piernas habían formado grandes montañas por tanto tiempo de no moverse.
Se volvía a escuchar música, y las gaviotas revoloteaban en círculos. Aun no llegaba el verano, aun el clima era superable. En el verano hacia mucho calor y los humores cambiaban, pero no seria así este verano.
Jean Claude leía en un Sitio de scoops que un gran multimillonario llegaría a Villa del Mar a resolver todos los problemas. Al leerlo en el Internet asintió con la cabeza.
Un tycoon American con todo lo que eso implica llegara a Villa del Mar ante las posibilidades para ambas coaliciones de aminorar un tanto la crisis de las que va a depender el desarrollo de políticas de reactivación de la economía por un lado y por el otro, contener el creciente descontento social, aún muy incipiente y desorganizado. El tycoon perteneciente a la derecha política-económica Americana y podía hablar de cómo “salvar” a las Instituciones financieras de la quiebra.
Posiblemente se trataba de un nuevo director que vendría a salvar a Villa del Mar. O posiblemente de un scoop de la Junta de Inquilinos para seguir ocultando las fechorías de la presidencia. Villa del Mar no era un pueblo o una colonia, sino una Institución Financiera creada por otros empresarios de la iniciativa privada quienes habían vendido casas y terrenos al lado del mar a pequeños soñadores.
Jean Claude se iba a aventar a la alberca de invierno cuando vio que un hombre de barba con goggles multicolores lo saludaba. El hombre parecía un atleta, pero a la vez un iluminado, como un Budha. Jean Claude devolvió el saludo y salto feliz a la alberca pensando en las sobras que comería por la noche.
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