#JeSuisExtranjero o “Por una Empatía Radical”

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No hieras los sentimientos del converso ni lo oprimas, puesto que ustedes fueron extranjeros en Egipto (Shemot 22:20)

Hay una enorme diferencia entre simpatía (sentir por el otro) y empatía (sentir con el otro). Los alcances de la primera son demasiado limitados. Quien solo simpatiza con el dolor, la emoción o la causa del prójimo, rara vez llegará a la acción. Empatizar es otra historia.

Se cuenta sobre la ocasión en que Rav Jaim de Lodz tuvo que acudir a un gran empresario para buscar un donativo que le permitiera comprar leña para las familias más pobres de esa fría ciudad polaca. Rav Jaim tocó la puerta del empresario y lo mantuvo durante varios minutos en la entrada de la casa antes de aceptar pasar al interior y hacer su petición. Minutos más tarde, cuando el rabino fue cuestionado sobre su extraña resistencia a entrar, éste respondió que no tenía opción, pues solamente quien experimentaba en carne propia la inclemencia del frío y la nieve podía empatizar con la desesperada situación de quienes tenían que sobrevivir sin suficiente leña para mantenerse calientes.


Empatizar implica habitar, aunque sea por un breve periodo de tiempo, la realidad del otro. Implica utilizar la imaginación para recrear un mundo que nos es extraño e, idealmente, utilizar el conocimiento adquirido para tomar las medidas necesarias.

Pero la empatía es frágil y propensa a diferentes vicios. Es bien sabido que la tendencia es ser más empáticos con aquellos que sentimos más cercanos por cuestiones nacionales o étnicas. La desaparición en 2005 de la joven Natalee Holloway en Aruba durante su viaje de generación, por ejemplo, despertó enorme empatía entre millones de americanos que se identificaron con el sufrimiento de los angustiados padres. Pero el hecho de que todo ello haya sucedido con el (mediáticamente) silencioso trasfondo de uno de los peores meses del genocidio en Darfur pone en cuestionamiento la capacidad de la empatía para guiar al mundo hacia mejores lugares.

Paul Bloom, autor de Against Empathy, ha sido un fuerte detractor de la empatía como brújula moral por las razones antes mencionadas. Tehila Kogut e Ilana Ritov han comprobado clínicamente mucho de esto. Han simulado situaciones en las que personas deben elegir cuánto dinero destinar para ayudar a un niño y, luego, a 8 niños. Las investigadoras comprobaron que los montos eran prácticamente idénticos. Lo único que realmente disparó el monto destinado a la ayuda fue conocer información personal del niño en problemas, como su nombre, edad o fotografía. El número de niños salvados fue totalmente irrelevante. O, en las cínicas palabras de Stalin, “la muerte de un hombre es una tragedia. La muerte de millones es una estadística”.

Este fenómeno, conocido como “el efecto de la víctima identificable”, presenta un gran peligro pero también una enorme oportunidad. Identificar un sólo individuo que represente una causa parece ser mucho más efectivo que presentar la causa en toda su dimensión. Así, la historia de Malala ha hecho más por los derechos civiles de las mujeres que la presentación más elocuente de la situación general de las mujeres en Pakistán. Asimismo, la imagen del pequeño niño sirio de 3 años ahogado en las playas de Turquía cambió para siempre la manera en que muchos pensamos la tragedia de la emigración forzada; es una imagen que nada en el mundo podrá borrar de nuestra memoria.

El propio Moshé solo comienza su carrera como libertador del pueblo judío cuando se siente obligado a intervenir en el contexto de un capataz abusando cruelmente de un solo esclavo. Durante años Moshé había visto la situación desesperada de su Pueblo pero, solamente ahora, la situación desesperada tenía una historia y un rostro.

No debemos menospreciar la fuerza de las historias individuales. Es probable que para 1852 una gran parte del público americano rechazara ya la idea de la esclavitud, pero no fue hasta la publicación de “La Cabaña del Tío Tom” (con su cruda descripción de la crueldad de éste sistema), que millones de personas se movilizaron para buscar su abolición. La descripción de Dostoyevsky de la agonía vivida como preso político en Siberia propició que el Emperador aboliera ciertas prácticas, como los azotes indiscriminados.

La literatura, por cierto, es una de las herramientas más potentes para esquivar el gran desafío de la empatía: la sensación de que “ese no soy yo, ni esa es mi historia”. La literatura busca comprender las complejidades y sutilezas de la vida humana que compartimos más allá de la nacionalidad, el género o la religión. Empatizar, simplemente por el hecho de ser humanos. Por ello, dice el novelista egipcio Alaa Al Aswany, un fanático nunca podrá apreciar la literatura y quien aprecie la literatura nunca será un fanático. El fanatismo se trata de encontrar buenos y malos, de justificar a los cercanos y culpar a los extraños. La literatura, de comprender y empatizar.

Tres mil trescientos años antes del hashtag #JeSuisCharlie (y sus cientos de derivados), la Torá propuso el hashtag #JeSuisExtranjero para obligarnos a ser empáticos con el converso. Sabemos lo difícil que es ser distinto, lo doloroso que es ser rechazado y lo heroico que es elegir el camino menos transitado. O al menos, deberíamos saberlo.

Es una cruel ironía que, precisamente en el área donde la Torá nos enfrenta con la obligación de ser empáticos, hayamos perdido la capacidad de serlo. Tal vez, simplemente, no conozcamos suficientes historias individuales de personas que han elegido el judaísmo por convicción propia.

Convertir la memoria histórica en empatía es, ciertamente, una de las labores centrales del judaísmo. Para el pueblo del libro, la historia no es un relato muerto sino una fuerza creativa que nos muestra el camino hacia el cual debemos dirigirnos. En una época de radicalismos, debemos abrazar la idea de una empatía radical. Solo así podremos corregir el rumbo.

Acerca de Jonathan Gilbert

R. Jonathan Gilbert es Terapeuta Familiar y de Pareja. Es fundador de Biná, Instituto dedicado a la investigación e integración de las enseñanzas judías en la práctica psicoterapéutica.

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