En su reciente libro, “El Precio de la Desigualdad “, el premio Nobel de Economía 2001, Joseph Stiglitz, parecería que le hablase a nuestros economistas, tan jactanciosos a la hora de exponer sus logros económicos, sobre todo sobre la base del crecimiento del Producto Bruto Interno.
Pero el académico nos recuerda que no existe una proporción directa entre su crecimiento y el beneficio de todos.
Véanse todo lo que dichas cifras no nos dicen.
En primer lugar, que la ineficiencia contribuye a inflarlo. Si quince funcionarios públicos se encargan de una tarea que solo pueden hacer dos, se movilizará más transporte, se consumirá más energía, se pagan más sueldos, crece el Producto Bruto, pero ello no aumenta los beneficios. A mayor ineficiencia, mayor PBI.
En segundo lugar, en estas regiones, inversores extranjeros han desarrollado emprendimientos en zonas francas, forestación, papeleras, fábricas robotizadas, pero si los ingresos asociados con los bienes producidos en el país se van a otra parte, el PIB sube, pero el Producto Nacional Bruto baja. Si además la empresa extranjera contamina o utiliza recursos no renovables como ser la minería y la sociedad no les impone a los capitalistas, contrapartidas económicas por la contaminación provocada o los recursos agotados, más que ganando con ello estamos perdiendo. Stiglitz propone entonces la medición de un PBI verde que refleje el agotamiento de nuestros recursos y la degradación de nuestro medio ambiente.
En tercer lugar, el crecimiento del PBI no conlleva necesariamente a la igualdad. Este puede estar asociado a una sociedad dividida entre ricos y pobres. Un país donde los primeros viven en urbanizaciones cerradas, envían a sus hijos a colegios caros y tienen acceso a la mejor medicina. Al mismo tiempo el resto vive en un ámbito marcado por la inseguridad, una educación mediocre y un sistema de salud precario. Eso se llama economía dual. Dos sociedades que viven una al lado de la otra, pero que apenas se conocen.
Irónicamente, la creciente desigualdad dará lugar a un mayor gasto para prevenir la delincuencia, eso se reflejará como un aumento en el PIB, pero nadie debería confundirlo con un aumento en el bienestar.
Otro fenómeno asociado el crecimiento del PBI es el consumismo. Desde lo más remoto de los tiempos, una oligarquía privilegiada ha consumido de acuerdo a sus posibilidades. Pero en determinadas circunstancias de crecimiento económico, la gente que está por debajo del quintil más alto aspira a imitar a los que están por encima. Para los que están en el segundo percentil, vivir como la capa más alta representa una aspiración, Para los que están en el tercer percentil, el segundo representa su modelo, y así sucesivamente. Los economistas hablan de la importancia de la renta relativa y de la privación relativa. Lo que cuenta para la sensación de bienestar de un individuo no es solo la renta de un individuo en términos absolutos, sino su renta en relación con los demás. La importancia de la renta relativa es tan grande que, entre los académicos, la cuestión de si existe alguna relación a largo plazo entre el crecimiento del PIB y el bienestar subjetivo en esos países es una cuestión sin resolver. Las preocupaciones de los individuos con su consumo, en relación con el de los demás, el problema de ” no ser menos que el vecino“, ayuda a explicar porque tantas personas viven por encima de sus posibilidades y porque tanta gente trabaja tanto y durante tantas horas.
Hace muchos años, dice Stiglitz, Keynes planteó una pregunta. Durante miles de años, la mayoría de la gente tenía que pasarse la mayor parte de su tiempo trabajando simplemente para poder sobrevivir, para comprar comida, ropa y tener un techo donde cobijarse. Entonces, a partir de la Revolución Industrial, los aumentos sin precedentes en la productividad significaron que cada vez más y más individuos podían liberarse de las cadenas de la vida de subsistencia. Un sector cada vez mayor de la población ya solo tenía que dedicar una pequeña parte de su tiempo a cubrir sus necesidades básicas. La pregunta era: ¿cómo iba a gastar la gente el dividendo de la productividad? La respuesta no era obvia. Podían optar por disfrutar cada vez de más tiempo de ocio o podían optar por disfrutar de más bienes. La teoría económica no aporta una predicción clara, aunque cabría suponer que las personas razonables optarían por disfrutar al mismo tiempo de más bienes y de más ocio. Eso fue lo que ocurrió en Europa. Pero en nuestros países la gente opto por menos tiempo de ocio (con la incorporación de la mujer a la vida laboral inclusive) y cada vez más y más bienes.
Los individuos afirman que trabajan mucho por el bien de su familia, pero al trabajar tanto, tienen cada vez menos tiempo para ella y la vida familiar se deteriora.
En un fenómeno que en la República Oriental del Uruguay conocemos bien, la importación masiva de productos genera crecimiento del PBI. Pero si las exportaciones crean empleo, dice Stiglitz, las importaciones lo destruyen haciendo que los países recurran al endeudamiento para cubrir dicho déficit. ¿Durante cuanto tiempo se puede pedir prestado, se pregunta? Tal vez, nuestros países, con una población que está envejeciendo, deberían estar ahorrando para el futuro y no viviendo por encima de sus posibilidades.
( Publicado en Mensuario Identidad)
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