Judeoespañoles, la memoria viva de su deportación

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«Había una página en blanco que convenía escribir sobre la situación de los judeoespañoles durante la II Guerra Mundial. El punto de partida para ello fue mi deseo de que se reconociera como ‘Justo entre las Naciones’ al cónsul español Bernardo Rolland de Miota, que salvó a mi familia de la deportación». Quien afirma esto al teléfono es Alain de Toledo, profesor universitario en París e impulsor del libro colectivo de reciente aparición ‘Memorial de los judeoespañoles deportados de Francia’, una obra fundamental sobre un tema escasamente estudiado hasta ahora.

La denominación de judeoespañol como especificidad dentro de una realidad sefardí compleja se ha impuesto a partir del trabajo del hispanista Haim Vidal Sephiha. «Hemos adoptado el término judeoespañol para poner de relieve una definición cultural, una especificidad que se define por la fuerte relación con la lengua vernacular, el ‘djudio’, por sus ritos específicos, matrimonios endogámicos, música, cocina, etc», sostiene de Toledo. A la nostalgia de Sefarad se sobreponen las de Salónica, Constantinopla, Esmirna, Andrianopolis, todas ellas ciudades con importantes comunidades judeoespañolas. Un mundo rico en historia, en cultura, en proceso de acomodación desde la conservación de sus propias raíces y de sus propias instituciones.

La instalación de los judeoespañoles en Francia comenzó a finales del siglo XIX, pero será la ocupación alemana de Francia la que marque un punto de inflexión que desembocará en la deportación de 75.000 judíos del país. Las redadas se sucedieron a partir de 1941 y los convoyes de deportación abandonaron regularmente el país hacia los campos de concentración. La mayor redada tuvo lugar en julio de 1942 y los detenidos fueron agrupados en el Velódromo de Invierno de Paris.


Nissim de Toledo, padre del autor. A la izquierda, pasaporte de su madre, Nora Saporta.

Relatos personales

La situación de los judeoespañoles (aproximadamente 5.300 fueron deportados) fue especialmente complicada. Su posible repatriación se vio ensombrecida por las diferencias de nacionalidad dentro del seno de la misma familia: padres españoles, turcos o italianos e hijos franceses. Incluso, en el caso de los españoles, por la diferenciación entre españoles de pleno derecho y ‘protegidos’, que marcaba la línea vital entre ser repatriados a España (en tránsito hacia otros países) y la deportación.

El libro realiza un recorrido histórico por las diferentes comunidades judeoespañoles, especialmente las de los Balcanes, por su situación durante la ocupación alemana, por su participación en los movimientos de resistencia y por las vicisitudes de su detención y deportación a los campos de exterminio. En la obra se incluyen numerosas fotos, documentos que reflejan la persecución y relatos personales que testimonian su agonía.

Finaliza con una detallada relación de las 5.300 personas que fueron deportadas. Al padre de Alain de Toledo, Nissim de Toledo, lo detuvieron en 1941 y fue internado en el campo de Compiegne. Pocos días antes de que saliera el primer convoy de deportación hacia los campos de exterminio, el cónsul Rolland logró su liberación gracias a que había conservado su nacionalidad española. Fruto del agradecimiento al diplomático español surgió el impulso inicial de esta obra monumental.

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