Judíos, franceses y coleccionistas: un libro reconstruye sus historias y el destino de sus obras robadas por los nazis

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En 1880 Louis Cahen d’Anvers le encargó a Auguste Renoir que retratara a su hijas: a la más grande, Irène, de ocho años, sola; a las más pequeñas, Élisabeth y Alice, juntas.

Un moño celeste se destaca en el pelo rojo desplegado de la mayor, que parece casi adolescente, en Retrato de Irène Cahen d’AnversRosa y azul muestra a las dos chiquitas encantadas con sus vestidos abundantes y unos lazos de seda.

Irène se casó y tuvo dos hijos: el varón murió durante la Primera Guerra Mundial, mientras defendía a Francia como piloto militar; la mujer fue detenida por la República de Vichy y enviada a Auschwitz, junto con sus hijos adolescentes, donde la familia se extinguió.


Se ignora si, mientras Irène se escondía en el sur de Francia, su hija se encontró con Élisabeth, que también fue detenida en 1944 y terminó en Auschwitz, donde murió. Irène se convirtió al catolicismo y sobrevivió aferrada a un pasaporte italiano; Alice era viuda por entonces, de un militar británico que había sido felicitado, y luego cuestionado, por su papel en el sitio de Kut en la anterior guerra global.

"Retrato de Irène Cahen d’Anvers", de Auguste Renoir.“Retrato de Irène Cahen d’Anvers”, de Auguste Renoir.

Luego de la guerra Irène se reencontró con su retrato, en una feria que la historiadora del arte Rose Valland organizó en el Jardín de las Tullerías: una muestra ecléctica de obras de arte pertenecientes a franceses de origen judío que habían sido robadas por los nazis. Valland fue clave en la recuperación de pinturas, esculturas y objetos, que fueron devueltos a los sobrevivientes.

El retrato, que había estado en la casa de la hija de Irène, había pasado por el Museo del Louvre y el Château de Chambord para su protección. En vano: el Einsatzstab Reichsleiter Rosenberg, el grupo especializado en arte de la Alemania nazi, lo encontró, lo incautó y finalmente lo entregó a Hermann Goering.

El número dos de Adolf Hitler, quien notablemente se enriqueció con los saqueos a las víctimas del nazismo, lo mantuvo en su colección durante un tiempo.

Luego de la guerra, Irène lo reclamó y casi de inmediato lo vendió. “El problema es a quién”, dijo en un webinar James McAuley, experto en arte francés, autor de la reciente investigación The House of Fragile Things.

"Rosa y azul": las hijas menores de Louis Cahen d'Anvers pintadas por Renoir.“Rosa y azul”: las hijas menores de Louis Cahen d’Anvers pintadas por Renoir.

“A Emil Bührle, quien tenía la compañía Oerlikon, una fábrica de armas, en Zurich, durante la guerra. Es alguien que colaboró abiertamente con los nazis”, agregó McAuley. “Si estuviera aquí para defenderse, diría que también les dio armas a los aliados. Pero la verdad es que hizo su fortuna vendiéndoles armas y materiales bélicos a los nazis”.

El cierre de esta historia sobre el Renoir —una de las numerosas obras de coleccionistas judíos saqueadas durante la Segunda Guerra Mundial— es sombrío: “Irène vendió esta pintura, que era propiedad de su hija, muerta en Auschwitz, a este hombre en una operación completamente legal”, siguió el autor. “Y hoy la pintura permanece legalmente en la colección de un ex colaborador de los nazis”.

Historia de la ilusión de igualdad

Hacia finales del siglo XIX, la sólida burguesía francesa incluía importantes nombres judíos —Reinach, Camondo, Rothschild, Ephrussi, Cahen d’Anvers— indistinguibles ya de los ricos gentiles. Si Abraham de Camondo —el patriarca de la dinastía bancaria que había llegado a Francia cuando la revolución emancipó a los judíos— vestía con túnica y turbante, como había hecho la mayor parte de su vida en Constantinopla, su nieto Moïse era un modelo de joven parisino elegante, con sus trajes a medida y sus corbatas de seda.

El libro es a la vez una biografía grupal de los Reinach, los Camondo, los Rothschild, los Ephrussi y los Cahens d’Anvers y una pesquisa sobre el saqueo de sus colecciones de arte.El libro es a la vez una biografía grupal de los Reinach, los Camondo, los Rothschild, los Ephrussi y los Cahens d’Anvers y una pesquisa sobre el saqueo de sus colecciones de arte.

Desde 1789 estos inmigrantes del Mediterráneo, llegados a Francia por la libertad personal y de comercio que brindaba la joven república, crecieron en la cultura local: su educación, sus gustos, su manera de hablar y sus ideas eran las estándar. Inicialmente las familias habían observado la religión, pero a lo largo del siglo XIX la habían perdido, o la habían cambiado, o la acomodaban en su historia como un legado cultural más. Su fe laica era Francia. Moïse de Camondo, por ejemplo, perdió a su hijo, Nissim, en la Primera Guerra Mundial, mientras volaba un avión sobre Lorena para defender a su país.

Era el hijo que había tenido con Irène Cahen d’Anvers. La mujer y los adolescentes asesinados en Auschwitz también eran su familia: su hija Béatrice, sus nietos Fanny y Bertrand.

Entre las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX todas estas familias —seculares, republicanas, defensoras de la separación entre la iglesia y el estado— invirtieron sus fortunas para la conservación del patrimonio artístico de su país. Era a la vez una marca de status —eran sus posesiones, sus casas, sus colecciones: vivían como ricos— y un legado para la nación.

Por ejemplo, a su muerte en 1935 Moïse donó al estado su casa del 63 Rue de Monceau, en el elegante VIII Distrito de París, para que se abriera al público un museo en honor de su hijo Nissim, héroe de Francia. Era una propiedad construida expresamente para evocar el Petit Trianon de María Antonieta en Versailles, adornada con tesoros de la corte de Luis XVI que —dejó expresamente asentado— se debía mantener tal cual para los visitantes.

Museo Moise Camondo (madparis.fr)Museo Moise Camondo (madparis.fr)

Ese mismo año su cuñado, Charles Cahen d’Anvers, donó también a Francia su Château de Champs-sur-Marne, una construcción de estilo rococo. Dejó escrita su historia, con detalle de lo que habían hecho en ella los nobles que la habitaron en los siglos XVII y XVIII y lo que había contribuido la familia que la había comprado en 1895. Todos los propietarios, subrayó McAuley, “habían invertido igualmente en el proyecto de perfeccionar y mantener los más altos ideales estéticos franceses”.

Théodore Reinach —cuyo hijo Léon se casó con Béatrice de Camondo, y aunque estaban separados fueron trasladados juntos a Auschwitz— donó al Instituto de Francia su Villa Kerylos, una construcción estilo griego en la Costa Azul; el organismo público francés también recibió el legado de una vecina del arqueólogo, Béatrice Ephrussi de Rothschild, quien hizo otra obra estilo griego en la zona. También solicitó que se exhibiera al público sin modificar el orden que ella le había dado: una colección “heterogénea pero meticulosamente escogida”, según McAuley, de obras y objetos.

El autor —ex corresponsal en Francia de The Washington Post, donde sigue publicando sus columnas— destacó que los franceses judíos creían razonablemente en la promesa del republicanismo francés que debía terminar con la discriminación. Después de todo Francia había sido el primer país europeo en “emancipar” a la población judía en la última década del siglo XVIII y para la última del XIX los había integrado a su élite: eran políticos, banqueros, comerciantes, artistas. Hasta Louise WeberLa Goulue, la reina del cancán del Moulin Rouge que pintó Henri de Toulousse-Lautrec, era judía.

Moïse de Camondo, coleccionista francés, legó el Museo Nissim de Camondo en memoria de su hijo. (madparis.fr)Moïse de Camondo, coleccionista francés, legó el Museo Nissim de Camondo en memoria de su hijo. (madparis.fr)

“Todos interpretaron papeles protagónicos en la vida pública francesa, y fueron ciudadanos franceses comprometidos: diputados en el Parlamento, los titulares de algunos de sus bancos más grandes y los filántropos que financiaron sus instituciones culturales más amadas”, escribió. “Al mismo tiempo, se contaron entre los guías más importantes de la comunidad judía de Francia, los líderes de las organizaciones judías centrales del país y los arquitectos atentos de una identidad que buscaba presentar lo francés y lo judío como simbióticos, y acaso incluso cada uno la extensión natural del otro”.

Precisamente ese éxito, ese liderazgo en la luminosa sociedad parisina, causó un poderoso rebrote de antisemitismo, arriesgó McAuley.

Historia de un antisemitismo tenaz

En primer lugar, aquellos que se oponían a los cambios sociales que había llevado el republicanismo hicieron blanco en el éxito de estas familias: “Los antisemitas franceses llegaron a ver a los judíos como los vencedores de la revolución, las caras ennoblecidas de una república corrupta y decadente”, escribió McAuley. Su pasión por el arte francés sólo los irritaba más.

Théodore Reinach donó su Villa Kerylos, que actualmente es un monumento nacional en Francia.Théodore Reinach donó su Villa Kerylos, que actualmente es un monumento nacional en Francia.

“Desde luego, en el mercantilizado fin de siglo, de ningún modo eran los judíos las únicas élites que se entregaron al coleccionismo como un deporte y pasatiempo burgués, ni eran necesariamente únicos en términos de los objetos en particular que buscaban”, reconoció el autor. “Pero para ellos coleccionar tenía un significado especial. Como muestran numerosos materiales de archivo, luego de varias tragedias personales y en pleno antisemitismo expreso que llegó a una cumbre con el Affair Dreyfus, los objetos que acomodaban y los hogares que diseñaban les daban un profundo sentido de solaz y santuario. En los espacios privados que creaban, tenían control total y autoridad absoluta con una seguridad que nunca disfrutaban en el mundo exterior”.

En el mundo exterior había personajes como el “papa antisemita”, Édouard Drumont, autor de La Francia judía y editor del periódico La Libre Parole. “Para Drumont, el crimen judío era ante todo el modo en que los judíos amenazaban el patrimonio cultural francés. Él detestaba que los judíos compraran piezas que, desde su perspectiva, ellos, como extranjeros, nunca podrían comprender, y aborrecía que vivieran en casas históricas que para él pertenecían a una nación en la cual los judíos nunca podrían ser más que parásitos externos”.

Al describir el Château Ferrières, propiedad de los Rothschild, criticó “su mal gusto ordinario” y destacó que en una de las salas “en el medio, como un trofeo, está el incomparable clavicordio de María Antonieta, que rompe el corazón encontrar en esta casa de judíos”. Drumont se manifestó fatigado al terminar su visita: “La impresión que deja esta casa es de cansancio, más que de admiración. Es un desorden, un descarrilamiento, un increíble depósito de chatarra”.

El “papa antisemita”, Édouard Drumont, autor de "La Francia judía", era editor del periódico La Libre Parole. El “papa antisemita”, Édouard Drumont, autor de “La Francia judía”, era editor del periódico La Libre Parole.

El “antisemitismo material” fue una marca de Francia en la bisagra de los siglos XIX y XX, definió McAuley. Por ejemplo, los hermanos Jules y Edmond Goncourt —cuyo nombre sigue identificando al premio literario más prestigioso de su país— usaron su popular Journal para condenar a algunas personas de estas familias en particular y a los judíos en general: lo que hacían no era coleccionar sino manifestar una “manía del bric-à-brac”, ni podían ser “estéticamente auténticos” por considerarlos ajenos a “la herencia patriótica francesa”.

The House of Fragile Things explora lo que el autor llama “uno de los dilemas centrales nunca resueltos de la historia moderna francesa: el lugar de las comunidades minoritarias en una sociedad de ciudadanos ‘universales’ (al menos en teoría) que surgió de la Revolución Francesa”.

El pico se vio en el período que estudió el libro: “Entre mediados del siglo XIX y 1940, un periodo en el cual el antisemitismo alcanzó un punto álgido y con frecuencia atacó personalmente a estos individuos prominentes, cada una de las familias que considero amasaron un gran colección de arte que finalmente legaron al estado francés en las décadas de 1920 y 1930″, recordó el texto. Muchas obras fueron recuperadas; muchas otras —y casi todas aquellas que aun estaban en manos de las familias— terminaron saqueadas y apropiadas.

Villa Kerylos, donada por Reinach al Instituto de Francia, es una construcción estilo griego en la Costa Azul. (villakerylos.fr)Villa Kerylos, donada por Reinach al Instituto de Francia, es una construcción estilo griego en la Costa Azul. (villakerylos.fr)

“No es una coincidencia que muchas de las colecciones de arte más importantes amasadas en la historia de la Francia moderna haya emergido precisamente de este mismo pequeño entorno en los años entre el Caso Dreyfus y el surgimiento del gobierno de Vichy”, analizó McAuley.

Historia de Béatrice

El libro comienza con una descripción del Museo Nissim de Camondo: “Todo lo que queda es el arte: los tapices de Aubusson, las soperas de Sèvres”.

Hay, también, en la entrada, dos placas de mármol: una, grande, colocada en 1936, cuando se inauguró el lugar, recuerda al hijo de Moïse. La pequeña, agregada mucho tiempo después, a Béatrice.

En ella se centra, para armar esta especie de biografía grupal, McAuley. “Su historia fue la experiencia viva del antisemitismo estatal en la Francia ocupada y del fracaso del universalismo republicano francés. Ella importaba, pensé, porque era una víctima judía del Holocausto que había creído en la mitología de una empresa nacional que al final la consideró desechable”, explicó.

Béatrice de Camondo en una foto de la década de 1930. (madparis.fr)Béatrice de Camondo en una foto de la década de 1930. (madparis.fr)

Béatrice se convirtió al catolicismo en julio de 1942. “No era algo particularmente sorprendente, dado que una cantidad de otros judíos habían hecho lo mismo como un mecanismo de supervivencia de último momento. Era también una ocasión obvia: la noche del 16 de julio de 1942, fuerzas de la policía francesa detuvieron a más de 13.000 judíos en la infame Redada del Velódromo de Invierno”, recordó.

Ella no ignoraba el peligro en el que vivía —en una carta a una amiga se preguntó si valía la pena todo el trabajo que le daba divorciarse de su esposo— pero también creía que, por su posición y por su dinero, iba a sobrevivir. Incluso durante los primeros tiempos de la ocupación alemana Beátrice escribió al Comisariado General sobre Cuestiones Judías, el organismo central encargado de imponer las leyes contra los judíos en Francia, para pedir “que sus cuentas confiscadas se siguieran debitando regularmente para seguir pagándoles a los trabajadores no judíos que su familia había empleado durante décadas”, contó McAuley. “Los contaba uno por uno”.

Según los registros policiales que revisó el periodista, ella y su hija Fanny fueron detenidas “en su apartamento que daba al Bois de Boulogne en algún momento del 6 de diciembre de 1942″. El otro hijo, Bertrand, intentaba escapar a España, junto con su padre, Léon, cuando fue detenido.

Una de las numerosas deportaciones de judíos durante la Segunda Guerra Mundial: Marsella, 1943. (Bundesarchiv)Una de las numerosas deportaciones de judíos durante la Segunda Guerra Mundial: Marsella, 1943. (Bundesarchiv)

“Los cuatro fueron recluidos en Drancy, el campo de concentración al norte de París, donde a Béatrice, según los archivos del campo, se le encargaron tareas de enfermería durante su detención inusualmente extensa: 15 meses en condiciones penosas”, siguió el autor. “Al final los cuatro fueron deportados a Auschwitz: Léon, Bertrand y Fanny el 20 de noviembre de 1943 en el tren 62 y Beatriz el 7 de marzo de 1944 en el tren 69. Fue asesinada en Auschwitz el 4 de enero de 1945, dos semanas antes de que el ejército soviético liberase el campo”.

Si bien hizo un detalle respetuoso de este final, McAuley subrayó que su intención era ocuparse “del comienzo y el medio”, siempre olvidados en la sombra que proyecta la tragedia. ”Béatrice de Camondo y su medio representaban un mundo complicado, lleno de matices y profundamente humano casi completamente destruido por las rupturas del siglo XX”. Eran, concluyó, mucho más que “la categoría monolítica de ‘víctimas’” en la cual se los suele recordar:

Sucede que esta élite en particular dejó tras de sí rastros considerables de la gente multifacética y contradictoria que fueron. Estos rastros tienen la forma de colecciones de arte, que muchos de ellos finalmente donaron al estado francés antes de la Segunda Guerra Mundial como muestras de aprecio, y que en su mayoría se mantienen intactas. Mucho tiempo después de la destrucción de su mundo, las colecciones han resultado ser su herencia más duradera.

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