El pasado otoño se difundieron rumores desde Jerusalén de un inminente ataque israelí contra Irán. Al parecer, luego de varios meses, éstos consiguieron cumplir con sus objetivos. Los líderes de Occidente entendieron que es muy difícil calmar a quien se siente con la soga al cuello, e impusieron a Irán sanciones que Netanyahu había exigido hace dos años atrás.
Dentro de medio año, los países de la Unión Europea intentarán cerrar sus puertas al petróleo iraní. Ahmadinejad y Jamenei tendrán entonces que lidiar con una disminución de al menos 20 mil millones de dólares en sus ingresos anuales. Irán sobrevivirá golpeado, maltratado y ahogándose continuamente, como un paciente que perdió otro vital tubo de oxígeno. Con un énfasis en ese «otro».
No es que las sanciones impuestas por la UE y Australia a Irán se hayan establecido por sí solas. Ellas son la continuación y el punto crítico de un largo y cada vez más arduo camino de penalidades. El régimen de sanciones económicas – primero norteamericano y luego de carácter internacional – fue implantado sobre Irán en 1979, y en su formato actual, desde 1995.
Hasta 2008, los «castigos» no lograron demasiado; no fueron más que una molestia. Sin embargo, desde entonces, y particularmente desde la resolución del Consejo de Seguridad a mediados de 2010, el panorama cambió rápidamente. Las sanciones van haciendo mella en la economía iraní, debilitándola cada días más; su efecto acumulativo es abrumador.
Otro factor lo constituye el boicot al Banco Central de Irán. A pesar de no haber sido expulsado aún del centro neurálgico que conforman todos los bancos centrales, el Banco de Pagos Internacionales de Basilea (el banco central de la Alemania nazi tampoco fue expulsado durante la Segunda Guerra Mundial), el banco iraní se convirtió de hecho en un paria.
El estricto régimen de restricciones hace que sea mucho más difícil efectuar nuevas inversiones en el programa nuclear, debido tanto a la escasez de divisas como a la falta de medios y tecnologías. Ahora en Teherán todo cuesta 100 veces más caro que en el mercado oficial, y el origen de las mercancías siempre resulta dudoso.
Mientras tanto, el reactor nuclear ruso ya demostró ser un fracaso. Su producción de energía se realiza a costos irracionales y el grado de seguridad que ofrece es totalmente incierto.
Por lo tanto, cabe preguntarse si tales llaves de estrangulamiento, aplicadas por las sanciones sobre el cuello de la economía de Irán, son capaces de hacer que sus dirigentes renuncien al proyecto nuclear militar. La respuesta más viable es «todavía no».
Un gobierno irracional como el de los ayatolas suele comportarse como lo hace un jugador en la ruleta: Cuanto más pierde, más riesgos asume. Sin embargo, tarde o temprano llega ese momento en que por más audaz que sea deja hasta sus pantalones, y tiene que ser echado del casino. Irán está más cerca de alcanzar ese punto de lo que se cree.
También es probable que la paciencia del pueblo iraní se agote antes de llegar a esas circunstancias, y que decida rebelarse frente a la idea de ver convertido a su país en otra Corea del Norte.
La táctica del Israel aislado, enojado y amenazado a veces lleva a aplicar soluciones efectivas frente alternativas peores.
Hay momentos en que la alarma israelí funciona.
*Alberto Mazor es Director de www.argentina.co.il , www.semana.co.il y www.israelenlinea.com .
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