El presidente sirio Bashar Assad debe estar de plácemes porque desde diferentes ámbitos aparecen señales de que hay interés por cortejar a su país. El gobierno de Estados Unidos ha anunciado que reanuda relaciones diplomáticas plenas con Damasco y hace unos días ha enviado a Robert Ford como su embajador. Siria estuvo durante varios años en la lista negra de países promotores del terrorismo y por tanto se había registrado un profundo distanciamiento entre Washington y ella, pero la administración de Obama parece haber decidido cambiar de estrategia. El nuevo trato a Siria tiene que ver sin duda con la consideración de que ésta juega un papel central en las dinámicas que se desarrollan en la región. De acuerdo a esta visión, lo que ocurre en Irán, Irak, Líbano y el conflicto palestino-israelí está estrechamente conectado con decisiones políticas que se toman en Damasco, ya que de algún modo es Siria el punto de confluencia de muchas de las fuerzas que se mueven en ese entorno regional.
Básicamente la idea central que guía a la visión estadounidense sobre este tema es que conseguir atraer a Siria para que abandone su relación simbiótica con Irán, Hezbolá, Hamas y la insurgencia sunnita iraquí, podría significar la ruptura de una cadena de abastecimiento vital para los factores que obstaculizan las diversas iniciativas pacificadoras. Y es lógico pensar que el gobierno de Bashar Assad no modificará su línea a menos que su perspectiva sea la de ganar ventajas de todo tipo. Es seguro que no sólo beneficios económicos están en su mira, sino también la recuperación del Golán hoy en manos de Israel, y un nuevo papel protagónico en la región, independiente de los dictados de Teherán.
Por otra parte, también en Líbano han asomado signos claros de que Siria recupera terreno. Hace una semana, en la concentración multitudinaria celebrada en Beirut para conmemorar el quinto aniversario del asesinato del ex primer ministro Rafik Hariri, el hijo de éste y hoy primer ministro Saad Hariri, abandonó su usual tono de hostilidad y condena a Siria -debido a las fundadas sospechas de que la muerte de su padre fue planeada por Damasco- para expresar en cambio que se estaba abriendo un nuevo capítulo en la relación de Líbano con su vecino sirio. “Con toda verdad, honestidad y responsabilidad, estoy dispuesto a mantener esta ventana abierta y a construir una nueva era en las relaciones sirio-libanesas, concebidas como relaciones entre un Estado libre y soberano con otro”, dijo Saad Hariri en su alocución.
La desaparición de la retórica anti-siria en el discurso es reveladora de que a fin de cuentas, el actual primer ministro tuvo que adoptar un pragmatismo que le permita mantener en pie y funcionando a su gobierno. Porque hay que recordar que tras las últimas elecciones generales en Líbano, se mantuvo un impasse a lo largo de meses, ya que las fuerzas políticas pro-sirias (entre ellas las correspondientes al Hezbolá) habían bloqueado las posibilidades de acuerdos conducentes a la formación de un gobierno de unidad nacional. Y es evidente que dichas fuerzas tienen un peso real en el gobierno del que finalmente hoy participan, por lo que es explicable que aún a riesgo de proyectar la imagen de haber debilitado la exigencia de aclarar el asesinato de su padre, (eje sobre el que se construyó la Coalición 14 de marzo la cual consiguió con apoyo internacional hacer que las fuerzas militares sirias abandonaran Líbano luego de 30 años de estancia ahí), Saad Hariri ha decidido suavizar el trato con Damasco.
¿Cómo reaccionará Bashar Assad ante los cambios en Washington y en Beirut y ante la oferta turca de reanudar su mediación entre Damasco y Jerusalén para llevar a cabo negociaciones de paz? ¿Será capaz de abandonar su estrecha colaboración con Irán y perder las ventajas que le brinda? Las respuestas son absolutamente inciertas, pero sean cuales sean, es seguro que tendrán efectos trascendentes en la futura configuración geopolítica de la región.
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