La Atlántida

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Fue una civilización grandiosa haya podido existir y desaparecer súbitamente es suficiente para fascinar. Un nombre, la Atlántida, resume esa historia o este sueño. La palabra evoca una isla misteriosa, bañada por los rayos de un sol ardiente, y un pueblo, fundador de una cultura brillante y efímera.

En el siglo IV a.e.c., el filósofo griego Platón es el primero en mencionar la existencia de la Atlántida en sus diálogos Timeo y el Critias. Estos textos se presentan bajo la forma de conversaciones entre varias personas: Sócrates, el maestro de Platón; Timeo, filósofo pitagórico; Critias, político acusado de no tener escrúpulos y Hemócrates, antiguo general de Siracusa.

En el Timeo, Critias, pariente de Platón, cuenta una historia que le narró su abuelo a quien se la contó su padre, habiéndola este último escuchado relatar por el sabio griego Solón. Cuando Solón estaba en Egipto (alrededor del 590) un sacerdote del templo de Sais le hizo la siguiente confidencia: Hace 9000 años existía una isla llamada Atlántida, “salida del mar Atlántico”, situada más allá de las Columnas de Hércules (hoy Gibraltar) y “más grande que Libia y Asia juntas” (para los griegos de esa época, representa el norte de África y Asia Menor). Era entonces posible pasar de esta isla a otras islas y desde éstas, alcanzar un continente que se extendía frente a ellas (¿América?).


La historia del pueblo que habitaba esta isla es la siguiente: Los reyes atlantes, poderosos y prósperos, animados por objetivos expansionistas, conquistaron las riberas del Mediterráneo, apoderándose particularmente de Libia y Egipto y avanzando por Europa hasta Tirrenia (Italia occidental). Pero fueron repelidos y vencidos por los atenienses -todo esto recuerda algunos aspectos de las Guerras Médicas (de 492 a 448 a.e.c.) sostenidas entre griegos y persas. Poco después se produjeron gigantescos terremotos y cataclismos y la orgullosa Atlántida fue tragada por el mar.

En el Critias, el filósofo entrega más información acerca de la Atlántida. Después de la creación del mundo, los dioses se lo repartieron y Poseidón, soberano de los mares, recibió la Atlántida. De su unión con una mortal, Cleito, tuvo diez hijos y cada uno heredó su parte de la isla. El mayor, Atlas, llegó a ser el rey y recibió la mejor y la más grande de las regiones. La isla era muy rica y se beneficiaba de importantes recursos, tanto agrícolas como mineros. Los sabios que la gobernaban hacían reinar la más perfecta felicidad, distribuyendo metódicamente el trabajo.

La Atlántida descrita se dividía en distritos; los numerosos canales -de forma circular-que la surcan convergen hacia la capital y en el corazón de ésta se levanta el palacio real, antigua residencia del dios del mar. Se trata de una ciudadela de forma igualmente circular y de un diámetro de alrededor de cinco kilometros. Existen túneles y puentes y abriga templos, palacios y edificios públicos, así como campos de deportes. El templo dedicado a Poseidón es el más formidable; sus fachadas exteriores están cubiertas de plata y sus techos enchapados en oro. Al interior las bóvedas son de marfil cincelado con incrustaciones de oro, plata y auricalco (metal bastante misterioso que se puede suponer sería cobre o una aleación de cobre y oro). Además el templo está adornado con estatuas de oro. La descripción de Platón muestra la riqueza y el poderío de la Atlántida, sin embargo el Critias quedó inconcluso y no se sabe nada más acerca de esta isla.

El texto de Platón es interpretado en la actualidad como la primera de las utopías: una alegoría destinada a alabar los méritos del imperio ateniense, que se encontraba en decadencia.

¿Pero la ciudad ideal que describe el filósofo es puramente imaginaria o la construcción platónica descansa en una tradición que podría tener orígenes históricos? Este debate aún no termina. Aristóteles, en el siglo IV a.e.c. afirma que la Atlántida es un mito y por otra parte un discípulo de Platón afirma haber visto, en Sais, los jeroglíficos que relatan la historia contada a Solón.

En la Edad Media, la Atlántida, es prácticamente olvidada. El interés por esta isla tragada por el mar renace en el siglo de los descubrimientos, incluso algunos autores se arriesgan a identificar como América a la isla platónica. El filósofo inglés Francis Bacon redacta en 1627 una Nueva Atlántida, especie de novela científica donde navegantes, llevados por los vientos a regiones inexploradas del océano acceden a las costas de una isla desconocida donde un gobierno iluminado hace reinar la felicidad absoluta; el sueco Olav Rudbeck ve una alegoría de su propio país como cuna de la civilización (Atland o Manhem 1679-1702) y el catalán Jacint Verdaguer hace del continente perdido el objetivo de Cristóbal Colón (L’Atlantida, 1876).

En la época contemporánea Pierre Benoît publica una Atlántida donde la isla se encuentra en pleno desierto donde dos oficiales perdidos se encuentran retenidos por la turbadora Antinea.

Más seriamente, arqueólogos y especialistas del mar la han buscado. Para los griegos Galanoupoulos y Marinatos, así como para el francés Cousteau, la Atlántida no sería otra que la isla de Santorín, situada a 110 kilómetros al norte de Creta. La isla es en efecto circular y en 1500 a.e.c., Creta estaba en el apogeo de su poderío. Su civilización minoica era brillante y su comercio se extendía por todo el Mediterráneo. Además era enemiga de Atenas y practicaba el culto del toro como lo hacían los atlantes. Pero en 1470 a.e.c. el volcán Santorín hizo erupción brutalmente. La erupción fue acompañada de grandes terremotos, lluvias de cenizas y de una ola formidable de varias decenas de metros de altura. Fue esta ola la que debió abatirse sobre Creta, destruyendo su civilización para siempre.

Mil cien años después de la terrible catástrofe ¿habrá confundido Platón fechas y lugares, la isla sepultada y la siniestra civilización cretense? ¿O mezcló deliberadamente eventos históricos y una tradición legendaria para forjar una alegoría de alcance político y moral? Las dos hipótesis son igualmente plausibles.

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