La mano de una madre se alza para acariciar a su hijo. Toda la dulzura, todo el amor, va en esos cinco dedos que se ponen en contacto con ese rostro.
La mano de un hijo se alza para acariciar a su madre. Cuánta ternura hay en ese gesto, la ternura que surge del fondo de un alma agradecida.
La mano de un esposo se alza para acariciar a su compañera. Ella es su promesa de futuro, su promesa de continuidad, su otra mitad.
Pero de pronto, una explosión, la ruina, la muerte, la sangre y esa caricia que queda detenida en el tiempo y el espacio.
Ya no está el hijo para ser acariciado.
La madre desapareció destrozada.
La esposa ya no es promesa de futuro sino recuerdo amargo del pasado.
Hace 22 años hay 85 caricias detenidas, 85 caricias que nunca van a poder expresar con el gesto ese mensaje de amor que las guiaba, pues ya aquellos que eran destinatarios de esas caricias yacen destrozados bajo tierra.
La irracionalidad de aquellos que en nombre del odio han condenado a muerte al amor, aquellos que han proscripto la ternura, aquellos que con su bomba han dicho “NO” a la dulzura, hizo que esas manos que se alzaban para acariciar no hayan alcanzado su destino.
Ahora, en las tinieblas del no-tiempo y la no-justicia esas manos agonizan desesperadas, porque la caricia que portaban ha sido detenida.
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