En la política mexicana hay un factor fundamental conocido como “mapaches”. Personajes pagados con fondos públicos que son expertos en perturbar elecciones e inclinar el voto, lo que logran de muchas maneras: perturban el orden electoral, compran representantes de casilla, conciertan la compra de voto con los burócratas de calles y ayudan a la logística de movilización del voto y la protección de las casillas el día de la elección, cuestión que es muy complicada y cara.
Existen estudios y la certeza en el imaginario social sobre el fraude electoral en México, el que se compone de diversas modalidades que han evolucionado a lo largo del tiempo. Pasamos de la coerción del voto por medio del aparato político y de gobierno a la entrega de bienes a cambio del voto: cemento, lámina, dinero. Prevalece el manejo clientelar del voto y la manipulación de datos como el PREP.
Un colega me plantea la siguiente cuestión: “supongamos que en efecto hay la posibilidad de comprar el voto, ¿cómo sabemos el efecto psicológico en el momento de votar?” No lo sabemos, pero esto no elimina la posibilidad del fraude y que la compra de votos (en cualquiera de sus modalidades) incline el resultado de la elección.
Esta duda se acompaña de otra pregunta que se ha manejado mucho: ¿cómo sabemos que es lo que pasa por la mente del votante en ese preciso momento de soledad en que se encuentra en la urna? Fuera de la nuestra posiblemente no sabemos, pero pueden estar: Cumplir con la palabra para vender el voto; pensar que ese día comerá mejor (tres miembros de la familia vendiendo votos se junta una lana), que venda o no el voto nada cambiará, que rebelándose cambiará la situación del país.
Reconozcamos que en México se manipula el voto y el conteo de los votos. Existen mecanismos para condicionar el voto que van desde la amenaza de recortar programas de ayuda económica del gobierno, hasta factores culturales que comprometen al ciudadano, como haberle entregado una casa o haberle becado a las hijas. Y por supuesto, los operativos dónde se compra el voto, ya sea porque se le retiró la credencial de elector y alguien vota por él, o la promesa de entregarle una cantidad por el voto, promesa que no siempre se cumple, cómo sucede en el Estado de México. Alguien dijo que un satélite vigilaba al votante y sería castigado si cambiaba su opinión a la hora de votar.
En la operación de compra-venta existe una especie de código de honor dónde el que acepta vender el voto cumplirá con su parte del trato, de ahí que el planteamiento de que si te ofrecen algo tómalo y vota por quién quieras, es contra cultural porque rompe ese código y no todos están dispuestos a hacerlo. Aunque parezca arcaico, la palabra de honor sigue existiendo, aunque sea entre algunos.
Aún cuándo sabemos que estas operaciones existen, no es posible determinar qué peso tiene ese manejo de los votos. Se han encontrado evidencias sobre como se logró inclinar el resultado, pero no se puede precisar el impacto real, o sea que porcentaje de los votos fueron comprados. Sería bueno hacer una encuesta dónde se pregunte si se ha vendido el voto alguna vez o si se está dispuesto a venderlo.
En las elecciones todos los factores pesan pero no es posible precisar cual de ellos se impone.
Culturalmente hay quién pueden sentirse obligado con el gobierno que le entrega algo, otros pueden sentir que lo entregado es una obligación del Estado y no sienten tener que dar nada a cambio. No pesa igual en el ánimo del beneficiario el procampo o el Sistema Nacional de Investigadores, aunque en esencia son lo mismo.
Falta considerar factores extra formales que influyen en el voto, por ejemplo, la influencia que pueden ejercer los caciques y su compromiso político, o los capos del narcotráfico cuya presencia local no solamente infunde terror sino que puede influir en el voto y por supuesto, el impacto que tiene el dinero del crimen organizado. Un político me mencionó la oferta de los criminales por un millón de dólares para apoyar el día de la elección en una ciudad importante. Sin duda que los carteles tienen 300 millones para inclinar la elección al congreso, alcaldías, gubernaturas y la presidencia, pero ya volveremos a este tema.
Hace poco mas de un año (creo), venía saliendo de mi domicilio en la colonia Narvarte (CDMX, BENITO JUÁREZ.
Me extrañó encontrarme, justo cruzando la calle de mi entrada, a tres microbuses en hilera.
Les pregunté (ingenuamente), que si ya iban a pasar por ahí como parte de una ruta.
Me respondieron que estaban probando, y que necesitaban pasaje para ir al Monumento a la Revolución; y que no sólo no me cobrarían, sino que me darían $250.00 por llevarme y traerme. Que lo único que necesitaba era mi credencial de elector, la escanearían (tipo como hacen los candidatos ciudadanos), me darían la mitad en ese momento, y la otra mitad cuando me regresaran.
Era el día que el señor López hizo tremenda manifestación (por lo que veo, de acarreados), y ya me querían sumar.
Les dije que me dejaran cancelar una cita, le lamé al Coordinador Vecinal, se presentó, y se esfumaron de inmediato.
Si eso no es MAPACHEO, díganme como se llama.