La continua persecución de los sefardíes

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Arvoles yoran por luvyas
I muntanyas por ayres
Ansi yoran los mis ojos
Por ti, kerida amante
Torno i digo: ke va ser de mi?
En tierras ajenas yo me vo murir
Enfrente de mi ay un andjelo
Kon sus ojos me mira
Yorar kero i no puedo
Mi korason suspira
Torno i digo: ke va ser de mi?
En tierras ajenas yo me vo murir

Casi la mitad de los judíos de origen sefardí que había en Europa durante la II Guerra Mundial, unos 165.000, fueron deportados a campos de concentración. Pese a que los judíos de origen sefardí que fallecieron durante este tiempo no fueron los más numerosos dentro del colectivo, sí fueron los que sufrieron un impacto más terrible puesto que su población era mucho más reducida. Supuestamente, los judíos “mejor” protegidos fueron los sefarditas españoles residentes en Francia al tiempo de la ocupación, donde residían según datos del consulado español en el año 1940, unos 2000 de ellos. Estos asentados en la capital francesa, estaban sujetos a las mismas medidas que los asquenazitas. A pesar de producirse un aviso por el gobierno español, de tratar a los sefardíes con nacionalidad española como españoles, muchos de los asentados en el territorio galo prefirieron pasar a España. La protección española se extendió también a los bienes, que quedaron, eso si, bajo la vigilancia en las bancas francesas.

Aun así, debido a los problemas diplomáticos en Francia para defender los intereses de los sefarditas, cayeron bajo el dominio de las autoridades alemanas. La población española sefardí residente en Rumania corrió mejor suerte, ya que estos, quedaban exentos de la pérdida de sus propiedades si tenían pasaporte del país de origen. Lamentablemente eran pocos los que disponían de la documentación que le serviría para proteger lo que ya era suyo. Los consulados españoles jugaron un papel importante a la hora de intentar frenar las deportaciones o asesinatos de los sefardíes. Evidentemente no siempre alcanzaban sus objetivos, como ocurrió en Grecia, aunque se consiguió que cuatrocientos sefarditas que se hallaban en el campo de concentración de Haikadi fueran liberados de la deportación a Polonia. En el caso de los judíos de Bulgaria, Hungría y otras naciones ocupadas, de remoto origen español, también pudieron acogerse a estas actuaciones aunque siempre en casos limitados.


La embajada española en Berlín negocio la liberación de unos sefarditas que se hallaban preso el campo de Belsen con el fin de lograr su traslado a Barcelona. La embajada alemana en Madrid respondió a la petición con una nota en la que lamentaba no poder atender las insistencias de proteger a los judíos, ya que era imposible separar a estos de los de “origen español”. Aun así, se liberaron a cientos de ellos de diversos campos de concentración. Algunos fueron liberados con los bienes secuestrados, sin dinero y lo peor, con parte de su familia exterminada.

Italia fue atacada por Grecia en 1940. Unos ocho mil judíos lucharon en el ejército griego, perdiendo unos setecientos la vida, sin contar los que quedaron inválidos. Un año más tarde invadieron las tropas alemanas el norte de Grecia. Los sefardíes tuvieron que inscribirse en el registro de judíos, llevar la estrella amarilla, se les confiscaron los bienes y cuentas bancarias, se les expulsaba de los lugares públicos, se les concentro en guetos y luego fueron deportados masivamente a Auschwitz – Birkenau.

La magnitud de la tragedia de los sefardíes griegos fue inmensa. A modo de ejemplo citamos algunas cifras aproximadas de las comunidades más importantes:

Comunidad Población en 1941 Población en 1945
Salónica 56.200 1.240
Cávala 2.100 42
Corfú 2.000 185
Rodas 1.701 40
Janina 1.850 163
Drama 1.200 39

Algunos autores afirman, que los datos existentes sobre la población sefardí residente en Grecia era de unos 68.000 judíos, de los cales casi 53.000 poseían como lengua materna el judeo – español y de ellos poseían la ciudadanía española unas 523 personas. Estos residentes eran principalmente de clase social alta, principalmente “comerciantes, banqueros, empresarios del transporte marítimo u otras actividades liberales”. De los aproximadamente 4.000 residentes que vivían en Atenas, en vísperas de la II Guerra Mundial, tan solo 156 poseían pasaporte español. En Bulgaria los sefardíes también representaban la gran mayoría de los judíos.

Debemos destacar el uso de las lenguas que todos y cada uno de los deportados portaba consigo, la importancia del conocimiento que un hablante tenía no sólo de la suya propia sino de las lenguas “adyacentes”, es decir, la del resto de los presos y, sobre todo, la de los “verdugos” (los SS alemanes, los colaboracionistas húngaros, ucranianos, etc.), era de vital importancia pues en ello se establecía una débil línea de separación entre la vida y la muerte. La necesidad y el instinto por la supervivencia obligaron a los deportados a una readaptación lingüística que, en muchos casos, permitía salvar la vida en mitad de cualquier situación.

La primera impresión que tuvieron los sefardíes al bajar de los trenes que les llevo a los campos, es la del desarraigo: las familias eran separadas y era entonces cuando debian olvidar todo lo que fue su vida anterior y que un día permanecieron a una sociedad civilizada. En algunos casos, no siempre, consiguen permanecer junto a personas de un ámbito próximo: amigos, parientes próximos, conocidos, etc. Tras la desinfección, rapado del cabello y el tatuaje con el número en el brazo eran importante familiarizarse con la lengua de los “verdugos”. Desde entonces los SS u otros guardianes se referirán a ellos por el número de su brazo en lengua alemana:

“[…] esto era un menester, duvias ambezar komo se dizia tu numero en alman, porke si el SS te yamava por tu número, duvias ir pishin i si no lo komprendias en alman te aharvava el SS o el kapo o peor te azian […]”.

Antonio Marquina Barrios y Gloria Inés Ospina (España y los judíos en el siglo XX) dicen, que en Europa había antes de la guerra cientos de miles de judíos sefardíes, de ellos unos cinco mil gozaban de la nacionalidad española. Si hubiera existido una política humanitaria tal como la entendemos hoy en día, dedicada a salvar a esos judíos de origen español, hubiera podido traer a la mayoría de ellos a España. Evidentemente el régimen no tuvo una actitud positiva hacia los judíos y su salvación por razones históricas, políticas, religiosas y por sus propios prejuicios, fue lo que le llevo a una política dilatoria respecto a su salvación.

Marquina escribe textualmente: “En pleno apogeo del Holocausto judío, ningún grupo de judíos sefarditas podía entrar en España hasta que no hubiera salido el grupo que había entrado con anterioridad. Esta política impidió la salvación de miles de judíos españoles, al no hacerse cargo el Gobierno de los costes de estancia y transporte al Norte de África […

]”. Las grandes mutaciones en el mundo sefardí durante la posguerra se originan en el territorio de la cuenca mediterránea. Los judíos asentado en el norte de África se dividen en un grupo urbano, que viven relativamente aislado en los pueblos del interior y son estos los que emigrarían más tarde a Israel.

Sin embargo, existieron españoles que a título personal se empeñaron en ayudar a los perseguidos, excediéndose incluso en sus funciones, a veces, jugándose incluso su carrera diplomática o su vida. Algunos de estos “héroes” fueron Miguel Ángel Muguiro, Ángel Sanz Briz, Romero Radigales o Joaquín Palencia, que agilizaban el trámite documental, insistiendo al Ministerio de que se dieran prisa, que hicieran la vista gorda ante expedientes incompletos o que incluso ayudaran a falsificarlos, […]. Especial mención se debería hacer a Ángel San Briz, secretario de la Embajada de España en Budapest, que logró rescatar en julio de 1944 a 1.684 judíos húngaros del campo de concentración de Bergen – Belsen mediante la masiva concesión de visados, lo que les permitió alcanzar Suiza.

Una revista sefardita, citada por Mariano González – Arnao, le dedico este recordatorio: “Don Ángel Sanz Briz fue un hidalgo español, un buen cristiano y un excelente hombre. Su nombre y el de España figuran con viva querencia y gratitud en nuestros anales. No en vano lleva un nombre bíblico: Ángel; salvador de nuestros hermanos y hermanas. Que en los cielos tenga su recompensa”.

Tomando una sola línea del Talmud podríamos decir: “Quien salva la vida de un hombre, salva al mundo entero”.

Acerca de María José Arévalo Gutiérrez

María José Arévalo Gutiérrez (1967) nació en Goslar (Alemania), siendo hija de emigrantes, retornando a España en el año 1985 donde reside en El Puerto de Santa María (Cádiz). Diplomada en Turismo, cuenta con un amplio currículum académico, donde se especializo en el sector Vitivinícola (Master) y Gestión de Empresa (MBA). Su carrera profesional se ha realizado durante más de dos décadas en el sector turístico y últimamente se esta desarrollando en el ámbito de la docencia. Su inquietud e interés por el mundo judío, le vienen desde la juventud, entrando en contacto históricamente con el holocausto en Alemania, donde efectuó los estudios obligatorios. Su enamoramiento por Andalucía y su diversidad cultural, le llevaron a investigar los aspectos históricos - culturales en el ámbito mas cercano, entre ello la cultura sefardí. Colabora en varios boletines y revistas especializadas con el fin de aportar con su trabajo a la difusión de la información recabada.

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