La Cuestión Judía. El filósofo Antonio Escudero Ríos dialoga con el ingeniero español Félix del Cerro

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Dedicatorias: A nuestros padres, amigos y familiares fallecidos, siempre en la memoria.
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Además es que es la Eternidad de Israel, no mentirá, ni se arrepentirá, porque no es hombre para que se arrepienta.
Samuel 1.15,29
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Porque la nación o el reino que no te sirviere perecerá, y del todo será asolado.
Isaías 60.12

AER. Antonio Machado, un poeta singularmente amado por mí, escribe: “Caminante, no hay camino se hace camino al andar”. Ligando esto con el destino errante del pueblo judío, con su constante peregrinación en busca de una tierra donde asentarse, yo le preguntaría si no le parece contradictorio que un pueblo tan “definido” como el judío se haya constituido sobre caminos hechos al andar, sin fin ni meta precisa, salvo su asentamiento en Israel.

FdC. El pueblo judío nació en el momento y hora en que el patriarca Abraham decidió deshacerse de sus propiedades inmobiliarias y, con sus huestes y ganados, abandonó la cuidad de Ur, rumbo mayormente al oeste, en búsqueda de la Tierra Prometida. Era el disidente monoteísta en una civilización politeísta como era el imperio sumerio-caldeo.


Abraham era el hombre más rico de la región, pero sus vecinos empezaron a señalar la prosperidad de Abraham como motivo de su pobreza, y el choque con las creencias monoteístas del patriarca empeoró la situación. Para evitar que la sangre llegase al río, Abraham decidió abandonar la zona y buscar la Tierra Prometida.

Por tanto, la condición de pueblo errante es consustancial y fundacional en la idiosincrasia judía.

No obstante, la Tierra Prometida se definía como un concepto mítico más que geográfico. No era, por ejemplo, la tierra que quedaba al oeste, detrás de la tercera cordillera y a la izquierda de la cuarta colina, no. Era la mítica tierra que manaba leche y miel.

Según el relato bíblico, el patriarca Jacob, nieto de Abraham, y padre de doce hijos como doce tribus, ya estaba sólidamente asentado en la Tierra Prometida.

¿Dónde, finalmente, se fijó la tierra prometida? Pues el viaje al oeste del pueblo judío topó
necesariamente con el mar Mediterráneo. Los judíos no eran gente de barcos, por lo que la
progresión al oeste terminaba. Al norte, en el actual Líbano, estaban fenicios que, aunque más interesados en el comercio con el resto del Mediterráneo, estaban dispuestos a defender su terreno con uñas y dientes; mirando a lo que ahora son Jordania y Siria, se veían unas tribus hititas de lo más violento y poco amigos de compartir territorios; al sur, estaban los egipcios, que eran bastante mirados en lo que a invasiones se refiere, y no era plan de andar en guerras con un imperio capaz de levantar pirámides y esfinges.

Así que hubo que conformarse con un terreno mayormente comprendido entre el lago llamado Mar Muerto y el rio Jordán al este, y el Mediterráneo al oeste. Cuidado de no extenderse demasiado al este tampoco, no se vayan a ofender los del imperio sumerio-caldeo de donde primigeniamente procedemos. Era un terreno en el que los poderosos pueblos de alrededor no estaban muy interesados, entre otras razones, por evitar choques entre ellos.

Con gran disgusto, pudieron comprobar los judíos que aquel territorio defraudaba sus expectativas en cuanto a manantiales de leche y arroyos de miel, pero no fue nada que no pudiesen solucionar trabajando duramente la ganadería y la apicultura. Aprendieron que la Tierra de Provisión era cualquier tierra que ofreciese, al menos, unas muy mínimas posibilidades de trabajar duramente los recursos.

A las pocas décadas de estar establecidos los judíos en la Tierra Prometida, aconteció una época de pertinaz sequía y consiguiente hambruna en todo Oriente Medio y alrededores, y el viejo Jacob envió a sus hijos a Egipto para negociar algún tipo de acuerdo comercial que les permitiese sobrevivir. El caudal del Nilo aseguraba a los egipcios unas franjas de terreno cultivable en las orillas del río, independientemente del régimen local de lluvias.

Sorprendentemente, un mandamás egipcio les propuso que, en vez de venderles los pocos
suministros que los judíos hubieran sido capaces de comprar para sobrevivir miserablemente a la hambruna, se les ofrecía a las doce tribus, establecerse en Egipto y disfrutar así de la relativamente boyante situación que iba a disfrutar el país en esa crisis global de Oriente Medio.

Parece que los judíos no tenían mucho apego a la famosa Tierra Prometida, porque les faltó tiempo para aceptar la oferta y establecerse en Egipto, donde fueron bien acogidos por ser buenos ganaderos, agricultores, artesanos y en general, buenos ejercientes de las más diversas profesiones y oficios lo cual, al menos inicialmente, también favoreció mucho a Egipto.
El truco de esta gran suerte estuvo en el que mandamás egipcio que les facilitó establecerse en Egipto era, realmente, José, uno de los doce hijos de Jacob.
Por una pesada broma de sus hermanos, José acabo apalizado y vendido como esclavo a una de las caravanas que atravesaban la Tierra Prometida para ir a comerciar con Egipto. José acabo siendo vendido a una persona principal de Egipto que, para agraciarse con el faraón, acabó regalándoselo.

La inteligencia de José hizo que pasase de ser esclavo de la corte a Consejero del Faraón, y hasta Ministro. José debió ser una persona de un sentido del humor excelente, porque hizo pelillos a la mar de las bromas de juventud y acogió a sus hermanos los bromistas.
Unos doscientos años más tarde, los judíos habían caído en desgracia dentro de la sociedad Egipcia y la mayoría de ellos vivían en régimen de esclavitud o asimilable a tal cosa. El libertador Moisés, que lideró la huida de la mayoría de los judíos de Egipto hacia la península de Sinaí, constituye casi una refundación del pueblo judío y la creación de su gran símbolo, el Arca de la Alianza.

Tampoco aquí los judíos mostraron gran determinación para recuperar “su Tierra Prometida”, sino que estuvieron unos cuarenta años llevando una vida miserable, dando vueltas por la península del Sinaí, hasta que llegó una época de decadencia de la tribu de los filisteos y otras tribus hititas que habían ocupado el lugar y aprovecharon para establecerse de nuevo en los solares que habían sido del patriarca Jacob.

Aquí empieza la corta época dorada del pueblo judío, con los reyes David y Salomón y la
construcción del Gran Templo como receptáculo del Arca. Durante este tiempo, el pueblo judío, que se autodenomina Israel, se relaciona de tú a tú con los pueblos vecinos, intentando mantener buenas relaciones, pero sin esquivar el encontronazo cuando es necesario.
Sin embargo, el pueblo de Israel no parece estar hecho para esta vida sedentaria y rápidamente cae en usos decadentes y una mala política de convivencia con los vecinos. La cosa va yendo de mal en peor y un enfrentamiento con los asirios les lleva a la deportación masiva a Nínive y Babilonia.

La vida en la deportación acaba no siendo tan dura como lo esperado. Pronto los asirios valoran las cualidades de los judíos en el ejercicio de los negocios y las diversas profesiones y oficios, el trato llega a ser bueno y los judíos llegan a una relativa integración, aunque manteniendo, a nivel privado, sus creencias y tradiciones. Cuando a los judíos deportados se les permite volver a su tierra, no todos vuelven. De forma voluntaria, muchas familias judías, conservando siempre su religión y tradiciones a nivel privado, prefieren quedar establecidos en Nínive, Babilonia y otras ciudades del imperio Babilónico.

Los judíos retornados a la Tierra Prometida reconstruyen el Templo de Salomón, pero ya no es lo mismo. Hay quien sostiene que a estas alturas ya no está claro que pasa con el Arca. Los sacerdotes afirman que está en el Sancta Sanctorum del Templo pero a nadie del común le está permitido verla.
Muchos judíos emigran, ya sea a Fenicia o a la Helade y, a su vez, incluidos en las aventuras comerciales de estos pueblos, establecen comunidades judías por todo el Mediterráneo.
Los judíos de la Tierra Prometida, que no acaban de levantar cabeza, sufren incursiones de los asirios, los egipcios, la invasión de Alejandro Magno y, finalmente, los romanos. En todo este tiempo, el goteo de familias judías que emigran para establecerse en todos los rincones del orbe conocido es imparable.

Se puede decir que, cuando Jesús vino a este mundo, había tantos judíos fuera de los terrenos de Israel como en el propio Israel. Además, dentro de Israel la sociedad judía estaba en clara decadencia y dividida en, al menos, una docena de sectas o tendencias, cada una defendiendo lo que creían las “esencias judías” a su manera. Los evangelios dejan claro la poca simpatía que alguna de estas facciones o sectas, como los fariseos, despertaban en Jesús. Algunos interpretan que Jesús era próximo a los esenios. Los dos apóstoles llamados Judas, pertenecían o habían pertenecido a la secta de los Zelotes y el otro a la secta de los Iscarios (una deformación de este nombre da lugar a la expresión sicario).

Ya por entonces, muchos de los judíos de la diáspora estaban bastante desnaturalizados, en el sentido que, aunque conservaban las creencias y tradiciones fundamentales del judaísmo, se habían integrado mucho en sus comunidades nacionales de acogida, asumiendo muchas costumbres foráneas y perdiendo el dominio del idioma judío, que sólo usaban de forma ritual en los rezos. Eso sí, el que podía, visitaba, al menos una vez en la vida, y si era coincidiendo con la pascua mejor, el Templo de Salomón. Era el Templo de Salomón y el supuesto Arca que contenía, y no el territorio de Israel, lo que enraizaba los mitos fundamentales de la cultura judaica. Y también esta circunstancia era la que condicionaba el milagro de la traducción simultánea que practicaron tanto Jesús como sus apóstoles: ellos daban la prédica en Hebreo o Arameo pero cada judío de la diáspora,
o cualquier gentil de la audiencia, lo escuchaba en el idioma en que se sintiese más cómodo, que a veces era el griego, el latín, o a saber cuál.

El pueblo judío de Israel siempre tuvo problemas de integración con el imperio romano que los romanos siempre trataron de mirar con benevolencia. Sin embargo, y especialmente a partir de las fechas en que Jesús fue crucificado, tomaron mucha preponderancia las sectas judías más radicales, desde el punto de vista religioso y nacionalista, como los Zelotes. En la década de los 60 dC, la situación fue tan insoportable que acabó en una guerra abierta contra los romanos y, aunque los romanos intentaron inicialmente no tomarla muy en serio, la cosa culminó en la fortaleza de Masada, con los radicales judíos asediados, donde se aplicaron medios literalmente Numantinos (lo de nuestra Numancia había sido unos doscientos años antes) y la destrucción total y definitiva del templo, con prohibición de reconstruirlo.

Como fuera que los judíos siguieron presentando muestras de animadversión contra los romanos, éstos decretaron durísimas leyes de exclusión económica (no podían comprar propiedades ni firmar contratos) sobre los judíos establecidos en palestina, lo que causó una fuerte y definitiva diáspora durante el final del siglo I y todo el siglo II. La población judía en palestina llegó a estar, hasta inicios del siglo XIX, muy por debajo del 5% de la población total de la región.

La Tierra Prometida y el Templo eran para la diáspora judía mundial un mito nostálgico al que algunas comunidades concretas unieron, más tarde, el nombre de Sefarad. Y esto fue así hasta el siglo XVIII en el que aparecen los primeros movimientos serios del Sionismo, movimiento que reclama una Nación para el pueblo de Israel a ser implementada en Palestina, la que fue la Tierra Prometida.

Durante el siglo XIX el movimiento sionista se consolida y procura que parte de los judíos
expulsados por los pogromos y otras acciones antisemitas de cualquier lugar de Europa (Rusia incluida), se vayan estableciendo en Palestina, facilitándoles discretamente la compra de propiedades. A inicios del siglo XX, como un 15% de la población de palestina es judía. Después de la Primera Guerra Mundial y la caída del imperio Otomano, todo oriente medio queda como protectorado del Imperio Británico, que elabora los planes de descolonización que, prácticamente, no se pueden realizar hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. En estos planes, los delineantes del departamento de asuntos coloniales ya tienen sus mapas parcelados atribuyendo un país cada una de las tribus o minorías amigas. Una de estas parcelaciones del mapa esta rotulada con el epígrafe Palestina, para los palestinos. Algunos, como los kurdos, se quedan si su trocito de mapa.

El horror más allá de cualquier comprensión humana que causa el Holocausto judío por parte de los Nazis, la mala conciencia de no haber hecho todo lo posible por evitarlo de las potencias vencedoras de la guerra, en mágica conjunción con el Sionismo, hace que el rótulo del mapa que ponía Palestina, pase a poner Israel en 1947. Los palestinos se quedan sin su trocito de mapa a cambio de unas vagas alusiones a su integración en Israel. En 1948, por votación de la ONU, la comunidad internacional consolida, legitima y legaliza esta situación.

Finalmente, es de justicia reconocer que la existencia del estado de Israel ha sido altamente beneficiosa para la pervivencia de las sociedades occidentales y sus democracias durante la segunda mitad del siglo XX y lo transcurrido del XXI. Digamos que ha sido la sólida escollera y rompeolas frente a la fuerte marea del fanatismo islámico desarrollado, especialmente, desde la revolución iraní de 1979.

“Caminante no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace camino y, al volver la vista atrás, se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar”

AER. Se dice que la Historia comenzó con la Escritura. Teniendo en cuenta que no hay pueblo como el judío que se haya constituido sobre las Escrituras, entendidas como Ley, mandato divino, ¿serían los profetas hebreos los primeros constructores de la Historia tal como la entendemos: no desde atrás sino hacia adelante, reclamada desde el futuro?
FdC. La Historia “científica” comienza con la escritura, y no se consolida hasta que disponemos de varias fuentes escritas que podamos comparar y contrastar, pero todos los pueblos, en cuanto inventan su medio de escritura, lo primero que hacen es fijar por escrito su historia mítico-legendaria trasmitida, hasta ese momento, por tradición oral, de generación en generación.

Este es el papel del Génesis escrito por Moisés, según él asegura, por inspiración divina. Es la recolección y fijación escrita de las tradiciones orales que explican, la creación del mundo y de la humanidad y de la estirpe judía hasta el momento del Éxodo. Se recogen ahí las mitologías nacionalistas y religiosas, mezcladas y entrelazadas, que constituyen la base de la cultura judía.

Uno de estos mitos, es que el pueblo judío es el pueblo elegido y guiado por Dios para
culminar sus planes cósmicos. Eso convierte a la “nación judía” en una Teocracia de facto.
La cultura judía admite que todos los libros “sagrados” lo son porque se escriben bajo estricta inspiración divina, eso los convierte en fuente de ley y en base de las reglas ético-morales que deben regir la sociedad.

Los profetas son, en aquel tiempo, los lideres intelectuales de la sociedad judía, de forma
análoga a como lo eran los grandes filósofos griegos en la sociedad helénica, pero con más
autoridad, ya que los profetas atribuían sus aseveraciones a la inspiración divina.

Los profetas detectaban y denunciaban los comportamientos decadentes que iban adoptando los judíos y como esto degeneraba la robustez de la sociedad judía y auguraban la consiguiente crisis que se aproximaba: una invasión enemiga, una ruina, etc.

El cronista que, años más tarde, integraba las andanzas del profeta en la Escritura como parte de la historia judía, poco tenía que mitificar y esforzarse en exagerar lo adecuado de las críticas y vaticinio del profeta. De este modo, la palabra “profeta” cambió su significado inicial de “persona con una relación especial con Dios” a la acepción, más utilizada hoy en día, de “persona capaz de predecir el futuro”.

Los escritores de los evangelios pusieron gran interés en destacar las diversas profecías sobre el Mesías y “Cordero de Dios” que se cumplieron en la vida y muerte de Jesús, aunque el entusiasmo religioso en hacerlo tal vez supuso forzar, un tanto, hechos, recuerdos e interpretaciones.

Lo de la profecía como Historia reclamada desde el Futuro, es parte del mito judío. Y como tal mito, parte, o no, de la creencia personal de cualquier individuo.
En cualquier caso, la Escritura, la Torá, es la columna vertebral de la cultura judía, es lo que unifica a las diversas comunidades judías de todo el planeta y le da personalidad y normativa ético-moral.

AER. Parece que el pueblo judío; más que reivindicación del espacio, ha estado siempre
buscando el tiempo, en la historia. ¿Es ese también vuestro parecer?
FdC. El judío de la Diáspora, hasta la aparición del movimiento Sionista a final del siglo XVIII, lo que reivindica es la posibilidad de vivir en paz y desarrollar su vida en los países o comunidades donde trata de integrarse. Simplemente, quiere ejercer su profesión u oficio libremente y sin discriminación frente al resto de ciudadanos del país de que se trate y, eso sí, que le permitan seguir con sus creencias en torno a la Torá, con sus sinagogas y señas de identidad propias. En todo lo demás, su deseo es integrarse y ser considerado como un nacional más del país del que se trate.
En los países en que el judío consigue, más o menos, estos objetivos, el Sionismo no tiene, a nivel individual, ningún predicamento o apego entre los judíos. El judío estadounidense, quiere seguir siendo estadounidense, el judío británico quiere seguir siendo británico, el francés seguir francés, y así. A nivel personal, no están interesados en formar parte del moderno estado de Israel.

No obstante, los judíos tienen un profundo sentido de comunidad universal desde el punto de vista religioso, ético-moral y cultural. En este nivel de comunidad, sí que suelen formar lobbies pro Israel y recogen fondos para favorecer la migración de los judíos de países con fuertes movimientos antisemitas hacia países más acogedores o al propio Israel.

AER. ¿No cree Usted que la Historia, en el caso de los judíos, más que una Historia basada en el progreso, es una Historia Sagrada, ucrónica, de la Divinidad en los hombres, de la Palabra de Dios hecha Escritura, contada una y otra vez?

FdC. Efectivamente, ése, o algo muy parecido, es el sentimiento que tienen los judíos de lo que es su propia Historia.

Lo de “contado una y otra vez” no es entendido como un bucle cerrado de condena a la
repetición, sino como una interpretación, adaptada a su correspondiente tiempo, para cada
vez. Esto hace que pocas comunidades tengan la impresionante capacidad de adaptación a
distintos tiempos y circunstancias, como lo tiene la comunidad judía.
La historia, en su devenir, no es algo lineal y unidireccional. Con casi cualquier criterio que
escojamos, la historia tiene épocas de progresión (o avance) y épocas de regresión (donde se pierde lo antes avanzado).

AER. ¿Cómo se combinan la fuerte individualidad judía con el hondo sentimiento de colectividad de ese pueblo?

FdC. En todas las religiones monoteístas existe, o tiende a existir, un fuerte vínculo entre cada individuo creyente y su Dios. En cierto modo, entre el individuo y su propio y particular Dios.
En el catolicismo, por ejemplo, un creyente le puede rezar a Dios, pero hay creyentes que le rezan a su Santo o advocación de la Virgen favoritos. En el judaísmo no existen tales
intermediarios con Dios. Está el creyente individual frente a su propio y particular Dios
creador, sin intermediaciones posibles. Esto favorece un cierto individualismo. Sin embargo, un judío no es nadie si no se cree parte del Pueblo Elegido de Dios y por tanto, miembro de una comunidad. El sentimiento de comunidad se convierte así en parte de su individualidad. Sentimientos complementarios, no contradictorios.

El cineasta Woody Allen, judío bastante renegado en lo estrictamente religioso, es famoso por los chistes que hace sobre sí mismo y sus dificultades para escapar a su sentimiento de
pertenencia a la comunidad judía.

AER. Hay una ambivalencia contradictoria con respecto al judío entre las gentes. Por una
parte, es un pueblo respetado y admirado. Por otra, existe a veces una actitud de rechazo hacia él que se manifiesta en expresiones populares despectivas. Por ejemplo: “perro judío”, “hacer una judiada”, “ser un fariseo”, etc. ¿Cómo explica Usted este fenómeno?

FdC. Históricamente, todos los grupos humanos necesitan sentirse superiores de alguna forma al resto del resto de los grupos humanos. Es una manera de deshumanizar al otro y excluirlo de nuestra solidaridad, de la solidaridad que sentimos con los que son de nuestro grupo. El propio Pueblo Judío, en los años posteriores a Moisés, justifica, en su superioridad como pueblo escogido por Dios, la expulsión de pueblos, que estaban en decadencia en ese
momento, de los territorios que consideraban su Tierra Prometida.

Los hombres blancos llegaron a creerse superiores a los negros, los excluyeron de derechos y esclavizaron. Las civilizaciones primitivas (algunas sofisticadas como sumerios, egipcios,
griegos, romanos, aztecas, incas, etc.) esclavizaban a etnias o naciones enteras cuando las
derrotaban en sus guerras.

Por un proceso parecido, en una misma sociedad hay una clara tendencia a establecer clases o castas diferenciadas y discriminadas. Se trata de excluir a unos discriminados de derechos y acceso a bienes, para ampliar el acceso a esos derechos y bienes por parte de los grupos discriminantes. Hay grupos, como judíos o gitanos que, al tratar de permanecer como comunidades claramente diferenciadas del resto, son blanco fácil para este tipo de
discriminación.
En un momento dado, han sido los poderosos y autoridades los que han promocionado este
tipo de sentimientos que luego tienden a perpetuarse en el pueblo llano, aun después de desaparecer la discriminación oficial.

Las propias iglesias cristianas, concretamente, la propia Iglesia Católica de Roma promocionó, en la edad media, y hasta, como poco, el siglo XVII, la discriminación contra los judíos, como si éstos estuviesen faltando a una supuesta obligación de convertirse al cristianismo. La iglesia llegó a patrocinar la expulsión de los judíos de muchos reinos de Europa en la Edad Media.

La expulsión de los judíos de los reinos de Castilla y Aragón (es decir, de España) en tiempos de los Reyes Católicos fue, prácticamente, hecha por exigencia de la Iglesia. Los Reyes Católicos realmente no querían hacerlo ya que tenían grandes amigos y consejeros y asesores en la comunidad judía, y eran conscientes de que la expulsión de los laboriosos y buenos profesionales y artesanos judíos sería perjudicial para sus reinos. De hecho, dieron facilidades, para que muchos judíos pudiesen permanecer en sus reinos mediante conversiones puramente nominales y falsas. La Iglesia incrementó la actividad de la Inquisición para evitar, en lo posible, los falsos conversos. Ironías de la vida, muchos de los dirigentes de la Inquisición procedan de familias conversas, y con fanatismo de conversos actuaban.

Los judíos eran los únicos, en la época medieval, con preparación para poner en marcha
incipientes negocios bancarios y, por tanto, de la actividad de concesión de créditos.

Muchos poderosos estaban, de esta forma, grandemente endeudados con entidades judías. Hacer desaparecer a los judíos de la sociedad, era hacer desaparecer las deudas sin pagarlas.

Para hacer esta discriminación y persecución popular entre el pueblo llano, y convertir a este pueblo llano en cómplice, hay que implantar ideas sencillas, y a menudo zafias, como el receptor de las mismas: “los judíos mataron a Jesús”, “una mala acción es una judiada”, “perro judío” es el insulto más ofensivo que puede aplicarse a los que odiamos, etc.
Y todo esto, de una iglesia que adora como Dios a un judío llamado Jesús, y cuyo mensaje nos ha llegado por San Pablo, San Pedro y otros apóstoles, y cuatro evangelistas judíos.

El Cristianismo puede considerarse una derivación del Judaísmo, y del Judaísmo viene más del 90% del armazón ético-moral del Cristianismo.

Curioso odio de la Copia hacia su Original. Es como si la Iglesia hubiera tenido la freudiana
necesidad de matar al padre, y así quedar como fuente original de sus principios. En las edades moderna y contemporánea ha habido acciones antisemitas donde el componente religioso ya era secundario, como los numerosos pogromos de los siglos XIX y XX y la culminación del horror del Holocausto promovido por los Nazis.

En estos movimientos, los judíos aparecen como el enemigo que justifica los mitos victimistas de los totalitarios, o chivos expiatorios de los problemas, especialmente por acaparar las riquezas de un país.
Aún hoy en día, hay diversas tendencias políticas, tanto de derechas o conservadoras, como de izquierdas o revolucionarias, que contienen, de forma más o menos explícita, sentimientos antisemitas. Los prejuicios para la discriminación racial o religiosa suelen ser muestra de una falta de cultura o preparación, aunque también pueden ser motivados por un fanatismo inculcado en la propia educación de los individuos.

AER. Existe una penetración en lo judío de lo sagrado -incluso en el pensamiento de sus
representantes más modernos y racionalistas- como “temor de Dios”, como acatamiento del mandato divino, como Escritura Sagrada. ¿No veis curiosa esa mezcla de racionalismo crítico y acatamiento de la Voluntad Divina?
Ya hemos declarado la opinión de que la consciencia de pertenencia al Pueblo Elegido por Dios y los textos de la Torá son elementos esenciales y fundacionales de lo judío, y la conservación de estos principios fundamentales es la expresión de la Voluntad Divina para un judío.
El judío medio actual, como el cristiano medio actual, está muy secularizado. Sólo es
relativamente creyente, y aún menos practicante; y el “temor de Dios” se conserva, de modo tal vez inconsciente, en el armazón ético-moral de la sociedad de base judía o judeo-cristiana.

No olvidemos que el Cristianismo se puede considerar una derivación, una nueva secta, dirían algunos, del Judaísmo.
La visión judía o judeo-cristiana de la Escritura, llena de historias y textos contradictorios, abre espacios a visiones críticas y racionalistas de todas las cuestiones. De hecho, el núcleo de la filosofía de Sócrates-Platón-Aristóteles ha sido asimilado como parte esencial de la visión judeo-cristiana.

Como muestra, el intento de organizar la sociedad de forma racionalista, al que llamamos
democracia moderna, floreció en sociedades de sólido substrato cultural judeo-cristiano y, casi sin excepción, sólo prospera en ese mismo tipo de países.
Es por eso que Israel se mantiene como la única democracia homologable en Oriente Medio.

Lo de las alusiones a la Voluntad Divina, hoy en día, ha sido patrimonializado por sectores
radicales en el sentido de decir: “hay que hacer esto, o lo otro, aunque parezca injusto, ilógico o irracional, porque es la Voluntad de Dios”.

No parece que Dios nos haya dotado de conciencia y sentido de la justicia, de lógica y raciocinio, y que luego Él actúe, o nos sugiera actuar, en contra de estos dones.

ANNO TEMPLI CMIV
BRUNETE-MADRID.

SHEVAT 5782 – FEBRERO 2022

Acerca de Antonio Escudero Ríos

Nació en 1944 en Quintana de la Serena, Badajoz. Hizo las carreras de Filosofía y Publicidad en Madrid en donde reside desde 1960. Es editor literario e investigador de Judaica. Ha realizado ediciones facsimilares de la Guía de los Perplejos, el Cuzarí y de la obra de Isaac Cardoso. Dirigió las Jornadas Extremeñas de Estudios Judaicos en Hervás, en 1995, con Haim Beinart. Fue Director de las Actas del mencionado Congreso, publicadas en 1996. Colaborador en las revistas judías Raíces, Los Muestros, Maguem y Foro de la vida judía en el mundo, entre otras publicaciones. Creador, junto a otros entusiastas, de la Orden Nueva de Toledo, Fraternidad dedicada a la defensa plural de Israel y el Líbano cristiano, así como combatir el antisemitismo. Ha plantado miles de árboles, y construido, con Don Jaime Botella Pradillo, un jardín dedicado a los Justos de las Naciones en Las Navas del Marqués, en tierras de Castilla.

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