La desobediencia civil para dummies

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Aunque la política es apasionante, una persona que desea actuar eficazmente en las decisiones públicas debe conocer el entorno, los actores y procesos para construir una estrategia sólida. Esto sólo se logra teniendo una cabeza fría y libre de valoraciones para ponderar cada variable en su debida dimensión.

Al contrario no hay peor enemigo para quien desea incidir en la política que el romanticismo. Lejos de ser la confrontación entre las fuerzas del “bien” contra las del “mal” (sea lo que cada facción entienda por ello), en las instituciones públicas se enfrentan intereses variados que, al perseguir fines lícitos, tienen el derecho y la obligación de presentar sus puntos de vista y negociar arreglos que se espera lleguen a ser mejores a lo que se tiene.


Para decirlo de otra forma, no existen panaceas, ni soluciones finales en la política. Es más, los problemas se harán cada vez más complejos conforme las sociedades evolucionen. Lo mejor que se puede hacer es tener la capacidad para adaptar las reglas a un entorno cambiante y procurar dejar un mejor país para quienes nos siguen. Y esto no se logra sin la participación, conocimiento y vigilancia de todos los actores involucrados en un marco de elemental respeto y tolerancia por las visiones de los demás.

Bajo las premisas anteriores es fácil que una persona que cree que la política es un juego de “buenos” y “malos” termine siendo el tonto útil de intereses que quizás no sea capaz de identificar, mientras cree que ese encuentra en una cruzada por (digamos), “la instauración del Reino de Dios sobre la tierra”; “el cambio verdadero” o simplemente la “revolución”. Lamentablemente es fácil caer en el juego de demagogos si no se tiene conocimiento de qué trata lo público.[1]

En fechas recientes, y como sucede de manera puntual casi cada seis años desde finales de los ochenta, un candidato perdedor recurre al tema de la “desobediencia civil” para mantener viva su lucha. ¿Qué significa esto realmente? ¿Están los seguidores del político dispuestos a asumir todo lo que esto implica?

¿Qué es la desobediencia civil?

Partamos de que es el deber fundamental de toda persona obedecer las leyes de la comunidad a la que pertenece: es decir, tiene una obligación política pare respetar el orden jurídico que sostiene el orden social. No hacer esto expone al infractor a una sanción. Por otra parte se espera que la autoridad que pone en práctica las leyes sea legítima: es decir, que sea reconocida por la mayoría de la gente como tal.

En este sentido la desobediencia civil procura demostrar de manera pública la injusticia de la ley y con el fin mediato de inducir al legislador a cambiarla. El acto viene acompañado por parte de quien debería cumplirla con justificaciones que lo hacen ver no sólo como lícito sino también como debido y, por ello, tolerado. Recibe el término de “civil” porque su promotor no considera que comete un acto de transgresión de su propio deber ciudadano sino que en todo caso considera comportarse como un buen ciudadano en esa circunstancia particular.

Hay tres circunstancias por las que los partidarios de la desobediencia civil consideran que desaparece la obligación a obedecer: 1) el caso de la ley injusta (es decir, que no va de acuerdo con los principios de derecho racional o natural, con los principios generales del derecho o como se los quiera llamar, 2) el caso de la ley ilegítima (entendida como la que emana de quien no tienen el poder de legislar) y 3) el caso de la ley inválida (o inconstitucional).

Hay criterios para distinguir los diversos tipos de desobediencia civil. En primer lugar según el carácter de la acción, que puede ser: a) omisiva o comisiva (no hacer lo que se ordena o hacer lo que está prohibido), b) individual o colectiva (si es llevada a cabo por una persona o un grupo), c) clandestina o pública, o bien preparada y cumplida en secreto, d) pacífica o violenta o e) dirigida al cambio de una norma o un grupo de normas, o bien de todo el ordenamiento.

Por otra parte la desobediencia civil puede ser pasiva (dirigida a la parte preceptiva de la ley y no a la punitiva) o activa (dirigida a la parte preceptiva y a la punitiva, de manera que quien la efectúa no se limita a violar la norma sino que trata por todos los medios de librarse de la pena).

De las características anteriores, la desobediencia civil se ha caracterizado por la acción de grupo y la no violencia: es una tentativa de hacer rechazar por el grupo “sedicioso” las técnicas de lucha que le son familiares y de hacerle adoptar comportamientos que son característicos del objetor individual.

Cabría distinguir la desobediencia civil de la contestación, en tanto que la segunda excluye la aceptación pero a manera de crítica. Por otra parte también es preciso separa la desobediencia civil de la acción ejemplar, como ayuno prolongado o el suicidio público.

¿Cómo justificar la desobediencia civil? Existen tres vías.

La primera es argumentar que es un imperativo “moral”, que obliga a cada hombre en cuanto tal, y lo obliga independientemente de toda coacción: es una cuestión de conciencia. El problema es que por este argumento se puede justificar cualquier cosa – basta que un dirigente inculque a sus seguidores la idea de que su causa es “superior” y eso se puede lograr con una dosis mínima de adoctrinamiento y visceralidad.

En segundo lugar están las argumentaciones iusnaturalistas que hablan del predominio del individuo sobre el Estado. De esa forma la persona tiene derechos originarios e inalienables, donde el gobierno sólo debe ser protector de los mismos. Esta definición es más concreta, pues se habla fundamentalmente de protección a la vida y propiedad, así como los derechos del individuo.

Por último se encuentra la idea libertaria de que toda forma de poder sobre el hombre es mala, por lo que la resistencia civil se convoca bajo la premisa de impedir al Estado prevaricar.

Un checklist para emprender la desobediencia civil

A todo esto, ¿qué actos serían realmente de resistencia civil en este contexto? ¿O sólo se está hablando del término para que un grupo de incautos se sienta que vive una experiencia revolucionaria por unos meses en lo que se calman los ánimos?

En primer lugar habría que pensar a qué se está oponiendo y, en la medida de la magnitud, ver si uno tiene la disposición de asumir las consecuencias.

¿La oposición es a una decisión de las autoridades electorales? Recordemos que ellos siguen un conjunto de reglas que pactaron los partidos. Si dejaron a un lado algunos temas hay que reclamárselos a ellos. Para esto existen vías para hacer valer esto, como enarbolar causas e intervenir en las decisiones públicas con una agenda y táctica: a eso se le llama “cabildeo”.

¿Se resistirá a un presidente electo o a un conjunto de “intereses oscuros”? Si la persona que desea resistirse lo hace de manera realista, la opción es dejar de pagar impuestos (asumiendo que lo hacen), toda vez que se va en contra del Estado. Todavía más, se trata de renunciar a obligaciones y a derechos por igual. Henry Thoreau, autor de una obra clásica en la materia, hablaba optar por la cárcel para mostrar que uno es un buen ciudadano al resistir a un orden injusto.

¿Se va a resistir gritando a una televisora o con actos “creativos”? Eso es ser contestatario solamente. ¿Tomar casetas o marchar? No es algo necesariamente pacífico, toda vez que se vulneran derechos de otros. Por ejemplo un automovilista puede no pagar peaje, pero no tiene forma para hacer valer su seguro de viajero en caso de sufrir un accidente.

Y lo principal: ¿están los dirigentes dispuestos también a seguir la desobediencia civil hasta sus últimas consecuencias? Quizás no es muy congruente desconocer a un presidente electo (que va gobernar), cuando se busca formar un partido político con las leyes repudiadas. O ser legislador de un proceso electoral que, al menos, dice desconocer sus resultados. Pero bueno, esto es cuestión de congruencia por parte de los líderes y credulidad por parte de los seguidores.


[1] Para una definición sobre demagogia, ver: http://www.sinembargo.mx/opinion/05-03-2012/5376

Acerca de Fernando Dworak

Licenciado en Ciencia Política por el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y Maestro en Estudios Legislativos en la Universidad de Hull, Reino Unido. Fue Secretario Técnico de la Comisión de Participación Ciudadana de la LVI Legislatura de la Cámara de Diputados (1994-1997). Durante los trabajos de la Comisión de Estudios para la Reforma del Estado, fue Secretario Técnico de la Mesa IV: “Régimen de gobierno y organización de los poderes públicos” (2000). En la administración pública federal, fue Director de Estudios Legislativos de la Secretaría de Gobernación (2002-2005). Ha impartido cátedra, seminarios y módulos en diversas instituciones académicas nacionales. Es Coordinador Académico del Diplomado en Planeación y Operación Legislativa del ITAM. Es coordinador y coautor de El legislador a examen. El debate sobre la reelección legislativa en México (Fondo de Cultura Económica, 2003). En este momento, se encuentra realizando una investigación sobre las prerrogativas parlamentariasy e scribe artículos sobre política en diversos periódicos y revistas.

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