La distopía

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A mi amigo Don Antonio Escudero Ríos,que me sugirió y animó a escribir este texto sobre la distopia.

Una -entre otras muchas, demasiadas-  nuevas tendencias, proposiciones colectivas, e incluso lamentables hechos consumados, que ahora mismo comienzan a resultar de rabiosa actualidad, es la de “vivir ya en la distopía”. El Diccionario RAE, define esta expresión -distopía- como la representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana”. Nada menos que eso. En consecuencia, nuestro futuro colectivo es el de ser pasto de la alienación, que justamente consiste en ser objeto de instrumentalización; en no ser persona sino cosa, simple instrumento. Esto es, que alguien, otro distinto a mí, me va a utilizar (parece que ya me está utilizando) como mero medio para obtener su fin, o sus fines. Por ello, naturalmente, las características de tal fenómeno universal han de ser lógicamente negativas. Es más, superlativamente perversas, hasta alcanzar el verdadero satanismo.

La distopía, en tal sentido, viene a ser, de un modo necesario y vital  -no sólo gramaticalmente-  el término antónimo al de utopía, que siempre es un ideal, cuando no trata de despojársele de su valor intrínseco, como alegaré más adelante. En consecuencia, más allá aún del orden y el fin iusnaturalistas, más allá incluso del mismo bien, la utopía puede identificarse y concretarse en el orden y perfección absolutos de todas las cosas, que, en el pensamiento más humilde y sublime, comienza y termina en la idea y la verdad de Dios. Porque, además de la vida y el camino, sólo Él es la verdad. Se ha dicho y repite constantemente que esa Verdad es el amor, pero quizá sea preciso en la ocasión añadir y puntualizar, a su vez, que sólamente el amor es el bien, sólo el bien y todo el bien”. Eso decía una figura humana nada sospechosa de egoísmo y sentido material de las cosas, un idealista supremo que llamaba hermanos a los lobos y a las estrellas, Giovanni di Pietro Bernardone “il Poverello d´Assisi”, llamado “Francesco” por la procedencia francesa de su madre, de origen provenzal. Él, y otros muchos miles, sin duda millones en la historia de la humanidad, han tomado esta senda de la utopía, idealizándolo, sublimándolo y divinizándolo todo. Por eso se ha dicho que el cristianismo es una utopía, sin reparar ni detenerse a pensar un sólo segundo en que una utopía no es un ideal irrealizable, sino un ideal que nunca se realiza. Nunca puede hacerse efectivo, en el tiempo y en el espacio, que son las coordenadas de la materia, de la Física de Einstein, o tal vez haya que decir de la mecánica cuántica de Max Plank, quién ya intuyó científicamente, tras haber dedicado toda su vida al estudio de las entidades materiales, que no es el espíritu sino la materia la que “no existe”. Es decir, frente al absoluto del ser, de la esencia, se alza amenazante la impotencia de la nada, aparentemente omnipotente, cuando la materia, no es la cosa más grande sino la más insignificantemente pequeña, hasta incluso, científicamente, no existir.


Sin altanería alguna, por parte de un total ignorante como yo, no necesito entender tan complejas teorías, para sentir, dentro de mí, la perfección ontológica de mi ser y hasta la óntica de mi existir, como realidad absoluta y eterna fuera de tales coordenadas. Por eso, nadie puede hacer objeto a nadie de mero instrumento. Ni lo podrán conseguir nunca todos los poderes del mundo juntos. Porque los poderes del Infierno, aun estrechamente unidos, jamás podrán prevalecer.

Ha habido, y quieren resucitar, pese a haberlas tenido por muertas, algunas otras pretendidas utopías. La más falsa, cruel y sanguinaria, ha sido, o es, la del marxismo-leninismo. Para ellos, también la inhumana finalidad de su teoría es una pretendida “utopía”, pero tan falsa -una contradictio in terminis–  como su misma doctrina, porque ya hemos dicho que una utopía necesariamente ha de ser espiritual e idealista, y por ello resulta intrínsecamente incompatible con todo materialismo, especialmente con el materialismo histórico del llamado comunismo.

¡Qué bien les ha venido a estos malvados la peste del Covid19, que, racionalmente, procede de ellos mismos, de la República Popular China, ese extraño e híbrido engendro comunista-capitalista, donde objetivamente surgió y desde el que se extendió a todo el mundo, en medio del silencio y la oscuridad y al amparo de las metralletas. Porque, parece evidentemente notorio, que, entre otros materialismos, hedonismos, erotismos, ansias desalmadas de dar rienda suelta a todos los más bajos instintos corporales y, según dicen, muy especialmente al de la soberbia de dominar y someter a todo el mundo  -desde los más soberbios a los más humildes-  se encuentra también el maldito comunismo, ateo y criminal, al servicio de la “nueva normalidad”, la “postmodernidad”, la “post-verdad” y otros perversos inventos. En suma, de la guerra cultural contra Occidente y contra el Humanismo cristiano. Este viejo espíritu maligno, es que el alienta o coopera de modo muy especial para implantar y perpetuar la pervivencia de la distopía.

¡Seres humanos todos del universo mundo…uníos!  Contra la falsedad del mal, la miseria y la pobreza absoluta de todos. No os dejéis alienar. Por el amor de Dios.

Luis Madrigal

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