Esta semana nos encontramos con las noticias de la violencia cometida en contra de los migrantes en nuestro territorio mexicano. Es evidente que nuestro país afronta una crisis migratoria en la que las deportaciones son parte de un proceso inevitable, sin embargo este proceso se ha caracterizado también por su escaso respeto de los a la dignidad de las personas.
La violación de los derechos humanos de los migrantes es una realidad de la que debemos ser conscientes y no solo por los agentes de migración de los diversos gobiernos sino por la xenofobia que encuentran a lo largo del camino, aunado al hambre, la enfermedad, los malos tratos, sobornos constantes, incluso violaciones o secuestros.
Ser migrante no es una decisión por gusto, es salir tras el sueño forzado de encontrar un futuro mejor, de hacer una segunda patria en dónde salir adelante y poder realizarse plena y dignamente como persona cuando tu realidad no te lo permite.
¿Cuál es nuestra respuesta a este complejo contexto?
Es evidente que podemos hacer muy poco en contra de la corrupción que aqueja a nuestro país o las decisiones que tome nuestro gobierno. A pesar de esto, individualmente podemos ayudar.
Cada día es más frecuente encontrar a los migrantes en las calles y por lo general suelen pedir dinero o comida para seguir en el camino. Esta ayuda es temporal y posiblemente solo sacie su sed o hambre unas horas, pero todo abona.
Anteriormente he mencionado que nadie es tan pobre como para que no pueda dar, ni nadie es tan rico como para no recibir. En definitiva, podemos ayudarlos cubriendo las necesidades básicas de agua y comida, pero en todas las ciudades de nuestro país hay refugios para estas personas. La necesidad también está ahí y podemos poner nuestro tiempo, dones y talentos a la orden. Olvidamos que más allá del hambre y sed, estas personas suelen tener necesidades médicas urgentes por tanto caminar y las enfermedades del camino. Muchas veces escuchar es lo que sana al corazón, dejemos que nos cuenten sus historias.
Así mismo, los niños migrantes se olvidan de ser niños y en los refugios es indispensable divertirse y convivir con ellos en los ratos de ocio. A veces en las casas de migrantes hay mil preocupaciones de por medio, ya que los recursos son limitados y las necesidades son muchas y es común que los niños queden un tanto olvidados o sean atendidos en sus necesidades más básicas y esa infancia se pierde, los momentos de alegría y de juego son verdaderamente difíciles de encontrar. Compartamos esos momentos y organicemos tardes didácticas, dentro de lo posible.
Otra propuesta que les hago, queridos amigos, es que durante temporada de fiestas, como Navidad y Año Nuevo es cuando más están abandonados. Llevemos una cena sencilla antes de nuestra celebración y organicemos la colecta de juguetes, tenis, gorras, mochilas y otros objetos que sepamos les que son indispensables. Que llegue “Santa Claus” para niños y adultos y que no pasen desapercibidos en fechas tan significativas.
Los invito a hacer la diferencia. La necesidad existe, solo hay que salir a encontrarla y atenderla. Recuerden que todos en algún momento podríamos ser migrantes o que nuestros antepasados lo fueron. ¿Cómo me gustaría ser tratado si estuviera lejos de mi patria y mi familia? Así debemos procurar a los demás. Al final, no sabemos si algún día nos tocará estar del otro lado y la empatía comienza en casa. Enseñemos que la aceptación del otro comienza por el simple hecho de que es persona. Solo así lograremos forjar un mundo mejor y más pacífico.
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