En un marco global de identidad y turismo, la resistencia combativa contra la puerta de Europa.
De dos continentes, enfrentada e invadida, muy de modernidad y de provincias, ausentes de la tecnología poblacional que solo se recupera con el desplazamiento de los que ya no quieren seguir viviendo en las grandes ciudades.
Poblaciones de extrarradio que esperan su nueva arquitectura que se sume al turismo de palacio europeo, deslumbrante de belleza y de posibilidades.
Vendrán nuevas crisis del ladrillo o no, en una España de una influencia cultural tan importante en los tiempos.
Una España enfrentada entre sí y apaciguada por los turistas Europeos, por la promesa de una vida mejor para sus compatriotas del idioma, indomable y tan hermosa que atrae a los orientales con el arte que sigue su ritmo, un poco indiferente, expresivo y conmemorativo en un país de grandes figuras que han tenido una importancia tremendamente significativa en la historia y en el arte. Y en esa lejanía el símbolo de la comunicación que dialoga en el tiempo entre los centros de poder dominados por el espíritu del arte.
El Monasterio del Escorial evoca ese movimiento paciente, que se une al centro de Madrid, es un diálogo renacentista sin precedentes.
Hay bondad y tragedia en el estudio de los lugares, en una vida rápida que reserva toda esa cultura. En ese camino donde se imponen a lo lejos en el cielo las torres más modernas, rascacielos de otros tiempos, los presentes que dan esa relevancia en el camino, otro tiempo de soledad y de naturaleza, de reconstrucción solitaria pero sin abandono de otras zonas tan próximas y sin embargo tan alejadas en el tiempo.
A punto de perderse, en cierta manera el patrimonio cultural de España es una alianza histórica, se abandona por otros proyectos que son malas empresas para el diálogo más importante con esa cita en la historia.
España entre dos dimensiones, la de la cátedra y la de momentos interminables de estancamiento y retroceso.
Y al poderío de esa fuerza regeneradora que paga su propia independencia pudiendo ganar la guerra, y cada vez que esa esencia norteamericana aterriza en Madrid nos eleva y cogemos altura para el momento y para los siguientes años.
Se acordarán de su cine, en la España de la posguerra hasta nuestros momentos actuales.
Artículos Relacionados: