Me pregunto una vez más si en unos días seremos capaces de cambiar todo un proceso que por tanto tiempo ha venido envolviéndonos, la lenta y electrizante corrupción de un sistema caduco y enfermizo.
Me pregunto hasta dónde y hasta que grado estamos impregnados de esa irracionalidad que no permite que los mexicanos puedan tomar plena consciencia de todo aquello que desde la Revolución Mexicana ha ido tomando cauce, un gran río putrefacto del cual ahora ya formamos parte, viejos ecos de un sistema tan echado a perder, tan desastrosamente real que pensamos, como si fueramos capaces de aplicar una varita mágica, que todo va a poder cambiar en unos cuantos días.
Para el nuevo movimiento de jóvenes, yo soy 132, la tarea resulta mucho más fácil y accesible porque en todos ellos yace una nueva semilla, la originalidad, la creencia de que el cambio puede ser verdadero, la ingenuidad, la ilusión de crear un estado de vida distinto al que hasta ahora muchos de nosotros hemos tenido que enfrentar.
La ideología es una cosa, ese vago ensueño que permanece en la vigilia y que definitivamente y como si fuéramos seres inmortales podríamos transformar, aunque México, nuestro tan querido México yace enterrado bajo un coro demoníaco de corrupción, el poder que todo lo transforma, la gran mentira eternizante que ha venido repitiéndose una y otra vez, cada vez que nos hemos atrevido a ir a las urnas, a votar por un candidato, a decirnos en voz baja que ahora sí, que ahora sí la vamos a hacer a pesar de la gran costra que impide, las mentiras, el abuso del poder, la discriminación, la eterna querella por querer demostrar que un partido tiene la razón mientras la hambruna, la pobreza y la más terrible miseria, la ignorancia y la mentira, deambulan como fantasmas, entre las callejuelas de la gran ciudad, en el Zócalo donde las voces no se cansan de repetir que ya están hasta la coronilla, nunca jamás, mientras los ricos se hacen millonarios y los pobres, caramba, una ciudad tan contaminada y tan transparente, tan majestuosamente enterrada por unos cuantos, los más poderosos, los que sin importarles nada desean estar por encima de todo, el poder más absolutista, lo que sea con tal de poder mantener su estatus de vida, la lenta y consuetudinaria explotación de los demás hasta que la muerte nos separe y amén.
Me pregunto si va a pasarnos una vez más lo que tantas veces fui testigo, el partido a jugar, el lanzarnos a las calles, las porras, la necesidad de decir, de repetirnos inconscientemente que hasta aquí abríamos de llegar para de golpe no poder hacerla, el gol que se nos escapa de las manos, el partido que más logre engañarnos para comenzar de cero, una vez más, que al cabo la suerte está echada.
Me revienta estar de este otro lado, me choca ver tan claramente lo que nos circunda, esa lastimosa pasividad que nos ciega y obstruye, la larga cadena de encuentros que tal vez, culminen en la repetición. Difícil poder cambiar tanta palabrería y perorata cuando la enfermedad yace enterrada, es como un virus que poco a poco nos ha ido deformando, un gusano, una volcán a punto de reventar, las mil y millones de almas tan sojuzgadas y viviendo en la mentira política más asquerosa y nauseabunda. ¿ Pero en qué porcentaje no somos también responsables?
*Para adquirir obra de Miriam Ruvinskis en línea, oprima aquí.
Artículos Relacionados: