Sarah comenzó a buscar una salida a sus sufrimientos y llantos internos, como derramamientos de alma y espíritu, así como de lágrimas y penas, que en su hermoso espíritu inquieto se hacían agua, mares llenos de volcanes indecisos. Al salir de si, comenzó a buscar el espíritu de redención, el espíritu santo en sí mismo, en las compras, los malls, los centros comerciales, el shopping, en el estar atareada en encontrar a su ser de vuelta.
Su deseo de amar a alguien era tan grande que había amado a muchos, se había esparcido en muchos, se habría perdido en todos pensaba, y ahora, para recuperarse, necesitaba encontrar su verdad, su moda en la cima de una montaña, la montaña, el clímax, el cenit de Dios, una especie de identidad que le diera modulación y paz a su vida interior.
El estudio de psicología no era suficiente, pues este se balanceaba en el intelecto, los símbolos, arquetipos culturales, y no en el corazón.
Tenía que hallar un balance, un silencio, un secreto que fuese un código imposible de ser penetrado por nadie, excepto por su media naranja, si es que esta existía, y que le comunicase su interioridad de vuelta; un enamoramiento único y verdadero.
En el fondo solo hubiese deseado enamorarse, y disipar así las nubes de su vida y la muerte de su madre.
Su rostro ya era conocido bastante, había salido en portadas de revistas de moda, revistas de arte, de deportes, de afamados y de sociales, pero su corazón no se hallaba allí. Había sido una experiencia increíble hasta que perdió la meta, el sentido, el corazón de todo el asunto. La habían visto únicamente como una princesa de plástica, de cristal, de papel de colores, de sociales. No sabía hallarse en el espíritu, nunca lo había hecho, y quienes debían ser sus guías, sus padres, habrían perdido el rumbo también; jamás había abierto una Biblia, excepto los rumores que había escuchado sobre el jardín del edén, Adán, Eva, la serpiente, pero no era algo que realmente comprendiera. ¿Era todo aquello un juego en la tentación? ¿Con la tentación? ¿En las manos de un Dios jugador y borracho? A los mismos maestros, las clases de religión y sentido, no los había atendido, y no había hallado ninguna metodicidad, puesto que no sabía que eran una llamada, una llamada a algo superior que no sabía que era.
Más bien se había construido la imagen de la chica rebelde, irreverente, que pagaba travesuras con travesuras, y se difundía en la proyección de imágenes de una chica paradisiaca y sin un hogar sólido.
Desde su punto de vista la forma era libre e infinita, y no tenía ningún sentido delimitarla de alguna forma. Por ello, hallar su identidad en la moda, comprar las prendas correctas, sus colores, texturas, estilos, telas, medidas, despliegues, aditamentos, eran toda una dura batalla de su ser.
¿Quién era en realidad?
No lo sabía. ¿Cómo lo podría saber?
Su madre había sido una artista, había deseado ser actriz, un símbolo de sexismo. Su padre, tras la marina y luchar por la patria, se había entregado directamente al alcohol. Puesto que la patria habían perdido la guerra. Italia había perdido contra los aliados, y los Estados Unidos, su nueva patria, había perdido en Vietnam. Solo había una esperanza, una luz lejana, los soldados de Sion de quienes se hablaban en las noticias por ganar una batalla de solo una semana, bueno, seis días. Solo entonces decidió convertirse en enfermero, enfermero de la marina, hasta que Ogui, su mejor amigo del enfrentamiento de la infantería murió en sus brazos.
Por supuesto Sarah no sabía todo esto.
¿Quién era ella?
¿Tendría que hallarse a sí misma en las compras, en la ropa y prendas, en las superficies y máscaras; una moda y luego dos, dos eran cuatro y cuatro disecaseis?. ¿Sería así posible hallar o rehallarse uno mismo con el infinito?, ¿Un Dios infinito y benevolente? ¿En verdad?
¿Dónde se hallaría su madre en este momento? Sus miembros entre lombrices, y ¿su alma? ¿Existía? ¿Existiría el paraíso? ¿El paraíso del que la Biblia hablaba? ¿Entre ángeles? ¿En algún paraíso oculto y el cual ya no se nombraba con seriedad? ¿En un Dios de amor?
Buscaba comprensión, pero se ocultaba, ¿en una media entre el sexo desmesurado de su madre y el alcoholismo trágico de su padre?
¿U sentido?
Sarah, Sarah buscaba el sentido, el sentido verdadero de todo esto.
¿Podría hallar en todo ello una dirección? ¿Un significado? Un significado verdadero y superior como el clímax. No, superior al orgasmo sexual.
Con el modelaje y las citas discretas había ganado el suficiente dinero para salir a comprar libremente, pero sus deseos de cubrir sus deseos con prendas, era insaciable, para esparcirse en el placer de comprar y alejarse del placer de la carne, que Leo había robado de su ser. No solo se trataba de comprar, sino de comprar la realidad, su realidad.
Aprender. No de la realidad de los demás.
Ser un lenguaje poético del Dios Único, la Luz.
En ello consistía su realidad, su viaje, era un aprendizaje. Un aprendizaje doloroso que estaba minado de incomprensión y interpretaciones del placer y el dolor.
A Leo le iba bastante bien en Hollywood, ya había firmado para ser la estrella principal de una película comercial de estudios y había comenzado una nueva vida. No solo su cuerpo y su rostro se habían cambiado de código, sino su alma, su alma había encontrado una nueva reelección para un principio en su plenitud.
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A Leo no le gustaba únicamente la fama, le gustaban las mujeres. Sabia como atraerlas, seducirlas, manejarlas, pero era algo más que un spin en sus vidas, se convertía en algo más que un padrote de sus propios placeres, era un coach, un maestro, un guía.
Sarah tiro la revista donde Leo aparecía en una página de plana amplia. Allí estaba su nombre resaltando por encima del de ella, de sus promesas de amor eterno. El le había prometido el sol, que juntos serian partes del sol, y la luna, se irían a vivir al sol, o a una isla junto al mar, se dedicarían a pescar, a comer cocos, y a beber el sol en sus pieles finas y untadas de crema de sal.
Pero no fue así, su ambición fue mayor que su deseo interior, esa verdad interior que parecía haber tenido sentido se disipaba en el éxito, la nueva idolatría del mundo moderno, Hollywood, el brillo, el esplendor de las cámaras, la excelencia del ritmo entre su cuerpo y su alma, los nuevos enamoramientos, un camino hacia la fama y el estrellato, la riqueza y la vulnerabilidad de los demás.
Ahora a Sarah la conocían en la universidad como la ex-novia de Leo, Leo el grande, el hijo de la rubia melena de California.
Raymond, el cambio, estaba sumamente molesto con todo esto, y se juntaba con Sarah para explicarle que Leo no era sino un debilucho mujeriego, y que no sabría distinguir entre una vagina y otra. Sin embargo, la extrema decencia de Raymond, le molestaba a Sarah, al punto de no poder encontrarse con él en la intimidad. No era más que un niño pequeño en una caja de madera envuelta con moño de papa, de sus bancos, y de la promesa que sería un multimillonaria para siempre. Sí. Eran más que viejos amigos, juntos competían por alguna verdad, pero Raymond siempre hundía el barco, hablando de lo correcto, de la decencia, de la moral. Y lo correcto no era la tempestad sexual y emotiva que Sarah buscaba en sus remolinos interiores.
“¿Quién soy?, ¿quién soy?” gritaban los remolinos, los vientos giratorios en ella.
Ya estaba suficientemente humillada por los hombres, por todos los hombres. ¿Serian todos iguales? ¿No existiría un príncipe verdadero allá afuera?. Si quiera uno solo. Pobre, la chica más linda del universo, larga cabellera rubia y dorada, ojos azules de muñeca y labios perfectos maquillados de lápiz labial rojo de revistas. Hermosa, como ninguna. Como si el universo jamás hubiese visto tal majestuosidad bajo las nubes.
Sarah, Sarah deseaba estar por encima de las nubes, crear allí su imperio, su castillo, y ahora deseaba que todos se enterasen, que era rica y famosa, aunque no lo era, pero daba esa impresión y pasaba las tardes tras las clases de psicología de su matriculo en las mejores tiendas de la ciudad.
Al tratar de pescar algo, slang que comprendía por su padre que había sido marino, y ella pensaba, “pescador”, al hombre de su vida, solamente lo perdía, y se alejaba más y más de toda posible realidad, o si prefieren decirlo, su dolor alejaba a los demás y ella se alejaba del dolor de los demás, de los reflejos deformados por los intereses de la sociedad.
Así fe como se comenzó a preguntar, si en lugar de hallar una verdad universal deslumbrante en los colores y la moda, en las telas y los estilos, no debería mejor estar investigando la verdad acerca de su madre, su verdadera tragedia, el suicidio de la madre, la teta.
Quizás no era real. Todo esto no era real. La vida no era real. Quizás “ellos”, sin saber este significado, la habían asesinado.
Después de todo su madre se había convertido en una prostituta de media noche en burdeles de Paris y Roma, por ello había viajado a Europa, a ver si aún podía clamar por el glamour de antaño. Al volver a California, se halló muerta. El examen foráneo declaro que había sido suicidio, a pesar de que no habían encontrado allí una nota. Se halló simplemente muerta, alcohol en la sangre, venas desangradas, en un baño en un cuarto de un hotel cinco estrellas. Allí había perdido toda su forma y fortuna humana. Y más, a su pequeña Sarah.
Desde entonces Sarah sencillamente dejo de creer en la forma.
Ya su padre bebía entonces y se dedicaba al arte de deformar la realidad. Había comenzado con una bebida en fiestas y bares de fiesta en las playas Californianas, y luego, se hizo adicto a deshacerse de las formas rígidas, establecidas, perfectas, inmanejables. Se dedicaba como al arte de la desintegración, o del mechero sobre el cristal, escapando con mujeres tras las faldas de los bares veraniegos, a derretir su ser, su corazón y su dolor.
La unión de su padre y su madre no termino en el divorcio, en la legalidad, sino en la tristeza, en la tristeza de la desintegración del ser: el espíritu. Por ello cacho la ola, hasta que conoció a Leo, quien le dijo, que la desintegración era el único sentido de la vida y que ellos se desintegrarían juntos
Entro en una tienda, Zara, y se dio cuenta, podría ser hija de la fiebre de sus padres, pero en el fondo de su ser, buscaba algo integro, como el negro lo seria en el reinado de los colores, algo que no pudiese nunca más volver a ser penetrado; el color negro, luchaba en una extraña batalla con la muerte. Se vestiría de negro para siempre.
¿Se vestiría de negro para siempre? ¿Pero entonces que significado tendrían los colores?
Habría de encontrar en todos los colores algún sentido más allá de la vida, la muerte, el reflejo del negro, no de un negro brillante, sino opaco y seco, como el de su alma, como el de la caja muerte, como el del rímel bajo sus ojos azules.
Amaba los flashazos de los fotógrafos, eran lo único que le recordaba la vida. Reía y reía, y se movía como una muñeca juguetona atrayendo a quien la miraba.
Entonces Raymond le hablo, tenía que hablar con ella. Raymond estaba sumamente preocupado porque se había acostado con la mitad del pueblo, y ella estaba saliendo de proporciones. Incluso pensó hablar con su padre, el padre de Sarah. Pero en esta ocasión quería hablarle de otra cosa, había averiguado algo que si era verdad, la podría destruir para siempre.
Raymond no era un niño chico e inocente como Sarah pensaba, sabía que era su oportunidad para ganársela para siempre. Quedaron de verse en un café en un centro comercial con la excusa de que le regalaría una tarjeta de crédito sin límites de fondos para que pudiera dedicarse a hacer sus compras y a escapar de su pasado. Olvidar! Olvidar la muerte de su padre y la pueblerina desintegración de su padre en los bares de las costas. Por un momento pensó, que Raymond podría ser un verdadero hombre, su verdadero hombre.
“Desintegración”!!!!
Pensó, podría ser la marca de una cadena de tiendas de ropa. ¿Podría reinventarse a sí misma en el fondo del dolor? ¿Podría Raymond reinventarla? ¿Podría confiar en Raymond verdaderamente y dejar de sentir lastima por él?
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