A finales del siglo XIX unos hombres que observaban el cielo confundieron un hecho político con uno científico. En Marte había actividad digna de verse. Los ojos humanos veían en Marte un terrero científico y no uno político. Wells, en su novela de ficción “The War of the Worlds”, invita a los psicólogos a estudiar la importancia de la idea de terreno [1]. Los marxistas, que no son psicólogos, han meditado el asunto, concluyendo que hay terrenos para la teoría y terrenos para la acción.
Los marcianos de la novela de Wells pudieron llegar a la Tierra con tranquilidad, sin estorbos, porque nadie vio en ellos una amenaza, un problema político. Cuando politizamos la ciencia o tecnificamos la política nacen objetos que no existen y dejamos de ver lo que existe. ¿Por qué la humanidad imaginada por Wells no pudo luchar contra los marcianos? Porque tenía ojos puramente políticos. Los virus no necesitaron del “Manifiesto del Partido Comunista” para aprender a trabajar coordinada y precisamente.
El capítulo VII de la obra citada dice: “No one in London knew what the Martians looked like, and there was still a fixed idea that they must be slow: ‘crawling’, ‘moving painfully’ – words like these were in all the earlier reports. But none of them were written by anyone who had actually seen a Martian”. ¡Esa idea era política y no científica! La guerra contra los seres de Marte requería más ciencia que estrategia política. Los conflictos entre palestinos y judíos y entre islámicos y franceses que últimamente han tenido lugar también exigen saberes científicos despolitizados, es decir, que traten de lo que sí existe. ¿Judíos, islámicos y cristianos, de ser atacados por marcianos, trabajarían por el Terreno Humano o por la Tierra Santa?
¿Cómo saber que el francés no ve en el mahometano a un hombre que se “arrastra”, que se “mueve dolorosamente” en la modernidad, que es terreno francés? ¿Acaso los palestinos ven en las naves bélicas judías lo que los humanos de Wells veían en los monstruos marcianos? ¿Por qué nos hemos vuelto incapaces de imaginar lo que imagina el prójimo? Porque todo lo politizamos. Y quien todo lo politiza todo lo homogeneiza. Y quien tal hace compara cosas incomparables, parangona el “liberalismo” con la “religión”, la “tecnología” con la “razón”, el “feminismo” con la “biología”, la “libertad de expresión” con la “Libertad”, etc.
G. Orwell, en 1946, comparó el fumar con el leer libros, y demostró que leer es una de las recreaciones más baratas que existen. ¿Pero podemos comparar el leer con el fumar? Fumar es un acto político y leer uno, digamos, biológico. Leer, o estudiar, nos abrió los caminos de la ciencia, en tanto que fumar nada bueno nos ha dado. Leer es necesario y además placentero, mientras que fumar sólo es placentero [2]. Cuando comparamos cosas incomparables transformamos lo apodíctico y categórico, lo que tiene substancia y es imprescindible, en algo asertórico e hipotético, en algo opcional [3].
Así, politizándolo todo, nos enceguecemos e ignoramos que ya no estudiamos en las universidades política, química, astronomía, derecho o periodismo, sino retórica, farmacéutica, astrología, moral y publicidad. Los humanos de Wells, ingleses, harto políticos, moralistas, prácticos, sólo vieron objetos dignos de la ciencia en los marcianos hasta que descubrieron que éstos eran vulnerables a los microbios terrestres y no al nacionalista inglés, gran fumador.
Pero ahora hablemos rápidamente del fenómeno contrario, de la tecnificación de la política. Para la política tecnificada, “científica”, mecánica, no hay individuos, sino ciudadanos y masas, ni pueblos, pero sí mercados. Si politizar la ciencia provoca ideologías, objetos que no existen, como marcianos torpes y pesados, tecnificar la política provoca estupidez y emboza lo que sí existe, como las veloces máquinas que amenazaron a Londres en la novela de Wells.
Oigamos la siniestra y pueril pregunta que un periodista le hace a Alejandro Werner, director del departamento del Hemisferio Occidental del FMI: “¿Llegaremos a ser una de las ocho economías más grandes del mundo en los próximos años?” [4]. ¡Frívola angustia! Para el preguntante la economía es un artefacto, un monstruo que se mueve, como los marcianos de Wells, sin que le importe aplastar lo que encuentra. ¿No es absurdo ser una de las ocho economías más importantes del planeta cuando se es uno de los países más violentos e iletrados? El preguntante seguramente más fuma que lee. ¿Y no es gran frivolidad que por culpa de la idea de nación, que no existe, el prójimo, que sí existe, se “arrastre”, se “mueva dolorosamente” sobre un terrero político?
Eduardo Zeind Palafox
1. H. G. Wells, “The War of the Worlds”, cap. I.
2. “Books vs. Cigarettes”, “Tribune”, 7 de febrero de 1946.
3. Immanuel Kant, “Crítica de la razón pura”.
4. “El Economista”, 17 de diciembre de 2014.
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