La historia de Varsovia contada desde su cementerio judío

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A través de sus lápidas y tumbas, discurre una buena parte de la historia pretérita y reciente de Polonia.

El cementerio judío de Varsovia, llamado también de Okopowa por la calle en la que se ubica, es uno de los monumentos más importantes del arte judío europeo y una de las pocas muestras que quedan en Polonia de la rica presencia hebrea en este país durante siglos.

Polonia fue, sin duda, el principal centro judío de Europa Central y del Este, donde vivieron algo más de tres millones de hebreos organizados en cientos de comunidades con sus cementerios, sinagogas, escuelas talmúdicas, restaurantes, teatros, liceos, colegios y un sinfín de instituciones culturales y sociales.


La tumba de Janusz Korczak

Aparte de la rica vida social, cultural y económica que irradiaba esta gran comunidad judía, Varsovia, su capital, fue uno de los principales centros editoriales, culturales y literarios de la cultura idish o lo que se conoce como el judeo alemán. En total, antes de la Segunda Guerra Mundial existían en esta lengua en todo el país 15 teatros, más de 200 institutos y colegios abiertos y 116 periódicos, una buena parte de ellos en la capital polaca.

Lamentablemente, al igual que ocurrió en otras partes de Europa, el Holocausto “barrió” para siempre la vida judía de Polonia, donde ya apenas quedan judíos e instituciones hebreas. Se calcula que más de tres millones de judíos polacos, muchas veces con la complacencia y casi siempre el silencio de sus vecinos, fueron enviados a los campos de concentración nazis.

DEL ESPLENDOR DE LA COMUNIDAD JUDIA A LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

Fue fundado este cementerio de Varsovia en 1780 por el comerciante judío Szmul Zbytkower, quien recibió en agosto de este año, por parte del rey polaco Stanislao, el privilegio de fundar esta área sagrada en la villa de Targowék, aunque seguramente los primeros entierros en dicha área se produjeron en los años cincuenta y sesenta de esa misma centuria. El cementerio inicialmente comprendía 18,5 hectáreas y servía como recinto sagrado para las comunidades judías de Praska y Varsovia, donde también había otro cementerio, el de Okopowa, que servía para enterrar a los judíos más pobres de la comunidad de la capital polaca.

Los fundadores del cementerio, como el ya citado Szmul Jakubowicz Zbytkower y su amigo Abraham Stern, miembro prominente de la Sociedad de Amigos de la Ciencias de Polonia, serían enterrados en el cementerio junto a otras conocidas figuras de la vida judía, como el poeta Antoni Stonimski, en el siglo XIX, la época dorada de la vida judía centroeuropea tanto en la capital polaca como en otros lugares del continente y que se alargaría hasta finales de los años treinta del siglo XX, justo antes del comienzo la Segunda Guerra Mundial. De este periodo histórico, tan fértil y dominado por el auge del sionismo en el mundo judío, nos habla Stefan Zweig en “La vida de ayer”, al referirse al caso concreto de Austria durante y después del Imperio Austro-Húngaro.

Sobre las vicisitudes y la vida de los judíos de Polonia y del Este de Europa en esta época, hay que reseñar al gran escritor judeo polaco Isaac Bashevis Singer, quien publicaría una ingente obra sobre estos asuntos, toda escrita en idish y que al igual que Zweig tendría que exiliarse fuera de su país huyendo de la pesadilla nazi que ya azotaba a la Europa de los años treinta. Autor de una prolífica obra, traducida a todos los idiomas, Bashevis recibiría el Nobel de literatura en 1978, siendo el primer escritor en idish en recibir este galardón.

 

Del periodo interbélico, entre la Primera Guerra Mundial y la Segunda, tenemos que rescatar del olvido a médico, oftalmólogo y lingüista Ludwik Lejzer Zamenhof, fundador del esperanto -una lengua que tenía la pretensión de convertirse en un vehículo de comunicación internacional para todo el planeta- y varias veces nominado al premio Nobel de la Paz. Hombre políglota que hablaba hasta latín y griego clásico y destacado activista en pro del esperanto. Antes de su muerte Zamenhof recibió, como reconocimiento a su trabajo, varias distinciones, entre las que destacamos la de Caballero de la Legión de Honor de Francia y la Encomienda de la Orden Isabel la Católica, que le fue entregada por el mismísimo rey de España Alfonso XIII, en 1909. Los restos de Zamenhof están enterrados en este cementerio y sobre su lápida reina la cruz verde de cinco puntas, símbolo universal del esperanto.

Volviendo al cementerio que ahora nos ocupa, durante la Segunda Guerra Mundial, nada más producirse la ocupación alemana de Polonia, en septiembre de 1939, los nazis destruyeron una buena parte del recinto, usando parte de las tumbas en la construcción de carreteras, e imposibilitando el acceso al recinto de la comunidad. Luego el cementerio, tras el dramático final de la comunidad polaca, enviada a los campos de la muerte, quedó en el abandono. No hay casi tumbas a partir del año 1939, cuando comienzan las primeras medidas anti hebreas y se crea el tristemente conocido como el gueto de Varsovia.

Muy cerca del cementerio se encontraba este gueto y en sus alrededores se desarrollaron los tristes sucesos del levantamiento de abril de 1943, cuando los judíos, organizados en varias redes clandestinas, como la conocida Zegota, se alzaron en armas contra los nazis, con los resultados de sobra conocidos: los supervivientes y resistentes detenidos fueron ejecutados o enviados a los campos de concentración. Se calcula que durante el levantamiento murieron unos 55.000 judíos, entre los que cayeron en combate contra los nazis y los que después fueron ejecutados o enviados a los campos de la muerte. Al menos, tuvieron la suerte de morir con dignidad y honor, ya que un año antes, en 1942, la población judía del gueto de Varsovia fue concentrada en la estación de Umschlagplatz y enviada a Treblinka, muy cerca de la capital polaca por tren y a otros campos de exterminio. Apenas hubo supervivientes.

Pero no sólo se destruyeron las vidas humanas, sino que los nazis, empeñados en la “destrucción total” de la judería europea, también se esforzaron en la eliminación física de todo vestigio o resto de la vida hebrea. En 1944, y una vez que el gueto había sido completamente “limpiado”, la maquinaría alemana alisó la zona y no dejó ni un solo edificio en pie. Ya se sabe, de aquello de lo que no queda ni un solo vestigio o fósil es tan sólo pasto de la manipulación, la mentira y la falsificación histórica; en el ideario nazi, pensaban, que destruyendo todos los restos materiales se podía cambiar la historia y hacer desaparecer para siempre a aquellos que, en su nefando pensamiento, consideraban como “infrahumanos”.

Unos 400.000 judíos mayoritariamente askenazíes, sobre un censo de 1.310.000 habitantes, vivían en la capital polaca antes de la guerra, donde constituían un importante grupo social, político, cultural y económico, con numerosas instituciones de todo tipo y una rica y organizada vida a todos los niveles. Los judíos participaban notablemente de la vida cultural y social de la capital polaca, habiendo aportado numerosos escritores, poetas, dramaturgos, músicos y artistas a las letras y las artes polacas. Es decir, era el más importante centro humano y cultural de los judíos de la Europa idish. Luego el dramático final pondría el punto y final a una trayectoria de cientos de años.

FINALES DE LA CONTIENDA Y PERIODO COMUNISTA

Una vez terminada la guerra, y ya instalados los comunistas en el Gobierno de Varsovia, en 1945, el cementerio fue abandonado por las nuevas autoridades y tampoco se produjo un reconocimiento por la parte polaca a los daños y sufrimientos sufridos por la población judía. Incluso, en aquellos años de la Guerra Fría, nadie quería ni oír hablar del Holocausto y los polacos, entre los cuales se encontraban muchos verdugos voluntarios de Hitler, no querían abrir las viejas heridas de la guerra. También el tradicional antisemitismo polaco, quizá por influencia de una Iglesia católica siempre muy beligerante hacia los judíos, tenía mucho que ver con ese silencio escasamente compasivo.

Además, el regreso de los supervivientes judíos fue muy complicado y complejo tras la guerra. Muchos de los judíos que regresaban de los campos de la muerte se encontraban con que sus propiedades, tierras y negocios se habían repartido entre sus vecinos polacos, muy renuentes o claramente opuestos a devolver lo que se habían apropiado durante el saqueo propiciado durante la ocupación nazi del país. O, aún peor, muchos de ellos se encontraron con la hostilidad, e incluso la violencia, de muchos polacos que vieron en el nazismo la posibilidad de liberarse de sus engorrosos vecinos, tal como ocurrió en la localidad de Kielce, donde ocurrió uno de los primeros pogromos de la posguerra. “El 4 de julio de 1946, varios miles de vecinos mataron en las calles de Kielce (a 200 kilómetros al sur de Varsovia) a 42 judíos que habían logrado salvarse del holocausto nazi (sólo en Kielce los alemanes mataron durante la ocupación nazi a 27.000 judíos). El pretexto de la matanza fue el supuesto secuestro de un muchacho polaco de nueve años que, según los rumores, luego fue asesinado por judíos en un acto ritual”, relataba el diario español El País al referirse a este asunto en una nota reciente. Otros 80 judíos fueron heridos gravemente en esta localidad polaca durante el ataque.

La matanza de Kielce fue el pistoletazo de salida, y nunca mejor dicho, para miles de judíos que contemplaban con auténtico miedo que en su país no había cambiado nada y que seguía siendo igual de antisemita que antes de la guerra, lo que alentó de nuevo la marcha masiva de miles de judíos. Pero tampoco en el resto de los países de Europa del Este la situación era mejor para los judíos. Un latente clima antisemita se fue instalando en los mismos tras la creación del Estado de Israel, que era visto como un aliado de los Estados Unidos y del mundo capitalista, y una serie de purgas en el interior de los partidos comunistas locales aliados de la Unión Soviética devinieron en auténticos aquelarres antisemitas, como el denominado Proceso de Praga, en 1952, en el que fueron ejecutados once dirigentes comunistas y tres condenados a cadena perpetua, mayormente judíos estigmatizados por el régimen. También en Rumania y Polonia ocurrieron juicios parecidos.

Hasta 1948 no se construyeron los primeros monumentos a los luchadores del gueto de Varsovia, mayoritariamente judíos, aunque la historiografía polaca siga sin reconocerlo, y el cementerio estuvo prácticamente abandonado durante la época comunista. Incluso existió en la sociedad polaca, tanto en la oficial como en la privada, una suerte de censura relativa a todo lo relacionado con el Holocausto, llegando ser prohibidos numerosos ensayos, novelas y obras en general relativas al tema, como la autobiográfica de “El Pianista del gueto de Varsovia”, del músico polaco de origen judío Władysław Szpilman que, aunque publicada en forma de memorias en 1946, después caería en el olvido hasta ser rescatada por Roman Polansky para su película.

Tendrían que pasar casi 34 años, hasta 1982, para que alguien se fijara en la belleza de las tumbas de este cementerio y la importante historia que cada una de ellas encerraba para que las autoridades comunistas autorizasen su arreglo y las obras de reacondicionamiento, tras años de abandono y olvido. Y así, como por arte de magia, la Fundación Nissenbaum consiguió los necesarios fondos y ayudas para comenzar los trabajos. Unos meses después, el cementerio de Okopowa abría sus puertas, por la calle Wicenty, y se convertía en uno de los pocos recintos que mostraban la riqueza y la importante trayectoria que había tenido la vida hebrea en Polonia.

Músicos, pintores, artistas, escritores, arquitectos, empresarios, banqueros y un sinfín de profesiones, nombres, edades y condiciones se dan cita en este buen museo de la cultura judía polaca. También europea. Para terminar, una consideración personal: creo que el cementerio judío de Varsovia es, junto con el de Praga, Cracovia y Wörms, por este orden, uno de los más bellos e impresionantes de Europa.

Al terminar la Segunda Guerra Mundial y ser liberada Varsovia, solamente quedaban unos 5.000 judíos con vida en la capital polaca, pero esa cifra ha ido decreciendo hasta el día de hoy, en que una cifra estimada por la comunidad es que apenas quedarían algo menos de 2.000 judíos en la ciudad. Hay, sin embargo, una sinagoga abierta al público, un teatro, una escuela elemental, el Instituto de Historia Judío y el cementerio reseñado en esta nota. Muy poco para lo que fue, pero algo es algo.

Fotos del autor de la nota

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