La hora de los canallas

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Mientras un memo antisemita, en Madrid, se conmueve de que los asesinos de París tengan la tierna edad de 15 y 18 años, el primer ministro francés Manuel Valls se dirige a sus compatriotas: “Estamos en guerra. Esta guerra se desarrolla sobre el suelo nacional y en el exterior, en Siria… Hacemos frente a un acto de guerra organizado por un ejército terrorista”. Al memo concejal antisemita le horroriza que alguien pueda responder a la guerra con la guerra, a las bombas con los bombardeos. A Valls, no: “Golpearemos a ese enemigo para destruirlo en Francia y en Europa. Y para perseguir a aquellos que cometieron el ataque. Responderemos al mismo nivel que el de este ataque y con la voluntad de destruirlo. Y ganaremos esta guerra”.

Al memo antisemita madrileño, seguro que el socialista Valls se le antoja un asqueroso genocida, un maltratador de esos niños entrañables que juegan al kalashnikov con parisinos como diana: “15 y 18 años tenían dos de los terroristas, ¿De verdad creemos que lo vamos a resolver con más bombardeos?”, se pregunta, enternecido. No, el memo antisemita no debe preocuparse. Él no va a solucionar nada. Ni siquiera se le va a conceder el gustazo de meter a la comunidad judía en el cenicero de su coche. Lo suyo es cobrar. Y punto.

Esos adolescentes yihadistas, que truecan en poeta al memo antisemita, no fabrican por sí mismos los AK-47 con que animan las inocentes juergas pandilleras de sus piadosos fines de semana. Los doscientos infieles, jovialmente masacrados en París, no lo fueron en un plácido juego cibernético. La infraestructura de la cual los asesinos formaban parte puede calcularse en miles de fervorosos creyentes del Estado Islámico en Francia. Cientos en España. Dotados de armamento de guerra moderno y operativo. Formados, buena parte de ellos, en el frente de batalla entre Irak y Siria. Allí, el EI ha puesto en pie un Estado. No sólo militar. También, asentado sobre recursos financieros que jamás tuvo, hasta ahora, ningún grupo yihadista.


A partir de la obscena ayuda inicial de los correligionarios emiratos, los sunitas del EI han pasado a ser hoy dueños de una importante zona petrolífera. Su capacidad para financiar la infraestructura de sus comandos en Europa es casi ilimitada. Los bombardeos aliados, que al memo antisemita tanto conmueven, tienen una función logística sin cuyo completo éxito la guerra estará condenada a prolongarse y tal vez a perderse: destruir el potencial militar y económico del EI y liquidar a sus dirigentes es hoy la prioridad de Europa. Cuanto más rápida y eficaz sea la acción internacional en Irak y Siria, antes se podrá emprender el barrido total de los comandos que han proliferado al abrigo de un estallido migratorio trágico.

Una guerra se gana. O bien se pierde, como en su tierno masoquismo anhela el memo antisemita. Estupefacto, sin duda, ante el Valls que proclama cómo “replicaremos, golpe por golpe, hasta aniquilar al EI”. Pero el memo desea que sea el EI quien nos aniquile.

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