En su libro “Anna Gelbermann En Auschwitz – Birkenau”, de Norberto Wolman, autor también de “El Gaucho Don Aarón” visita nuevamente las familiares historias de una familia europea, esta vez de la Gelbermann y nuevamente nos enriquece con una serie de datos estadísticos y anecdóticos difíciles de descubrir en otras fuentes.
Por ejemplo, en la página 18 nos informa que el 73% de las grandes fincas agrícolas de Austria-Hungría estaban administradas (ojo, administradas no poseídas) por judíos, mientras en las de mediano tamaño el porcentaje era de “apenas” en 62% lo que nos permite concluir que la aristocracia y las clases ricas del Imperio no gustaban del trabajo diario e ingrato de administrar, comprar, vender, cobrar, etc.
También descubrimos que todo el tabaco que se producía era propiedad del Emperador y que quienes lo cultivaban no podían usarlo para beneficio personal al cultivarlo teniendo pues que comprarlo) a sí mismos para poder usarlo y mantener con esos ingresos el imperio.
También nos recuerda que, a pesar de haber sido Austria-Hungría un aliado desde el principio de Hitler sus judíos solo fueron evacuados a los campos a partir de marzo de 1944, o sea cuando las tropas alemanas invadieron el país ante la inminente rendición de sus tropas.
Especialmente llamativo me resulto descubrir que al llegar el tren a Auschwitz los “pasajeros” sobrevivientes del largo viaje no solo empezaron a recoger sus pertenencias, sino que además empezaron a acomodarse la ropa, abrocharse las camisas, tratando de arreglarse la caballera y acicalarse como mejor podían demostrando que aun, en el medio del infierno, no perdían su humanidad ni su dignidad aun cuando como dice el autor “todo era tan irreal que sus mentes no podían comprender lo que estaba sucediendo”.
También descubrí que mientras los guardias “principales” eran alemanes estos vigilaban “desde arriba” dejando a los guardias ucranianos y polacos el placer de tratar con los prisioneros guardias estos que trabajan voluntariamente, no por conscripción ni por obligación.
Apenas unos meses más tarde en el verano de; 44 ante la cercanía de las tropas soviéticas las alemanas estaban ya nerviosas y preocupadas lo que se tradujo no en la lógica de “cuidar a los prisioneros para usarlos de escudo o preservación al final de la guerra sino en una reacción más negativa para desquitar en ellos la clara conciencia de la próxima derrota.
En esta historia, al igual que en casi todas las que hemos leído, las primeras tropas en llegar a los campos eran comandadas cuando no conformadas en su totalidad por soldados judíos, voluntarios del Ejército Rojo que a diferencia de lo que nuestros enemigos dicen no se dejaron matar como corderos, sino que más bien lucharon dentro y fuera de los campos hasta el último momento pro su sobrevivencia y dignidad.
Y si casi habían logrado sobrevivir a la guerra como ciudadanos del Imperio Austro-húngaro quienes si lograron sobrevivir y regresar a sus hogares descubrieron que, como era obvio, las pertenencias habían desaparecido – en el caso de Anna más triste fue descubrir que toda su ropa y su casa habían sido saqueadas primero y apropiadas después por su “mejor amiga” quien además le advirtió a su regreso que o se iba o la denunciaría a las autoridades de una Austria derrotada donde sin embargo, policía y autoridades locales eran los mismos nazis pero peores aunque los que habían gobernado durante la guerra.
Con ayuda del JOINT, la organización de ayuda judía, lograron salir del país y empezar una nueva vida, aunque en el caso de Anna no sabría yo afirmar si “gracias” a la ayuda pudo tener una vida mejor ya que para su desgracia su destino inicial fue Venezuela donde presenció y vivió la llegada de Chávez y de donde paso a la Argentina de los Kirchner pasando así de mal en peor hasta el final del libro.
Anna sobrevivió a los nazis, a los húngaros, a su vecina para volver a perderlo todo con Chávez y los populistas sudamericanos, una historia en la que uno quisiera que el final hubiera sido diferente, que al final reino la justicia divina y se cumplió la promesa intangible de que quienes luchan y sobreviven terminan mejor.
No deseo echar a perderles la lectura de esta obra contando el final por lo que me lo reservare para que Usted lo descubra al leerlo (oprima aquí) lo que si le puedo adelantar es que la obra a pesar de la época es más positiva de lo que uno hubiera podido imaginarse, más inspiradora que otras y más fácil de leer que otras memorias siendo el desenlace la historia, las anécdotas personales, intimas de los participantes el motivo de la lectura una obra, que como dice Marcos Aguinis “recomiendo a todas las edades y a todos los seres humanos”.
Anna Gelbermann Z”L falleció el lunes 18 de noviembre en la Ciudad de Buenos Aires a los 96 años de edad.
Artículos Relacionados: