La Jerusalén “alemana” que escapó de los nazis

El barrio de Rehavia se convirtió en la década de 1930 en el epicentro de una comunidad germanojudía de intelectuales, profesores y médicos. Un libro aborda su historia. Por:
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Le llamaron la ciudad de los libros porque las paredes de las viviendas apenas amuebladas estaban cubiertas de clásicos de Goethe, Schiller y Thomas Mann; también el barrio de los poetas y los pensadores, “la isla prusiana en el mar de Oriente”. Los caballeros paseaban con traje, corbata y cuello almidonado, las damas lucían vestidos y trajes de chaqueta. Rehavia, la Llanura de Dios, un barrio al oeste de Jerusalén, se convirtió en la década de 1930 en un hábitat centroeuropeo ante un telón de fondo oriental. Profesores, maestros, médicos, funcionarios, intelectuales… se asentaron en sus calles cuadriculadas pero inexactas y emprendieron una nueva forma de vida espiritual. Todos compartían una misma lengua: la alemana.

Eran los yekkes, los judíos venidos de Alemania por distintas vías: la emigración, una visita, internados temporalmente por la potencia colonial británica, por autoafirmación sionista o, sobre todo, escapando del antisemitismo, de la persecución nazi que les atormentaba. El espíritu pionero de los primeros inmigrantes, jóvenes en su mayoría, se transformó en la necesidad del refugiado desesperado que huía de las primeras manifestaciones del exterminio. Pero todos estos azares acabaron por conformar la Jerusalén “alemana”, la Jerusalén germanojudía.

El diseño y la historia del barrio, como explica el escritor y editor Thomas Sparr en Grunewald en Oriente (Acantilado) —así llamaban sus habitantes a Rehavia, conectándolo con el distinguido distrito de la zona oeste de Berlín que revivía a su manera a miles de kilómetros de distancia—, emergió en el tablero de dibujo del arquitecto Richard Kauffmann. También alemán, había emigrado en 1920 para trabajar a instancias de la Palestina Land Development Company, que urbanizaba zonas residenciales y asentamientos para el movimiento sionista.


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La idea inicial consistía en construir una ciudad jardín con casas modernas hechas con piedras de la región, de fachadas lisas, luminosas y con espacios verdes. “No puede haber una mejor forma de colonización de nuestro país —defendía Kauffmann—, tanto desde el punto de vista práctico como desde el punto de vista social, sanitario, moral y artístico”. Pero las estrechas calles, concebidas más bien para el paseo y que llevaban el nombre de eruditos y poetas sefardíes de la España de 1492, empezaron a soportar un tráfico más denso de lo imaginado.

La migración de los judíos que huían de los nazis en Alemania hizo crecer al barrio de forma dramática. Si en 1933 había 87 edificios y 705 habitantes, en 1936 los datos se habían multiplicado: 246 y 25.520. Allí se juntaron poetas, filósofos, escritores e historiadores apátridas como Gershom Scholem, Martin Buber, Werner Kraft, Else Lasker-Schüler, Mascha Kaléko o Anna Maria Jokl, protagonistas del libro de Sparr.

Actividad intelectual
Rehavia, microcosmos dentro de la propia Jerusalén, lugar de encuentro y concordia entre diferentes pueblos, contó además con ilustres visitantes: en él, por ejemplo, se instaló Hannah Arendt, enviada por The New Yorker, para informar sobre el proceso que tuvo lugar en 1961 contra Adolf Eichmann, uno de los principales responsables del Holocausto. Solía cartearse con Scholem —ella fue quien le informó del sucidio de Walter Benjamin, a quien el pensador había tratado de invitar a Jerusalén en varias ocasiones—, pero su amistad acabó enterrada en el silencio tras la publicación del famoso libro de la teórica política, donde criticaba la colaboración de los llamados “consejeros judíos” en los campos de concentración.

Un caso curioso de esa comunidad germanojudía es el del doctor Georg Herlitz, artífice del archivo sionista de Berlín que logró enviar a la Ciudad Santa a principios de 1933 todos los documentos de su colección. Contó, sorprendentemente, con el beneplácito de la policía. Y es que hasta hubo un oficial de las SS que visitó Rehavia. De nombre Leopold von Mildenstein, publicó en 1934 bajo el título de Un nazi en Palestina doce artículos en una revista editada por Joseph Goebbels sobre su viaje a la región. “¿Qué futuro tiene ese país? ¿Qué posibilidades tiene el sionismo en el inquieto Oriente? ¿Se ha encontrado aquí la solución a la cuestión judía?”, se preguntaba.

Jerusalén y Rehavia celebraron el 8 de mayo de 1945 el triunfo sobre el Tercer Reich. “Pero la sensación de victoria no es completa”, reflexionaba el médico Hermann Zondek. “Las noticias acerca del horror de los campos de exterminio inhiben la alegría. Todas las familias tienen muertos, asesinados, gaseados que lamentar. Además, se tiene la sensación de que sin duda la tormenta ha pasado, pero el aire aún no tiene el puro frescor que se esperaba”. Desde allí, en el invierno de 1943, la poeta Else Lasker-Schüler le envió el siguiente telegrama a Stalin: “Mariscal, es usted el hombre más valeroso y amable del mundo”.

El barrio, que perseguía establecer una forma de vida que retomase el modelo tradicional de la República de Weimar, no vio nunca disminuida su actividad intelectual. Incluso durante el asedio de las tropas árabes a la ciudad en 1948, a pesar de la prohibición de salir y la economía carencial, los yekkes festejaron con pasión el setenta cumpleaños del filósofo y escritor Martin Buber.

En el distrito vecino, Kerem Abraham, creció el novelista Amos Oz, admirando desde la distancia ese lugar “donde se mezclaban ingleses liberales con judíos cultos y árabes ilustrados”. En la novela Una historia de amor y oscuridad recuerda cómo su padre le señalaba a los “intelectuales de renombre”. Él, ingenuo, pensaba que se trataba de alguna enfermedad de las piernas porque todos eran ancianos vacilantes con bastón.

 

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