La judía de Montevideo, 18va. parte

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Suicidas, parte 2.

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Nada está sola en medio del polvo. Es pleno mediodía y tiene sed. Está en la plaza del mercado. Todos van y vienen presurosos haciendo sus mandados, y no se percatan de su presencia. O si lo hacen, desvían inmediatamente la mirada.

Nada está a merced de su destino, presa y atada a ese poste en el medio de la plaza. Por momentos ella quisiera que llegara la hora señalada para así marcharse de una vez por todas de un mundo que no supo comprenderla. Pero, aún falta una eternidad.

Nada había venido al mundo trayendo frustración bajo su brazo a los familiares, quienes aguardaban, por supuesto, al primogénito. Omar, su padre, fumaba nerviosamente la pipa y no pudo evitar una mueca de desagrado al ser notificado por la prima Fátima de que el pequeño vástago que acababa de nacer era una niña.

Los primeros tiempos en la vida de Nada fueron felices. Es que los bebés sólo comen y duermen y su madre le chorreaba la leche por los pechos inflamados. Su padre no quiso volver a verla, ni tampoco a su esposa. Le endilgaba la culpa de estar poseída por el demonio por haberle hecho una hija mujer. Omar había confinado a su esposa Amira a las paredes de la cocina, y ya no quiso compartir con ella el lecho conyugal.

Amira tenía una tristeza tan grande que ni mil lágrimas hubieran podido amainar. Igual ella emergía cada día sobre sus despojos; iba al mercado y elegía hierbas, guisantes y carnes. Nadie se percataba de la existencia de la beba y a medida que pasaba el tiempo sus vivaces ojos lo iban registrando todo. A pesar del abandono de su marido, hubo un tiempo en que Amira logró ser parcialmente feliz. Se sentaba a la mesa de madera, bajo las ollas de cobre y los utensilios de hierro que colgados se mecían en una danza de siete velos cada vez que la brisa penetraba por el ventanal entreabierto.

Un día, Amira tuvo una visión. Le rogó a la prima Fátima que por favor le leyera la borra del café. Se sentaron en torno a la mesa de madera Amira con la pequeña Nada prendida de sus polleras, que ya daba sus primeros pasitos. Fátima sirvió el café, Amira lo bebió y acto seguido le devolvió la taza. Los ojos de Fátima se abrieron bien grandes. – “¿Qué ocurre?”.

A la semana siguiente del suceso de la borra, Omar se presentó en la cocina buscando a Amira. La mujer se entusiasmó tanto que la alegría le corría por todo el cuerpo, al fin el marido había cedido. Aún con la sonrisa dibujada en el rostro, las siguientes palabras de Omar la devastaron: -“He decidido tomar una segunda esposa, volveré a casarme”. Fátima y Amira tenían la orden de alhajar el hogar para recibir a la futura consorte. Dieron vuelta las alfombras, pusieron flores frescas en los jarrones, reacondicionaron la alcoba matrimonial y prepararon el festín nupcial. Omar tiró la casa por la ventana. Al año Leila le dio un hijo varón. Omar no cabía en sí de tanto gozo. Al niño lo llamaron Ismael.

La infancia de Nada iba transcurriendo apacible. Correteaba a todas partes con su medio hermano Ismael, sólo se llevaban un año y medio. Iban al jardín de mosaicos a la hora de la siesta y miraban las estrellas en el cielo de X. Una infancia que pronto sería un bello recuerdo, pero Nada era una niña inocente.

Ismael era muy bueno con Nada y la cuidaba cuando venían a jugar sus amigos de la cuadra. Nada no concebía la vida sin Ismael. Un día, Omar se presentó en la cocina con el ceño fruncido. –”Los ni?os están creciendo y ya no es tiempo de que los ni?os jueguen con las ni?as”- dijo a Amira. –”Quiero que la mantengas alejada de Ismael hasta que comience la escuela”-

Los días para Ismael ahora resultaban exigentes. Los futuros hombres aprendían matemática, letras, contabilidad, y cuatro veces en la jornada rezaban arrodillados en dirección a La Meca. Mientras tanto, Nada era instruida en labores domésticas como la costura, el aseo y la cocina. Amira solicitó a Omar que Nada aprendiese a leer en la casa, pero su negativa fue tajante. –”Eso le restaría tiempo de sus deberes y no olvides que pronto Nada será una mujer”. Entonces sería prometida en matrimonio, mientras su piel permaneciera lozana y su cuerpo se mantuviese firme; luego nadie la aceptaría. “La lectura no se hizo para mujeres”-dijo Omar. Amira no insistió.

Nada crecía, analfabeta. A Ismael lo veía poco, sólo algún fin de semana, pero él estaba distante. Nada lo contemplaba en silencio. Su medio hermano se había vuelto muy apuesto, era alto, y tenía ojos oscuros que miraban certeros y penetrantes. De buena gana ella se habría perdido en ellos. Nada pensaba mucho en su hermano Ismael. Por las noches, miraba las estrellas y se acordaba de cuando las veían juntos.

Una mañana Nada despertó exaltada. Tenía demasiado calor y sentía su cuerpo hinchado. La tía Zaida, lo anunció a toda la familia: -“?El momento ha llegado!” Amira hubiera querido impedirlo, pero ya se le habían acabado las fuerzas para luchar. Se organizaría un gran festejo y vendrían parientes de aldeas vecinas. Amira no daba abasto en la cocina y cuando Nada se repuso la tía Zaida le dijo que esta vez ella sería la protagonista y que debía descansar, eximiéndola así de sus obligaciones domésticas. Nada no comprendía el motivo de tantas atenciones para con ella.

El día señalado un séquito de comadronas despertó a Nada dulcemente. La vistieron con una túnica blanca y untaron su cuerpo con aceite de almendras. Acto seguido la transportaron hacia una especie de altar. Los parientes estaban de jolgorio, bebían y comían distendidos.

Una mujer vieja de cara arrugada que vestía ropa negra se acercó al altar. Las otras le hicieron una reverencia. La vieja trajo una copa de vino, tomó la cabeza de Nada y acercó la copa a sus labios. Cuando Nada estuvo sumida en una especie de somnolencia, la vieja sacó de sus ropas un objeto punzante de plata. Las comadronas sujetaron las piernas de Nada dejándola inmóvil. La vieja se abrió paso entre todas ellas. Nada se estremeció de dolor, sus alaridos eran espeluznantes y de sus piernas chorreaba un río de sangre.

Los días siguientes, Nada tuvo mucha fiebre. Amira no se movía de su lado y le aplicaba compresas frías para bajarle la temperatura. Sobrevino una infección general, pero Alá tuvo misericordia y Nada sobrevivió. Pero le quedó una sutil cojera de la cual ya no se pudo recuperar.

El cuerpo de Nada iba tomando formas, un día se descubrió unos bultos bajo sus pezones, y otro río de sangre bajó de entre sus piernas. Nada ya era una mujer. De cabello negro, largo y piel muy tersa. Tenía rasgos bonitos y labios carnosos. Nada soñaba en imágenes porque ni las letras ni los números le habían sido presentados.

Nada comenzó a usar el velo, y Amira supo que le quedaba poco tiempo.

Un día, Omar dijo a Amira que vendría a cenar un hombre notable. Le explicó que el caballero era mercader de telas, y que debían cerrar una transacción importante. Le encargó agasajarlo con un suculento festín. A la mañana siguiente, Amira y Nada partieron temprano hacia el mercado. De la cocina emergía un aroma exquisito. Se aseó toda la casa, se levantaron alfombras y se ventilaron los cuartos. A la hora señalada, llegó puntual el notable. Tomó asiento en la sala junto a Omar y éste ordenó que no fueran interrumpidos.

Al día siguiente, Omar dijo a Nada que el notable estaba esa tarde invitado a tomar el té y que vistiera sus mejores ropas. Inocente, Nada trató de complacer a su padre, ya que éste rara vez le dirigía la palabra. Se probó distintos atuendos hasta que se decidió por uno de color azul. Se puso sus alhajas más preciadas y un velo aguamarina. Estaba radiante.

Nada preparó el té y lo llevó a la sala. El notable ya había arribado y conversaba afablemente con su padre. Nada traía una bandeja que depositó en una mesa casi al ras del piso. El mercader de telas la observó con agrado. Acto seguido, su padre le dijo que podía volver a la cocina.

Al despertar a la mañana siguiente, Nada oyó llorar a su madre. Su padre estaba muy enojado y le gritaba. –”?Podría ser su abuelo!”- sollozaba Amira. Omar había cerrado el negocio. Casaría a Nada con el notable mercader de telas. Nada tenía 13, y Abdulah, tal era su nombre, 65. Era un hombre obeso y desaseado, de ojos saltones y nariz prominente. Su cabello graso era de color blanco amarillento. La barba se le mezclaba con sus ropajes, y se le mojaba con el té.

Abdulah quiso consolidar la boda cuanto antes y Omar no tuvo nada que objetar. Inmediatamente comenzaron los preparativos. Nada ya no sonreía. Ismael continuaba vivo en su imaginación, hacía mucho que no lo veía, pensaba su voz, su piel, necesitaba llorar en su pecho.

Nuevamente vinieron los parientes y familiares de aldeas vecinas. En medio de la algarabía general, las comadronas bailaban y cantaban en torno a Nada. El día de los esponsales la pintaron con henna, masajearon sus pies y la mantuvieron en una tina con polvos aromáticos. Luego, la vistieron con un traje blanco de tul y organiza y la coronaron con una diadema de piedras preciosas. Nada estaba hermosa. Las comadronas la transportaron alzada en una silla hacia Abdulah, quien se veía siniestro en sus ropajes ostentosos con piedras colorinches, luciendo un anillo con un rubí en su dedo meñique, y el turbante nupcial.

Todos bailaron y comieron hasta el hartazgo. Cuando el sol desapareció en el poniente anaranjado, los nóveles esposos fueron transportados en andas al lecho nupcial cubierto por pétalos de rosas. Deseándoles los mejores augurios, los familiares los dejaron a solas.

Nada no había intercambiado más de tres palabras con su reciente marido. Se sentó al borde de la cama, no tenía fuerzas para hacer nada más. El desagradable Abdulah ni siquiera le habló de modo amable; simplemente comenzó a quitarse la ropa. Nada esperaba resignada que sucediera la consumación del matrimonio cuanto antes. A Abdulah le colgaban las carnes de su barriga y sus partes flatulentas. Nada no podía tan siquiera mirarlo. Como ella no se desvestía Abdulah comenzó a irritarse. Sin decir palabra, le desgarró el vestido, la desnudó y la tiró en el lecho. Acto seguido, se le subió encima. La transpiración de Abdulah asqueaba a Nada, más aún su aliento a vino viejo cada vez que le metía la lengua viperina entre sus labios inocentes. Nada inmóvil aguardaba que el martirio terminase lo antes posible. Abdulah jadeaba y blasfemaba. Nada sintió un desgarro entre sus piernas y a continuación, la bestia eyaculó. Con las primeras luces del alba vinieron los familiares a reclamar la sábana marchándose satisfechos porque había en la tela un sello de sangre.

La pareja de recién casados fue a vivir a la casa del marido. Era una vivienda confortable y Abdulah un esposo exigente. Nada despertaba al alba y comenzaba con sus labores. Baldeaba los pisos, iba al mercado y preparaba la comida. Abdulah por suerte no estaba en todo el día debido a sus actividades mercantiles.

Un día Abdulah llegó antes de lo previsto. Al detectar un mueble fuera de su sitio, propinó a Nada la más atroz de las palizas. A partir de entonces, se le hizo una costumbre. Siempre encontraba un motivo para pegarle. Además, las noches en que Abdulah estaba excitado arrastraba a Nada de los pelos hasta el lecho marital, la cascaba y la penetraba salvajemente. Nada estaba cada vez más débil. Tenía el rostro lleno de moretones y la piel totalmente llagada.

Una mañana, Nada cruzaba la plaza en dirección al mercado, cuando escuchó que alguien la llamaba por su nombre. Giró la cabeza y lo reconoció al instante. Era su medio hermano Ismael. El le dijo que estaba por comenzar algo equivalente a la secundaria en Aman, y que estas eran sus últimas vacaciones. Ismael le pidió a Nada que lo acompañara a dar un paseo. Caminaron hasta un muro de piedra bastante alejado de la plaza y del mercado. Ismael le quitó el velo y descubrió las manchas violetas de su cara. –”?Canalla!”. “?Ven conmigo!”, le implor?. Tocaron la puerta de la vieja casa, y Ismael condujo a Nada sigilosamente a su habitación. Pasó llave por la puerta, y la acostó. Fue por alcohol y le curó las magulladuras del cuerpo. Nada le rogó que no llamara a Amira, no quería que su pobre madre la viera en ese estado.

Una vez que Abdulah se iba al almacén de telas y luego de haber concluido sus propias obligaciones domésticas Nada marchaba todos los días al encuentro de su medio hermano, en el muro de piedra que se habían visto la primera vez. –”Algún día te llevaré lejos, cuando sea un adulto, mientras tanto debes de sobrevivir”. El tiempo se acababa, Ismael se iría, y Nada lo sabía.

Una tarde, próxima la fecha, Ismael abrazó a su medio hermana y la besó en los labios. Nada estremeció las partes que le quedaban vivas. Al rato, los jóvenes-niños reconocían sus pieles. Ismael acariciaba el vejado cuerpo de Nada, y ella por primera y única vez en su vida pudo sentir algo así. Los jóvenes- niños estaban embriagados, cuando de repente se hizo la noche. –”?Debo irme!- dijo ella pero ya era tarde. Aterrada, Nada divisó la silueta de Abdulah al otro lado del muro. Lo había presenciado todo.

Nada está sola en medio del polvo. La tarde va cayendo. Nadie pudo hacer nada. Cuando Abdulah presentó cargos ante Omar, el propio padre fue el primero en condenarla. Era un deber de hombres que el honor del notable mercader quedara inmaculado. Su nefasta hija había cometido adulterio y eso se pagaba con la vida. Amira imploró rasgando sus vestiduras, pero a Omar no se le movió ni un pelo.

Nada está sola en medio del polvo. La tarde va cayendo y la plaza se va llenando. Familiares furiosos portando grandes piedras en sus manos aguardan impacientes la señal. Abdulah y Omar están en primera fila.

Es la hora. Al oír la señal, Omar, El Padre, ostenta el honor de lanzar la primera piedra. Filosa, le partió a Nada el caballete nasal, y le dejó un ojo sangrando. Es el turno de Abdulah, el marido engañado. Su piedra perfora a Nada el estómago. Luego, llueven piedras de los familiares y parientes que van descargando toda su ira. Nada aún permanece conciente, en agonía desesperante. Desde un rincón de la plaza, Ismael jura que algún día la vengará. Amira ya no tiene más lágrimas para llorar.

Al fin Nada se sume en la eternidad. …

Acerca de Anna Donner Ryba

Anna Donner Rybak nace en Montevideo el 21 de setiembre de 1966. Es analista en sistemas, escritora y artista plástica. Escribe diversos géneros: Cuentos históricos, cuentos de humor, Columnas de actualidad, Ensayos, Poesía y Fantástico. En 2007 participa como integrante del coro ACIZ CANTAMOS en el encuentro Interamericano de Coros en la Ciudad de Buenos Aires, abriendo la presentación leyendo un cuento de su autoría: Intermitencias de la Muerte. En 2009 lee Retazos Blancos, Negros y Sepia

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