La judía de Montevideo, 3ra. parte

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¿Cómo saberlo ahora? – se repitió. El inconsciente respondió: “Dudar; pero siempre que me venga en gana“. Pero si estaba muy claro. Tantos años leyendo a Sartre, y su concepción angustiosa de la libertad, tan certero era el panorama, que Lea se detuvo. Porque evidentemente, no se trataba de una muerte, hecho ante el cual no había nada por hacer, y sólo tocaba instalarse en el incómodo lugar de la resignación. Por supuesto que la resignación es un comodín muy noble pero en realidad laresignación es la herramienta del cobarde. Y que ella supiera, Augusto aún no se había muerto. Tocaba la angustiosa tarea de elegir, elegir “sartreanamente“. Se presentaban dos opciones: O se quedaba para siempre con la duda de cómo era Augusto o… se la sacaba. Sólo en el caso de que Augusto estuviera muerto Lea no podría sacarse la duda. Pero, como no había recibido noticias de su deceso, y si Ciorán creía que uno podía dudar solamente si tenía ganas, y Lea no tenía ninguna gana de dudar, estaba muy claro lo que tenía que hacer.

Por suerte existía ahora la “Octava Maravilla“. Lea hizo click en el botón “solicitud de amistad“.


Antes de enviarle la solicitud de amistad a Augusto Lea se preparó para no recibir respuesta. Se propuso un proceso de minucioso autocontrol, dejando pasar tres días antes de volver a entrar en la red.

Augusto ha aceptado tu solicitud de amistad” figuraba en la lista de notificaciones. ¡Qué alivio! Pero inmediatamente después del alivio devino la sorpresa. No solamente la había aceptado sino que tenía un mensaje suyo. Augusto le decía que indiscutiblemente no la tenía “vista” y preguntaba de dónde lo conocía. Lea respondió en otro mensaje harto breve, que “de las reuniones de poetas“. Sólo eso. Ni una sola palabra más.

El “pillado” había tomado la iniciativa. ¡Qué bien se sentía! Ese mensaje había devuelto a Lea la sonrisa. Se concentró el resto de la jornada en el trabajo, pero al último minuto antes de retirarse de la oficina no pudo resistir la tentación y entró nuevamente a la red. Quedó “de cara” cuando vio que tenía un mensaje nuevo de Augusto.

Le dedicaba copiosas líneas que superaban en exceso las esperablemente imaginadas. No obstante Lea, en un arranque de razón comprendió que no significaba demasiado, a los tipos presuntuosos cuando se les metía en la cabeza conquistar a unamujer, no escatimaban en halagos. Entre otras palabras Augusto decía que la hallaba linda. Lea ya se había codeado con especímenes que creían que por ostentar un nombre “ilustre” todas las mujeres se irían a morir con ellos. Hasta irían a considerar fetiche el hecho de que su nombre sea famoso.

Mediante este despreciable recurso se aprovechaban de ellas realizándoles la sublime propuesta de ser su “compañera de sábanas“. Evidentemente Augusto aspiraba a lo mismo.

Asunto: Invitación

Lea:

Te mando la invitación a la presentación del libro de la escritora argentina Carlota Banchero. Es una reseña de la obra literaria de poetas y narradores, entre los cuales tengo el honor de estar. Por supuesto que si esa noche podés y no tenés otro compromiso.

Me gustaría mucho que vinieras.

Un beso,

Augusto.

Lea quedó paralizada.

Asunto: Re:

Augusto: ¡No lo vas a poder creer!

Ese día tengo un curso. Pero ya habrá otra oportunidad.

Un beso,

Lea

Lea quedó inmovilizada contemplando el monitor, como pidiéndole consejo. Resulta que ahora una pantalla tenía que decirle, por ejemplo: “Lea, es correcto que no vayas, puedes salir lastimada”, o esto: “Lea, vé, asume las consecuencias de tus actos”, o “Lea, simplemente vé”. Pero si casi se disculp? con el monitor por haberlo hecho sentir intimidado. “¿Qué hago monitor? ¿Le envío a Augusto el mensaje que acabo de escribir?
Perdoname, ya se que no me contestarás. Pero igual, gracias”.

Y simplemente, no lo envió. … Lea aguardaba. Permanecía excesivamente nerviosa, los minutos se le antojaban eternos, afortunadamente se encontró con varios conocidos. De repente, lo vio de lejos. ¡Augusto lucía tan elegante en su traje gris! Estaba repleto de gente y Lea se escudó en el fondo del salón, se sentía frágil ante la multitud. Sintió algo parecido a la náusea sartreana. ¿Y si Augusto no la reconocía? ¿Y si Augusto estaba tan entretenido que ni se acordaba que la había invitado? ¿Y si la veía y se acercaba después de la presentaci?n y le decía un “Gracias por venir… ” y nada más… ? ¡Qué tonta! ¿Cómo pudo haberse hecho tantas películas? ¿Acaso ella no sabía apriori que Augusto le daba mucha importancia al público? ¿Y qué tiempo tendría para ella esa noche si estaba lleno de conocidos a los que Augusto admiraba? En franca retirada Lea se fue acercando lentamente hacia la puerta del salón, y cuando giró la cabeza, Augusto estaba detrás. Así que ya la había visto, e igual, ante todo ese cúmulo de personas, se acercó directamente a Lea de entrada. -Hola…- le dijo, y la saludó con un beso en la mejilla.- ¡Qué
suerte que viniste!

-Si, vine…

-¿Para oír a Carlota?

Vinieron muchos amigos tuyos del grupo de poetas. Lea hizo una pausa. -Vine para escuchar a Carlota- dijo al fin – Vine para conocerte.

-Sentate, vengo enseguida. Lea buscó una silla cerca del grupo de poetas. – ¡Hola Lea! ¡Qué sorpresa! ¿Quién te mandó la invitación? – preguntó Aurora Belamar, presidente del grupo de poetas.

– Augusto Abarrategui.

– ¿Abarrategui? ¿Pero ustedes se conocen?

– Un poco.

– Oime nena, vos sabés “lo de Abarrategui”, ¿no?

Incómoda, ante esas preguntas que no eran otra cosa que un “chusmerío elegante”, Lea respondi? fastidiada.

– ¿Qué querés decir?

– Cuidate de Abarrategui Lea, yo sé por qué te lo digo.

– Decime.

– Abarrategui tuvo una relación con una mi amiga Norita.

– Ah…

– Norita estaba tan encandilada, que no se daba cuenta de las cosas.

– ¿Qué cosas?

– Abarrategui es un mujeriego.

– Ah…

– Y vivían juntos y todo.

– Ah…

– Un día, Abarrategui no llegó a dormir. Norita, creyendo que le había pasado algo, lo llamó varias veces al celular, y no la atendió, y Norita se puso peor, pensando que había tenido algún accidente porque él no le respondía el teléfono. Abarrategui apareció de madrugada. Norita le preguntó si le había pasado algo. Y el muy desgraciado le dijo que quería terminar la relación. Así. ¿Entendés nena? Abarrategui no quiere a nadie, es flor de pedante. No te enganches con este tipo, te va lastimar. Lea otra vez tuvo ganas de huir desesperadamente, todos decían, por algo lo decían, ahora no era tarde, luego quizá sí.

Esperaría a que comenzara la charla, se levantaría y se iría. Y simplemente cortaría todo vínculo con Augusto. Era lo mejor. Por algo todos decían. Levantó la mirada y desde la mesa de oradores sintió que la mirada penetrante de Augusto la iba atravesando como los pasajes de Cortázar atravesaban el mundo. En fin, se quedaría sólo hasta el final y luego desaparecería.

Ensimismada en sus cavilaciones, no percibió que Augusto se aproximaba hacia donde ella estaba sentada. Desde la génesis Lea se percibía lunática. Ya se conocían de las cartas pero aquello era diferente. ¡Maldición! Tantas precauciones, tanta planificación, tantos recaudos, y el destino se burlaba de ella.

¡Qué desgracia! Augusto la había embrujado desde el primer instante en que la vio. Ahora era una más de la lista, y ya no podía dudar solo sí tenía ganas. Estaba condenada a dudar, y paradójicamente se palpaba honrada por él., lo sentía pendiente… pero era solamente una quimera. Todo terminaría cuando la muchedumbre se acercara a felicitarlo, seguramente se iría con Carlota Banchero y su delegación a cenar a un restorán de renombre. -Si tenés tiempo, me gustaría invitarte a caminar y tomar algo solos,lejos de toda esta gente. Solo dame unos minutos…. El casco viejo de la ciudad era el emplazamiento inmejorable para vivir encuentros inolvidables. Se encaminaron hacia un antiquísimo café y tomaron asiento en una mesita en la esquina.

Estaban inaugurando el acto de computar sus vidas mirándose a los ojos, Lea podía ver, oler, sentir al otro Augusto, al de adentro. Se perturbó cuando él se fue despojando del personaje y constató que al igual que ella, estaba exaltado por aquel primer encuentro. Tan vulnerable como ella. Intempestivamente, Augusto le acarició el pelo, la miró a los ojos, se fue yuxtaponiendo lentamente, y rozó sus labios con los suyos, para aposteriori besarla. … Una tarde de lluvia Augusto dijo: “Aquí es donde Onetti escribió “El Pozo””. El preámbulo fue impreciso empero conforme se iban revelando sus cuerpos, las piernas y brazos se entrelazaban, cúmulos de besos y caricias por doquier clamaron por salir a la luz y todo devino en el Paraíso. Así era Augusto a la hora de amar a una mujer.

En la habitación en la que Onetti, hace medio siglo, escribi? “El Pozo”, una tarde noche de lluvia dos almas comenzaron la comunión y se fundieron dos cuerpos. Fuentes para este capítulo: Julio Cortázar: pasajes de ida y vuelta Feria Internacional de Libro Cámara Uruguaya del Libro/Intendencia Municipal de Montevideo, Uruguay, 1994. Charla de Lisa Block de Behar

Continaurá: “La de la Otra Orilla”

Acerca de Anna Donner Ryba

Anna Donner Rybak nace en Montevideo el 21 de setiembre de 1966. Es analista en sistemas, escritora y artista plástica. Escribe diversos géneros: Cuentos históricos, cuentos de humor, Columnas de actualidad, Ensayos, Poesía y Fantástico. En 2007 participa como integrante del coro ACIZ CANTAMOS en el encuentro Interamericano de Coros en la Ciudad de Buenos Aires, abriendo la presentación leyendo un cuento de su autoría: Intermitencias de la Muerte. En 2009 lee Retazos Blancos, Negros y Sepia

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