Quiero contarte mi historia, 2da. parte
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Querida Lea:
Realmente me conmovió todo lo que me contás acerca de tu condición de judía y de todo ese pasado, que por familiares e historia común de un pueblo “elegido” pero también “señalado” – términos estos que pueden dar lugar a diferentes interpretaciones, que van desde el acercamiento de Yahvé a dicho pueblo, como al rechazo de una gran parte del mundo desde la Antigüedad (babilonios, asirios, egipcios y más adelante romanos, Iglesia, Reyes Católicos, nazis, neonazis, etc.), cuya historia política lo ha visto muchas veces como perseguido y también como perseguidor (porque esto de los ataques del ejército de Israel a la Franja de Gaza, más la toma de algunas regiones que antes pertenecían a Egipto, hasta la Guerra de los Seis Días, y otros etcéteras que, reconozco, tampoco conozco en profundidad, no son gestos beligerantes de ahora, sino que en el mismo Viejo Testamento (para mí: cristiano y católico aunque no fanático, para quien la Biblia consta de dos partes) se da cuenta de ataques de los judíos a otras tribus, semitas aunque no judías, como la de los filisteos, si mal no recuerdo, durante los años del Desierto, con Moisés a la cabeza- es una realidad que llevás contigo; una historia milenaria que está en lo más profundo de ti a partir de esa herencia familiar y social que viene de una nación con características determinadas.
Te agradezco mucho que te hayas abierto así conmigo; que te sientas en tranquila confianza conmigo como para relatarme las razones o los inicios de tu “despertar al ser judío”.
Creo que lo bueno de todo esto es que tú me contás tu historia y la comparo con la mía y veo que venimos de lugares muy diferentes, aunque complementarios; porque si bien yo fui bautizado y tomé la comunión, no es menos cierto que fui el único de mis hermanos que tomó la comunión, porque ya con los demás mi madre consideró que tenían que tener el libre albedrío para elegir qué religión querían adoptar para sí, si es que querían tener alguna religión.
Más adelante uno terminó siendo budista, mi madre recorrió diferentes doctrinas espiritualistas y secretas (gnósticos, rosacruces, espiritistas, grupo Rama, budismo, hare krishnas, etc.) y creo que el resultado de todo este “sincretismo” religioso que sobre todo tuvo mi madre y en parte también yo, es lo que caracteriza a una familia, la mía, que siempre fue liberal; porque hasta mi padre, que era militar, era un tipo de pensamiento amplio, abierto (no era de izquierda y no bancaba mucho que digamos a los comunistas, pero durante la época del Proceso Militar o dictadura, ocupó un puesto de importancia en la Enseñanza y muchas veces tuvo serias discusiones con profesores que querían eliminar de los programas de estudio a García Lorca, Neruda, etc., porque decían que eran “comunistas” y mi padre les contestaba que él conocía a esos escritores por escritores y no por comunistas,o que la característica de “comunistas” era secundaria.
Respecto a los judíos y los negros, si bien un hermano mío decía que nuestra familia era racista y antijudía -lo que no es cierto-, lo cierto es que mi familia (cuando digo “mi familia”, generalmente me refiero a mi familia materna), porque a mi familia paterna no la conocí: mi padre nació en Uruguay, pero el resto no era de Uruguay y eran todos militares de origen vasco llegados a América en 1706.
Mi abuelo -que me despertó el amor por Montevideo y me llevaba a museos y a tomar el té completo a la ConfiteríaAmericana, tanto con negros como con judíos su contacto era mínimo e indispensable.
En mi casa había una negrita empleada -en la época en que mi madre era niña- quien parece que tenía “amores” con el negrito de la tintorería que había en los bajos de mi casa.
Y con los judíos el trato era más bien relacionado con aquellos que tenían algún comercio o actividad, como “el judío Levi” que tenía un local de arreglos de ropa a quien yo jamás vi en la vereda, porque él siempre estaba detrás de una montaña impresionante de ropa para arreglar.
Al parecer la mujer tenía ¡un amante! y el mismo la llevaba en auto y la dejaba a una cuadra del comercio de Levi.
Más adelante mamá me contaba que mi padrino llevaba ropa a arreglar pero después no tenía plata para pagar a Levi, por lo que entonces muchas veces tenía que hacer todo un rodeo para que “el judío Levi” no lo viera.
Recuerdo como si fuera hoy, una vez que fuimos con mamá a lo de Levi a buscar una ropa que mamá había mandado arreglar.
Cuando pagamos y recogimos la ropa, mamá le dijo a Levi: “Bueno, Levi, si tengo algún otro arreglo para hacer vengo la semana que viene”.
A lo que Levi, sorpresiva e increíblemente -para mi madre y para mí, que siempre lo vimos allí adentro, metido entre montones de ropa, sin salir a ningún lado- contestó: “Semana que viene ya no voy a estar”.
“¿Por qué?” preguntó mamá, sorprendida.
A lo que Levi, muy tranquilamente, contestó: “Cierro negocio.
Me voy a vivir a apartamento que compré frente a Isla ‘Goriti’ “.
Al parecer, el sueño de Levi era hacer dinero para comprarse un apartamento en Punta del Este, frente a la Isla Gorriti (que Levi pronunciaba: “Goriti”).
Tanto mamá como yo quedamos impactados con la noticia, y más o menos recuerdo que cuando salimos a la vereda y caminamos un poco, mamá se maravilló en voz alta: “¡Qué los parió a estos judíos! ¡Qué voluntad de fierro! ¿Quién iba a decir que el judío Levi algún día podía terminar comprándose un apartamento en Punta del Este?” Esta anécdota que te conté tiene que ver con el tema de que en mi casa no había “rechazo” a los judíos, sino que sencillamente no había mayor amistad con judíos, salvo en lo que tenía que ver con temas comerciales o tratos con comerciantes, como por ejemplo Levi.
Al fin y al cabo eran personas que ya pertenecían a la telúrica de la ciudad, y si bien los demás los trataban, lo cierto es que la gente “no judía”, los “goims” no tenían mayores tratos, salvo el comercial.
Sin embargo, uno de mis grandes amigos desde la época del liceo era judío y fue y es un gran amigo.
Con él hacíamos bromas relacionadas con los judíos y con mis tendencias “místicas” que en principio, en la época en que nos conocimos, me llevaron a un retiro espiritual.
Su hermana fue la primera en hablarme de la “pica” que había en la colectividad entre los sefaradíes y los azkenasim (tú, si no me equivoco), lo que a mí me sorprendió bastante.
Recuerdo que cuando fui a su casamiento, me sentaron en una mesa donde la mayor parte eran judíos y había un gordo insoportable, quien al ver que en mi llavero de esa época tenía un crucifijo, me señaló y empezó a decir: “¡Miren! ¡Hay un místico entre nosotros!”. En esos momentos te confieso que me llené momentáneamente de odio por “la raza de Sem”, sobre todo porque me sentí ofendido allí donde yo no había ofendido a nadie.
Pero eso pasó y pasó hace años.
Lo que te quiero decir -y el tema da para mucho y lo seguiremos conversando y escribiendo sobre tu historia y la mía- es que a estas alturas de mi vida prefiero no pensar en la parte “negativa” de los judíos: lo que hoy es por ejemplo el ejército de Israel, por ejemplo, atacando escuelas y sabiendo que ahí hay escuelas y deseando muy poco que los palestinos tengan un lugar en este mundo, así como reconozco que a estas altura Irán, Hamas, etc.no quieren que exista el Estado de Israel (con lo que no estoy de acuerdo).
Me hubiera encantado vivir en la España del Califato de Córdoba, cuando judíos y musulmanes convivían en paz e incluso trabajaban en temas similares, como por ejemplo los alcances de la Kábbalah a partir de las diferentes escuelas cabalísticas que surgieron, sobre todo en Córdoba, hasta que el imbécil de Fernando el Católico no tuvo mejor idea de hacer lo que hizo, tanto con judíos como con árabes.
Para mí el pueblo judío es Gustav Mahler -si bien se bautizó católico, en principio para poder acceder al puesto de director de orquesta de la Hofoper (la antigua Opera Imperial de Austria)-, Sigmund Freud (que antes no era santo de mi devoción, porque yo soy más bien junguiano, pero aprendí a reconocer el gran aporte de Freud al conocimiento de “nuestras sombras”, como dice Claudio Magris en El Danubio), es Gustav Meyrinck, autor de El Golem, Kafka, Frieda Kalho -que tenía una parte de judía-, el cabalista Salomón Sapov -que me habló como pocos de ¡la Virgen María!-, Israel Hendler -padre de Daniel, que cómo había sido relegado por sus pares porque le había ido mal en los negocios y porque se había casado con una no judía-, Harold Bloom -autor de El canon occidental: un libro capital para mí, en donde el autor elige a los 26 autores occidentales que para èl son quienes establecen un “canon” de cómo hay que escribir,lista que va de Dante a Samuel Beckett, pasando por Shakespeare, Proust y hasta el mismo Borges, entre otros- y, en fin: nombres más y menos conocidos que gravitaron y gravitan en mí de una forma u otra.
Pero más allá de esos nombres o más acá, y como crisol para mí de todos ellos, en esta época de mi vida, un nombre; un nombre de mujer: Lea Y esto que escribo no es producto del “embobamiento por enamoramiento” al decir de Ortega y Gasset en sus “Estudiossobre el amor”, sino algo muy delicado que se vincula con un sentimiento que sigue creciendo en mí, pero por esto mismo es la reflexión a que me lleva el pensar que el primer contacto íntimo que tengo con alguien del pueblo judío es a partir del amor que empiezo a sentir por una judía, por una mujer que se vino a cruzar en mi camino en un momento determinado de mi vida, pero también de la suya.
Y ese amor, que nos lleva a amarnos física y espiritualmente, para mí supone un contacto todavía más profundo con toda esa historia milenaria, de un pueblo que siempre tuvo un papel muy singular en la historia de la humanidad y que ayudó y ayuda a desarrollar esa humanidad, puesto que tú y yo, aunque por circunstancias diferentes, mi amor, emanamos de una cultura judeo-cristiana, si bien en mi caso mis mismos apellidos -uno vasco y el otro italiano- estén hablando de un pasado donde se mezclan antepasados que fueron marino vascos y por el otro barraqueros de origen italiano, más todo lo que debo de tener por ahí, así como tú tenés antepasados judíos pero que nacieron en Austria, en Polonia, pero que todos remiten a esa nación hasta hace unas décadas errante y, en fin, mi amor: es bueno saber de dónde venimos, para saber adónde vamos o por lo menos para no temer el lanzarnos a la aventura, riesgosa, pero necesaria -como dice Jung- de querer saber quiénes somos y cómo somos.
Hay mucho para seguir charlando al respecto, mi amor, pero ahora me voy a dormir porque veo que me extendí mucho y es muy tarde.
Sin embargo, me gusta charlar contigo estos temas y reitero mi agradecimiento por que te sientas en confianza para abrirte conmigo y contarme una parte tan importante de tu historia, como es la de la asimilación de tus orígenes, mi amor, mi hermosa judía.
CADA DÍA QUE PASO TE EXTRAÑO MÁS Y TE AMO MÁS.
Augusto.
Continuará: “El amor puede más”.
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