El libro de Levítico registra la historia de Nadab y Abiú, hijos mayores de Aarón, quienes se desviaron de los procedimientos establecidos del culto y murieron quemados.
Nadab y Abiú, hijos de Aarón, tomaron cada uno su incensario y, poniendo en ellos fuego e incienso, ofrecieron ante el Señor un fuego que no tenían por qué ofrecer, pues él no se lo había mandado. Entonces salió de la presencia del Señor un fuego que los consumió, y murieron ante él. (Levítico capítulo 10, versículos 1 y 2)
Es difícil comprender la naturaleza de la gravedad de esta transgresión para ser merecedora de tan rápido enjuiciamiento y severo castigo. El relato plantea a sí mismo, una serie de preguntas concernientes a las características atribuidas a Dios, tales como “tardo para la ira,” “misericordioso”, “perdonador”, y demás.
Pero, probablemente, lo que pasa por la mente de los lectores del siglo 21 es “¿por qué debe interesar este evento?” O, dicho de una manera menos elegante, “¿por qué alguien debe perder tiempo leyendo esta historia?”
La respuesta rápida es que estas mismas preguntas han estado en la mente de cada generación por cientos de años y el hecho de que el mismo texto siga siendo leído significa que hay algo en él de inmensa valía para el judaísmo.
Tal vez, lo valioso son las preguntas y no las respuestas.
Preguntar y cuestionar es característicamente judío. La literatura judía entrena a la mente para que funcione de esta manera. Esto significa que existe una manera judía de pensar.
Preguntar por qué un acontecimiento histórico que ocurrió miles de años atrás debe tener influencia en el judaísmo de hoy y cuestionar las cualidades atribuidas a Dios es tanto un forma de practicar el judaísmo como lo son otras formas más visibles de ser judío.
Dicho esto, la respuesta a las preguntas sigue en pie. Comprensiblemente cada generación de judíos ha arribado a una respuesta diferente. Y, de hecho, cada una de esas respuestas dice más acerca de las experiencias, la comprensión y los ideales de la generación que responde a las preguntas que ofrecer una respuesta que se aproximemás a lo que realmente ocurrió.
Una revisión de las distintas respuestas a estas preguntas sería demasiado extenso y abriría toda una serie de nuevas preguntas (¿qué podría ser más judío que eso?). Sin embargo, una revista de las respuestas iniciales puede dar una idea de cómo el TaNaKh, la Literatura Fundacional de Israel, debe ser leída.
Aunque Nadab y Abiú son presentados en este texto como los hijos mayores de Aarón, aparecen en otras secciones del TaNaK donde esta relación con Aarón está ausente.
Sus nombres son prácticamente idénticos a los nombres de los dos hijos de Jeroboam, el rey de Israel que fundo el culto del becerro en Betel. Los hijos Jeroboam tampoco lograron vivir sus vidas naturales y murieron en edad temprana. La historia en Levítico, puede traterse, entonces, de una velada polémica que existia en el antiguo Israel respecto a cual era el culto legitimo (el de Betel o el de Jerusalén).
Este y otros elementos han llevado a varios estudiosos de la Biblia a la conclusión de que la motivación de la historia pudo haber sido el proteger los intereses del autor sacerdotal de este texto y de los guardianes de la tradición. Detrás de la narrativa probablemente se encuentra una disputa internas entre diferentes grupos sacerdotales, por ejemplo el grupo de Nadab y Abiú contra los grupos de Misael y Elzafán (versículos 4. 5).
Si esta, o similares consideraciones históricas y sociológicas son correctas, entonces “Dios” es usado aquí para legitimar la acción de un grupo y, no tiene nada que ver con Dios. Que esto pueda ser el caso se sustenta en la forma como los seres humanos utilizan regularmente a “Dios” para justificar acontecimientos históricos contradictorios (guerra en nombre de la religión de paz y de amor, por ejemplo) y que dicen poco o nada acerca de Dios.
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