La necesidad de la memoria

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Conmemorar, guardar memoria de los episodios más trágicos y repulsivos del convulso siglo XX, ha pasado a convertirse en una misión de múltiples Estados y organizaciones no gubernamentales preocupados de que los horrores perpetrados por regímenes totalitarios que cobraron millones de vidas, se conozcan, no se olviden, ni mucho menos se vuelvan a repetir. En ese contexto es que en 2005 la ONU estableció el 27 de enero, fecha en la que en 1945 se liberó al campo de exterminio de Auschwitz, como el Día Internacional del Recuerdo del Holocausto judío a manos del nazismo. Desde su instauración y cada año, ése ha sido el día en que de manera pública y mediante diversas ceremonias recordatorias se hace hincapié en la magnitud inconmensurable de la barbarie nazi que se manifestó, sobre todo, en su sistemático plan de exterminio total de un pueblo, con la complicidad de muchos otros actores.

Es significativo también que simultáneamente se ha venido registrando un movimiento tendiente a fijar una fecha dedicada a rendir tributo a las millones de víctimas causadas por el estalinismo soviético. Así por ejemplo, el 3 de junio de 2008 el senado de la República Checa aprobó una resolución que pretende que “los crímenes contra la humanidad cometidos por los regímenes comunistas en el continente (Europa) sean conocidos por todas las mentes europeas del mismo modo como lo han sido los crímenes nazis”. Más recientemente, el Parlamento Europeo pasó una resolución el 2 de abril del año pasado, por la cual estableció el 23 de agosto, fecha en la que en 1939 se signó el infame Pacto Ribbentrop-Molotov que sellaba la alianza entre la Alemania nazi y la URSS, como día del recuerdo de las víctimas de ambos regímenes. Aun a pesar de que estas dos entidades se convirtieron luego en enemigos irreconciliables que pelearon en bandos opuestos, esta iniciativa del Parlamento Europeo expresa la convicción de que ha llegado el momento de reconocer oficialmente también la barbarie del totalitarismo comunista soviético, por más que existan diferencias cualitativas sustanciales con el nazismo en cuanto a las modalidades, justificaciones ideológicas y tácticas que en cada caso utilizó la maquinaria del terror de cada cual, lo mismo que en lo referente a la identidad distinta de sus objetivos a combatir o aniquilar.

Estas iniciativas del Parlamento Europeo y de la República Checa forman parte sin duda de un largo proceso de denuncia que en sus inicios se expresó a duras penas debido a la represión que aún imperaba al respecto durante la vigencia del sistema soviético. Alexander Solyenitzin encarnó uno de los más tempranos testimonios directos de la brutalidad de los gulags, tal como lo hizo también, con mucho menor difusión, Varlam Shalamov, quien en su texto Kolyma, dio cuenta de la atroz desolación y las penurias que acompañaron al destino infortunado de los millones de deportados a esos helados campos de trabajo y muerte.


A lo largo de las décadas que duró el régimen soviético poco a poco fueron multiplicándose las voces críticas, no sólo desde la derecha sino también de parte de sinceros ex militantes del comunismo decepcionados por la degeneración del sistema y su creciente tiranía. Muchas de esas voces fueron acalladas mediante la represión y el terror, mientras que otras, al generarse fuera del espacio bajo control de la URSS, lograron difundirse y empezar a hacer mella en quienes miraban ya con suspicacia los ominosos signos que revelaban la verdadera naturaleza de la “utopía socialista”. Por ejemplo, el escritor español Jorge Semprún narra en su texto autobiográfico “Aquel domingo” esa trayectoria personal suya de comunista convencido que como preso político vivió el horror del nazismo en el campo de concentración de Buchenwald, para años después renegar del proyecto encabezado por la URSS al darse cuenta de la barbarie inherente al funcionamiento del Partido Comunista soviético y sus émulos en otras latitudes. Y habría que señalar que en México acaba de publicarse igualmente un texto en coincidencia con esa línea. José Woldenberg, bien conocido en nuestro país por su fructífera y honesta participación en la construcción de la democracia mexicana, nos ofrece en su libro “El desencanto”, publicado por Ediciones Cal y Arena, el arduo y difícil camino que han recorrido quienes desde una óptica plenamente libertaria, fueron capaces de sacudirse de la seducción engañosa de un sistema que prometía el paraíso en esta tierra y sin embargo funcionó como uno de los totalitarismos más crueles, represivos y corruptos.

Excélsior, 31 de enero, 2010.

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