En una pequeña maleta de cuero desgastada, una bebé fue sacada del Gueto de Varsovia.
Esa niña era Giza Alterwajn, quien, por un acto de valentía de una familia católica polaca, logró sobrevivir al Holocausto.
Hoy tiene 84 años y ha dedicado las últimas décadas de su vida a relatar su historia con la esperanza de que las futuras generaciones nunca olviden. Lo asume como un deber moral.
Vino a México para conmemorar el Día Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto, este lunes, fecha en la que se conmemoran 80 años de la liberación en 1945 por las tropas soviéticas del campo de concentración y exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau donde fueron asesinadas más de un millón de personas, en su mayoría judías.
Nació en 1940 dentro del Gueto de Varsovia, en condiciones infrahumanas. Sus padres, concientes de que no sobrevivirían, decidieron salvar a su única hija, de 8 meses de edad, sacándola del sitio con ayuda de una organización clandestina.
En esa red participaban ciudadanos polacos católicos que arriesgaban sus vidas para salvar a infantes judíos.
“No cualquier familia arriesgaba a todos sus hijos por un bebé desconocido”, expresa en entrevista Alterwajn, con elocuencia.
Y los Slazak, en quienes halló refugio, no eran cualquier familia. La madre solía esconder paquetes de harina en el cinturón del padre para ser arrojados dentro del gueto al pasar con el tranvía. mientras la mayor de los seis hijos, Danuta -“Danusia“, de cariño-, tenía 17 años cuando de día estudiaba enfermería y de noche era parte de la resistencia polaca que luchaba contra los nazis.
“¡Qué clase de familia era! Empezando por los padres y terminando por ella, una guerrillera polaca luchando por su patria”, recuerda, orgullosa, Alterwajn.
Alterwajn se crió con su familia adoptiva hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando es entregada a los sobrevivientes de su familia biológica, sus tíos, con la que llegaría a los 7 años a Uruguay, donde reside desde entonces, tras pasar un año en París.
Esos 5 años y medio con los Slazak se quedaron en algún rincón oscurecido de su memoria, al igual que la lengua polaca.
Como muchos sobrevivientes del Holocausto, Alterwajn tampoco quería hablar del pasado, ni con su marido ni con sus hijas. El silencio es un mecanismo de defensa. Tal como se lee en el cartel del documental Giza, La niña de la maleta, dirigido por David Serrano Blanquer: “Ellos no me contaron, yo no preguntaba, no quería saber”.
“La maleta tiene dos significados en mi vida. Por un lado, fue el vehículo que me salvó del Gueto de Varsovia, escondiéndome del horror. Pero también representa mi memoria, ese espacio donde guardamos lo que no queremos recordar, lo que nos duele y nos protege a la vez. Abrir esa maleta fue abrir mi historia”, cuenta.
Su familia polaca intentó contactarla durante 65 años; Danusia le escribía cartas a su dirección en Uruguay, pero sus tíos nunca le entregaron las misivas.
“No quiero pensar mal. Yo quiero pensar que ellos querían mi bien, que yo me olvidara de ese pasado, que viviera otra vida”.
Ya grande, Danusia, apellidada Galkowa, les dijo a sus hijas que sólo quedaba algo por resolver en su vida: saber qué había sido de su hermana Estefanía, o Stefcia, en polaco. Alterwajn había sobrevivido entre ellos bajo el nombre de Stefcia Szymkowiak, de 1941 a 1946.
Su perseverancia fue recompensada en 2007, cuando las hermanas al fin se reencontraron.
Fue entonces que Alterwajn supo su verdadera historia, que ha sido contada en libros y documentales. También el polaco que aprendió de niña de pronto fluyó de nuevo.
Anterior a su reencuentro, su hermana, una heroína condecorada, le había dedicado un capítulo entero en su autobiografía Éramos los Robinson Crusoe de Varsovia (1998), título que alude a la resistencia polaca frente a la barbarie nazi.
“Danusia nunca dejó de buscarme”, relata Alterwajn, conmovida. “Por 65 años, mantuvo viva la esperanza de encontrarme”.
Cuando al fin sucedió, dice, se sintió más feliz que nunca.
Alterwajn no sólo recuperó parte de su identidad, sino también descubrió detalles de cómo había sido salvada. Su hermana le compartió historias de cómo su madre enfrentó con valentía a los soldados nazis que intentaron registrar su hogar cuando la portera del edificio donde vivían los denunció, y cómo la red clandestina polaca colaboró con la resistencia judía para contrabandear armas al gueto.
El impacto de aquella reunión fue profundo, pero el momento decisivo que llevó a Alterwajn a romper su silencio ocurrió durante una proyección fallida del documental A pesar de Treblinka, de Gerardo Stawsky, sobre el campo de concentración donde había muerto su madre biológica.
“Habían elegido proyectar esa película en una iglesia hermosa, pero el proyector se rompió”, relata Giza. “Los organizadores me vieron entre el público y me pidieron que hablara para salvar la noche. Yo no hablaba en público, pero mi esposo me empujó al escenario”.
Fue en ese instante, frente a una audiencia expectante, que dejó salir todo lo que había guardado durante años.
“Hablé como una demente”, recuerda. A partir de entonces, se convirtió en una vocera de la memoria histórica, visitando escuelas y universidades para educar a las nuevas generaciones sobre los peligros del odio y, sobre todo, de la indiferencia.
Durante sus charlas, Alterwajn insiste en que “lo opuesto del bien no es el mal, sino la indiferencia”, una lección que aprendió del Holocausto.
Se declara no creyente. “Después de lo que viví, no creo en Dios. Me pregunto: ¿dónde estaba Dios cuando permitió que un ser humano se convirtiera en monstruo contra otro?”.
Comparte que cuando visitó el campo de concentración de Auschwitz, se horrorizó: “Me descompuse al ver que donde yo pisaba había pisado mi padre”.
Su padre sobrevivió hasta el día de la liberación del campo, pero era tal su estado de desnutrición que murió al ser alimentado por las tropas rusas.
Allí, en una de las barracas, descubrió una fotografía expuesta que mostraba a su familia adoptiva junto a ella cuando era una niña.
“Ver esa foto fue como encontrar un pedazo de mi historia”, cuenta. “Me sentí profundamente conmovida al ver mi infancia retratada allí, entre los testimonios de tantas vidas truncadas”.
Su padre adoptivo también había muerto en un campo dos semanas después de ser capturado en una redada nocturna por los nazis.
En 2018, los Slazak, entre ellos su hermana Danusia, fueron declarados Justos entre las Naciones por Yad Vashem, el centro mundial para la memoria del Holocausto en Israel; una distinción que honra a aquellos y aquellas que arriesgaron sus vidas para salvar a judíos durante la Shoa.
‘No importa que me duela’
El viernes, en un encuentro con estudiantes del Colegio Olamí ORT de la Ciudad de México, al que asistió un grupo de diplomáticos, incluido el Embajador de Uruguay en México, Santiago Wins, Alterwajn compartió su sueño de vivir en un mundo en paz, sin terrorismo ni guerras, donde todas y todos sean vistos como iguales a pesar de las creencias de cada cual.
El ataque de Hamas del 7 de octubre de 2023 en Israel que mató a unas mil 200 personas, le devolvió el miedo de la Segunda Guerra Mundial, y percibe una creciente judeofobia, término que prefiere al de antisemitismo.
“Cuando un día me entrevistaron, hace muchos años, me preguntaban si yo pensaba que el nazismo podía volver al mundo. ¿Sabés lo que yo contesté? No tengo dudas que sí, y me miraron como un bicho raro, y más en Uruguay, que es un país pacífico hermoso. Después de aquel 7 de octubre, estoy más que segura”.
A pesar del costo emocional que implica revivir su historia, siente que es su deber moral compartirla.
“No importa que me duela”, dice, “si mi testimonio puede evitar que esto se repita, entonces vale la pena”.
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