La Parroquia de San Miguel

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¿Qué pasó, güerito? ¿qué anda buscando…?

Es la gente que murmura detrás de los cristales mirando los aparatos que ni factura tienen pero que suenan bien y están baratos. A un lado, un hotel de paso remozado con piedra rojiza, despierta malhumorado en la calcinante mañana mientras la brisa que agita unas banderas de colores en los postes de alumbrado, se vuelve rumor que pregona un “se vende” con “previa cita” y toda la cosa.

¿Hace cuánto que no veníamos al centro?


En la acera de enfrente la Parroquia de San Miguel despliega su majestuosa silueta cubierta de arrugas de piedra carcomida por el tiempo. Casi atropellado por un rikshaw “a la mexicana”, que a falta de claxon les chifla a los taxistas que circulan con la mentada a flor de labio y el paliacate verde ‘pal calorsote, mai -¿querrá decir maistro?. Sorteo los carros, alcanzo la otra orilla y escucho el rezongar de quejas por la crisis del petróleo que va ‘pa largo…

Sentados en bancas de fierro colado, frente al desgastado brocal de la fuente de cantera, algunos locales dormitan por la desmañanada y otros hasta babean por el calor. Estiran las piernas y hablan del Peje y de cómo “se lo fregaron” entre Cárdenas y Calderón.

– ¿Tú crees que el Partido le paga el sueldo?

– ¿Cuál Partido? ¡Partido por la mitad!

– Ya mero van a ser las once

– Híjole, ‘pos con razón ya hace hambre…

– No, ‘pos sí.

Crece el rumor de las voces de la calle. De los que van por el mandado; de los que llevan prisa y andan sin rumbo y de los que extienden la mano reseca y verdosa esperando cualquier moneda para ‘persinarse’ junto a las accesorias incrustadas en las añosas piedras del templo, grises de hechura y de tiempo.

Arrecia el calor. La sinfonía comunal, llevada por un radio a todo volumen, asciende por las ramas de los laureles donde se amontonan en bolsas de plástico cascos sucios de refresco y botellas vacías de mezcal; concierto colectivo de suelas, carraspeos y sonoros tacones en un andar presuroso que da forma al bronco murmullo de la mañana.

Asomado a la fachada de la Parroquia, un arcángel de mármol da la bienvenida a los feligreses que cruzan el portón. Unos cuantos se asoman, miran, se persignan y se van. Otros, los menos, entran y se acurrucan en las bancas más alejadas para musitar: un “…dame”,”…ponme”, “…líbrame”. Más allá, cerca del altar, en el pálido umbral entre la sombra y la reverencia, el aletear de labios llena el recinto de suaves ecos incomprensibles y sonoros.

Un tenue rayo intenta -sin conseguirlo- penetrar el enrejado que resguarda el crucero que precede al altar, donde el espacio transparente nos fulmina con la historia del rescate purgatorial. Un óleo del año 1656, firmado por un tal Pedro Ramírez “El Mozo”, cuyo hijo -dice una placa-fue el 4° párroco de esta Parroquia, muestra a un oscuro grupo de ángeles dispuestos a mudarse a la pintura de al lado, más pequeña y en colores brillantes, pintada por Carlos Santos Rivas en 1992.

Al otro extremo, “Los Desposorios” de Juan Sánchez Salmerón contrasta con la caja negra donde se guardan las limosnas. A un ladito, el consabido aviso “cuidado con los rateros” se yergue cerca de una lápida de mármol de color rosado, adosada a la pared de cemento pintado en rojo ocre: Sra. Concepción Poza de Monterrubio. Así, sin más.

Un rayo de sol, hiriente y respetuoso, asciende en la espiral de una mañana que se enreda en el rumor de la incertidumbre. En lo más alto de la cúpula, la linternilla permanece encendida con el color intenso de la mañana.

Un rumor sordo, creciente, manifiesto, indica la puerta de salida. Los curiosos examinan las placas de metal adosadas a los nichos de la cripta parroquial. Leo los nombres de las familias Quiróz, Madrigal, Vázquez Carrillo y Calva Lozada. Un poco más lejos, salta el nombre de un Levi. ¿Será?

Al fondo, un alboroto de voces escapa por el portón flanqueado por el Bautisterio y el archivo parroquial llamado Cuadrante. Prisioneros en estantes de madera, varias filas de tomos numerados en hoja de oro atestiguan la voluntad del vecindario. Una joven empleada responde con un suspiro a la queja de un feligrés:

– “¿Por qué no hubo incienso? Como que nos hizo falta…

– “Mire usted,…tantito que ni se necesita y tantito que no hay con qué…”

Pasan de las doce y el calor es más intenso. A unos pasos de la gruesa puerta de madera, la boca del Metro espera para devorarnos. Un letrero pregona “La ciudad es bella. No tire basura”. Es hora de irnos. Nos abrimos paso entre gente vestida de negro, melenudos con manchones rojos en el cabello y aboneros que deambulan con sus mercancías intactas sin vender y sin cobrar.

Una última mirada -de reojo- a la figura de San Miguel, fidelísimo protector del Pueblo de Israel que allá en las alturas se vuelve carcajada de sombra fresca, tremor y arrumaco de palomas que vuelan en bandadas encima de las escaleras que nos llevan de vuelta hasta las entrañas de la ciudad.

Adentro, en el pasillo del Metro, el calor se hace voz y guitarra:

– “…Sigue tú por tu sendero;
yo, ‘numás, ‘numás, esperando llegar…”

Acerca de Luis Geller

Arquitecto de profesión; diplomado en Estética e Historia del Arte, además en Artes Visuales y Factor Humano, ha dedicado gran parte de su vida a la escritura. Es autor del libros como "México Lindo", "Los Niños de México", "¿Hablan los Ángeles" y "Alberto Misrachi, El Galerista". Ha destacado en el medio teatral no sólo como actor, sino con varias obras propias y originales adaptaciones. Ha escrito más de 650 guiones para el medio audiovisual, cuentos cortos, reportajes y artículos periodísticos.Independiente a sus múltiples actividades mencionadas escribe para la revista "Foro" una columna bajo el título "Historias de Ciudad".

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