En el abismo de la historia, donde la sangre y el dolor han dejado su huella, Israel se alza como un fantasma de la memoria, un recordatorio de la fragilidad de la paz y la persistencia del odio.
Pero ¿qué es la paz en un lugar donde la violencia ha sido la moneda corriente? ¿Qué es el amor en un lugar donde el miedo y el odio han sido los únicos lenguajes que se hablan?
No más palabras vacías, no más promesas incumplidas, no más lágrimas derramadas en vano. La paz no es un sueño, no es una utopía, es una realidad que podemos construir con nuestras propias manos.
Pero para hacerlo, debemos dejar de lado las máscaras que nos han sido impuestas, debemos dejar de lado los roles que nos han sido asignados. Debemos dejar de ser víctimas, debemos dejar de ser verdugos.
Debemos ser humanos, debemos ser seres capaces de amar y de ser amados. Debemos ser capaces de ver más allá de las fronteras, más allá de las religiones, más allá de las ideologías.
Debemos ser capaces de ver al otro, de ver su dolor, su miedo, su amor. Debemos ser capaces de ver que somos iguales, que somos hermanos, que somos hijos del mismo Dios.
Así que no más guerra, no más odio, no más dolor. Así que sí a la paz, sí al amor, sí a la vida.
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