La ‘Primavera Árabe’, ayer y hoy: el modelo tunecino

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Mientras el mundo empieza a comprender qué pasó en la Primavera Árabe que empezó en diciembre de 2010 –así como sus ramificaciones actuales–, el lugar donde todo empezó es tanto un mapa como una brújula. ¿De dónde vino el movimiento y a dónde va?

De todos los países que tomaron parte en la Primavera Árabe, Túnez es el que más merece el calificativo de libre. Pero aún no lo es lo suficiente. Esta nación norteafricana tiene aún mucho camino por delante. Tabúes religiosos y culturales están haciendo de la transición a la auténtica libertad un proceso complicado.

Sirva como indicativo de los desafíos que afrontan los herederos de la Primavera Árabe un informedel Comité por las Libertades Individuales y la Igualdad, conocido por el acrónimo [tomado de su nombre en francés] Colibe. Creado en agosto de 2017 por el presidente del país, Beyi Caid Esebsi, Colibe tiene por objeto “la preparación de un proyecto de reforma en concordancia con las exigencias de la Constitución tunecina de 2o14 y los patrones internacionales de [respeto a los] derechos humanos”.


El alcance de las reformas propuestas, inauditas en el mundo árabe, ha suscitado una notablecontroversia política. El aparente propósito de las mismas es desarrollar la vía kemalista que inspiró al fundador del Túnez independiente, Habib Burguiba.

Entre las recomendaciones de Colibe que más han llamado la atención se encuentra ladespenalización de la homosexualidad y la blasfemia (que incluye el reconocimiento de los derechos de los ateos), así como la igualdad entre el hombre y la mujer en el reparto de las herencias.

En la actualidad, el Código Penal tunecino castiga la homosexualidad con tres años de cárcel. Por lo común, la homosexualidad masculina se demuestra mediante exploraciones anales forzadas. Colibe llama a la despenalización de la homosexualidad y a la proscripción de esas crueles exploraciones aun cuando la homosexualidad siguiera siendo ilegal.

Los llamamientos a la despenalización de la homosexualidad y la blasfemia, así como a laigualdad de derechos en asuntos de herencia, son contestados por partidos políticos que se presentan como post-islamistas pero que en la práctica se prosternan ante los fundamentalistas.

Por lo que hace a la blasfemia, no hay una ley que criminalice explícitamente el menosprecio de lo sagrado. Ahora bien, en la práctica todo aquello considerado provocativo o inconformista es perseguido como un ataque a la decencia y a la moral pública.

La desigualdad entre hombres y mujeres en lo relacionado con las herencias es fruto de un claro mandato coránico (sura 4:11): “Alá prescribe respecto de [la herencia de] vuestros hijos: al varón le corresponde la misma parte que a dos hembras”. La ley tunecina que da cumplimiento a este mandato es uno de los escasos tributos al islam del por otro lado progresista Código Civil del país, promulgado por Burguiba en 1956. El Código Civil tunecino es conocido, entre otras cosas, por su explícita proscripción de la poligamia.

Muchos tunecinos siguen considerando cualquier ataque, real o imaginario, al islam y a sus decretos sobre comportamiento sexual una herida inaceptable infligida a la cultura y los valores locales. No es sorprendente, pues, que la progresista propuesta de Colibe haya enfurecido a los círculos islamistas, hasta el punto de que se han registrado amenazas explícitas contra el presidente de Colibe, Bojra Bel Haj Hmida.

Incluso los partidos que se consideran laicos no han expresado más que un tibio apoyo al informe y a sus propuestas.

El sedicente partido “post-islamista” Ennahda, surgido de los Hermanos Musulmanes, ha expresado su oposición a las recomendaciones de Colibe, aunque de una manera que no hace más que reforzar la ambigüedad de las posiciones de los Hermanos Musulmanes.

Fui testigo de esta forma de ambigüedad en el transcurso de un intercambio público con el líder de Ennahda, Rachid Ganuchi, en los Diálogos Mediterráneos celebrados  en Roma en 2016. Cuando le pregunté por la posición de su partido en lo relacionado con la despenalización de la homosexualidad, la igualdad en las herencias y el derecho de las mujeres musulmanas a casarse con hombres no musulmanes, Ganuchi evitó responder. La base de su subterfugio retórico fue que el propio Ganuchi carecía de credenciales religiosas y que la Constitución protege la libertad de conciencia a todos los miembros del Parlamento.

En un comunicado, el partido Ennahda condenó el informe de Colibe como una “amenaza a la estructura de la familia y a la cohesión social”, pero sin especificar los asuntos en concreto a los que se refería. El texto resaltaba además que Túnez es un Estado laico con un pueblo musulmán, y que es necesario encontrar un compromiso entre la libertad y la identidad islámica, así como rehuir “la exageración y el extremismo’. Igualmente, advertía contra el riesgo de poner el foco en asuntos que promueven “la polarización y la división”.

Ese lenguaje es típico de islamistas radicales, como el que emplea Yusuf al Qaradawi, el egipcio que lidera la Unión Internacional de Eruditos Musulmanes, con sede en Catar, contra el extremismo. También es parte de la retórica islamista que considera las libertades individuales uninsulto a la identidad musulmana que provoca el riesgo de fitna (división impía, rebelión, sedición) en la sociedad.

Si el partido Ennahda ha evitado emplear el muy cargado término fitna, el exministro de Asuntos Religiosos, Nuredín Jadmi, no ha mostrado tanta contención y explícitamente ha demandado una fetua contra la fitna que la adopción de las recomendaciones de Colibe podría provocar.

La significación de esta toma de posición de los fundamentalistas islámicos no puede sino ser enfatizada. En Túnez, así como en el resto del mundo musulmán, “moral pública”, “sedición”, “extremismo” y “la sensibilidad religiosa de la mayoría” son la mera base de la persecución penal contra homosexuales y ateos.

Por esta razón, otra crucial recomendación de Colibe es un llamamiento explícito a la concreción de las cláusulas que hacen alusión al “orden público” y la “moral”.

Aunque el informe de Colibe allana el camino para el establecimiento de una democracia liberal auténtica en Túnez, la plasmación legislativa de sus recomendaciones es una ardua batalla.

Pero es una batalla que hay que luchar.

La democracia no se define por la manera en que se implementa la voluntad de la mayoría. Sin por cómo se garantizan los derechos de la minoría.

Las recomendaciones de Colibe son un necesario primer paso. Ahora es el momento de que las dubitativas fuerzas seculares presentes en el Parlamento tunecino las hagan suyas y apliquen.

La brava y poderosa sociedad civil tunecina, que ha mostrado la potencia de su voz contra elchantaje islamista desde la revolución de la Primavera Árabe de 2010, no retrocederá en esta empresa.

¿Y el resto del mundo árabe?

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