La purga de los adversarios de Abás se cierne sobre Ramala

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Cuando Mahmud Abás inaugure el congreso de su partido, Al Fatah, esta semana en Ramala, toda la atención se volcará sobre el posible nombramiento de un sucesor o heredero. En teoría, los congresos de Fatah deben celebrarse cada cinco años, a fin de que el partido tenga la oportunidad de elegir a unos nuevos líderes para sus órganos de dirección. Este será el séptimo congreso desde su fundación, en 1959, y el primero desde 2009, y llega en un momento crucial. Con 81 años, y nada más salir de una operación de corazón, Abás está entrando en su duodécimo año de presidencia –fue elegido para una legislatura de cuatro años– bajo la acechante incógnita sobre quién será su sucesor.

Detrás de los rumores sobre la sucesión hay otro elemento fundamental del régimen de Abás: la purga de sus propias filas. En los últimos años, Abás ha sometido a un implacable tercer grado a los disidentes. Despidió a funcionarios palestinos rivales, despojó a sus rivales en el Parlamento de su inmunidad, incluso envió a las fuerzas de seguridad de su Autoridad Palestina (AP) a agitados campos de refugiados a sofocar disidencias. Ha consolidado su poder excomulgando sumariamente a miembros de su propia formación.

Me reuní con un bloque disidente de Fatah el mes pasado en el campo de refugiados de Al Mari, en Ramala, para conocer su reacción ante el próximo congreso del partido. Cuando a Abás le dieron el chivatazo sobre la reunión, ordenó a las fuerzas de seguridad de la AP que la disolvieran. “Había miles de miembros de las fuerzas de seguridad allí, aquello parecía de locos”, me dijo Yunes Abu Rish, líder local del partido y testigo de los hechos. “Las fuerzas de la AP nos dijeron que no podían consentir que se produjeran reuniones así en la Margen Occidental”. Horas después de disolver la reunión, Abás emitió un comunicado: el líder de la misma, Yihad Tumaleh, había sido expulsado de Fatah. “Me echó sin una sentencia judicial ni una investigación”, me dijo Tumaleh en su oficina del campo de Al Amari. “Se ha instalado un espíritu dictatorial en Fatah. No soy una especie de empleado en una empresa; no puede despedirme”.


Abás disolvió la reunión y expulsó a Tumaleh por los vínculos de los congregados con Mohamed Dahlán, el rival más odiado de Abás. Dahlán, expulsado por Abás en 2011, se estableció desde entonces en Emiratos Árabes Unidos, donde asesora al príncipe heredero de Abu Dabi y corteja a los aliados regionales. Ha difundido cintas grabadas en las que se escucha a agentes de la inteligencia egipcia burlarse de Abás, y causado tensiones en la Margen Occidental al inyectar dinero a sus seguidores locales. Cuando se anunció el congreso de Fatah, a principios de este año, Dahlán y sus seguidores organizaron su propia conferencia en Egipto. Aunque se publicitó como un debate sobre Gaza y las relaciones egipcio-palestinas, mucha de la gente de Abás lo vio como lo que realmente era: una contraconferencia de Fatah. Puede que Dahlán no goce de una abrumadora popularidad en las calles palestinas, pero al exiliarlo Abás lo ha convertido en una antorcha para la oposición. Como dijo Abu Rish:

Abás no se da cuenta de que, con su forma de atacar a Dahlán, en realidad lo está alimentando.

Dahlán y Tumaleh no son los únicos en el punto de mira de Abás. En febrero, la diputada Nayat Abu Bakr acusó a uno de los ministros de Abás de haberse embolsado dinero en un acuerdo sobre pozos de agua. Los servicios de seguridad de la AP emitieron una orden de arresto contra ella antes de que tratara de refugiarse en el edificio del Parlamento de la AP. El incidente se produjo en un momento muy particular: a las pocas semanas de que Abu Bakr se hubiera reunido con Dahlán en El Cairo. Para agosto, Abu Bakr y otros tres miembros de Fatah habían sido expulsados del partido por sus vínculos con Dahlán. Semanas después, Ahmed Iz al Halawa, líder del ala terrorista asociada a Fatah en Nablus, fue detenido por las fuerzas de la AP a causa de un incidente donde se disparó a varios agentes de policía. Las fuerzas de la AP lo mataron de una paliza mientras estaba detenido, y en su funeral miles de personas salieron a las calles a protestar contra Abás y la AP.

Todo esto es lo que se cierne sobre el congreso de Fatah. Abás ha tomado medidas inauditas para silenciar a los disidentes. Así, ha reducido el número de delegados, desde los más de 2.000 de 2009 a 1.400. Otro ejemplo es que ha cambiado el lugar: del hotel de Belén donde se celebró la última conferencia a su cuartel general, en Ramala. “Lo ha llevado a la Muqata, bajo sus armas”, dice Tumaleh. “No hay duda de quién tiene el control”.

El congreso de esta semana permitirá a Abás consolidar sus purgas. En el último congreso, miembros de la guardia presidencial recorrieron las zonas de votación, y en una ocasión ilustraron a un delegado sobre quién era “el hombre del presidente”. En su cuartel general, Abás podrá recompensar a sus fieles y marginar a sus rivales. Como me dijo Dimitri Diliani, miembro del Consejo Revolucionario de Fatah:

Llamábamos dictador a Arafat, pero comparado con Abu Mazen [nombre de guerra de Abás], Arafat era un defensor de la democracia.

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